Crítica literaria
El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa
25 de Octubre de 2013
Juan Gustavo Cobo Borda |
Dos escándalos, uno en Piura y otro en Lima, sostienen esta nueva novela de Mario Vargas Llosa (1936). En el primero, mediante cartas firmadas con una pequeña araña, al dueño de una empresa de transportes amenazan con chantajearlo por 500 dólares mensuales para brindarle protección. Fiel a la única herencia que le dejó su padre: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo” se niega a esa anónima extorsión. Se llama Felicito Yanaqué y tiene dos hijos, Tiburcio y Miguel.
Entretanto, en Lima, Ismael Carrera, dueño de una aseguradora, invita a almorzar a su amigo y colaborador por más de 30 años, Rigoberto, para soltarle la noticia bomba: se casará con Armida, la muchacha de su casa. Tiene también dos hijos, Miki y Escobita, conocidos como las hienas.
Pero si Don Rigoberto, su mujer Lucrecia y su hijo Fonchito son viejos conocidos nuestros, a través de otra novela de Vargas Llosa, Los cuadernos de Don Rigoberto, la primera gestión de Felicito Yanaqué nos lleva a una comisaria donde será atendido por un “hombre rollizo, tirando a gordo”: el sargento Lituma, quien ya apareció en el primer libro de cuentos de Vargas Llosa, Los jefes, y no dejará de ser figura central o asomarse en La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, y Lituma en los Andes.
Otro lazo se tiende: la futura mujer de Ismael Carrera, Armida, es hermana de la mujer con pasado borrascoso y presente beato de Felicito Yanaqué. Se llama Gertrudis y se casó con él endilgándole un hijo que no era suyo, Miguel.
Tal el cuadro general. El viejo de 38 años más que su empleada. El transportista que además tiene amante, Mabel, instalada por su cuenta, hace ya ocho años, que enloquece cuando es también amenazada y secuestrada.
Pero Vargas Llosa ama el melodrama y rompe el hilo narrativo con bruscos cambios. Mabel tiene otro amante, Miguel, el hijo de Felicito. Solo aparentemente, pues este último, ante tal traición, confronta a su mujer y aclara su situación: no es el padre de Miguel.
Otro de los aspectos destacados de la novela es esa presencia absorbente, polimorfa, bulliciosa, de ciudades que crecen, se dilatan y mejoran su nivel de vida, al permitir ascensos sociales, por la tenacidad y el trabajo, de figuras como Felicito Yanaqué, que sin embargo no perderá sus rasgos, en las comidas populares, en la habitual consulta a su adivina de cabecera, Adelaida, que tantas intuiciones útiles le ha brindado. Sin embargo un racismo que menosprecia a los cholos no deja de sentirse. Los centros comerciales con refrigeración no alcanzan a borrar la discriminación social y sus prejuicios.
En todo caso, gozamos de nuevo con la aparición de los inconquistables, los primos León, primos de Lituma, y el grave desinfle de la conspiración que ha armado Mabel obligada por Miguel: son ellos los que enviaban las cartas, son ellos los autosecuestradores, son ellos los que perderán todo.
En Lima, entretanto, también pasan cosas: el asegurador se casa, sus hijos pretenden demandarlo y anular el matrimonio y él se va a Italia, en luna de miel, y vende su empresa a la Assicurazione Generali. Al volver, toma todas las precauciones para dejar su herencia a Armida, que ha experimentado una súbita metamorfosis en modales, distinción y ropa de marca. Solo que Ismael Carrera, nuevo golpe de efecto de Vargas Llosa, muere de súbito en el jardín, y su mujer, ante el asedio insoportable de la prensa (algo que Vargas Llosa debe conocer muy bien por la forma en que lo describe) no le queda más escapatoria que meterse en la boca de lobo: la casa de su hermana en Piura, también cercada de periodistas, ante la valentía con que Felicito, por un aviso en el periódico, había enfrentado a los chantajistas, y a las revelaciones escandalosas con que se destapó el pastel. A lo cual, por cierto, no sería ajeno Lituma. Viejos dramas en ámbitos remozados.
En fin, que todos los personajes, abogados con calzonarias de colores, choferes leales, muchachas en muchas ocasiones más sagaces que sus patrones, mantienen en un ritmo sostenido este divertido melodrama, donde los tontos, como esos Miki y Escobita, llamados las hienas, se verán burlados y sin plata y los buenos viajarán, por fin a Europa, a visitar a Armida, instalada en Roma. La isla de civilización que Rigoberto ha creado en su estudio, con música clásica y refinada pornografía, lento y gozoso erotismo con su mujer, más allá del aparente demonio que inquieta a su hijo adolescente, esa isla se ha preservado, y crecido, a pesar de los asedios. Es la isla desde la cual Vargas Llosa escribió esta vivaz novela.
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