Curiosidades y…
El ensayo científico
12 de Octubre de 2011
Antonio Vélez
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Miguel de Montaigne fue el primero en emplear el término “ensayo” para designar una nueva forma de literatura. En 1598 publicó sus Ensayos (Essais), en los cuales, según sus propias palabras, “no se proponía fin alguno”. Pero así, sin proponerse nada serio, se convirtió en el creador de un género literario muy prolífico y respetable.
El ensayo puede ser político, filosófico, histórico, científico... En algunos casos la divulgación científica puede convertirse también en ensayo, en literatura. Basta que el autor, amén de vulgarizar la ciencia, logre que el texto posea la capacidad de divertir y emocionar. Cualquier tema sirve, hasta el más árido o elemental; depende de la magia del escritor el hacerlo interesante y convertirlo en buena literatura.
Sin embargo, el principal propósito del ensayo científico es didáctico. En el talento del autor está la posibilidad de hacer fácil lo difícil, entendible lo abstruso, simple lo complejo. Por eso, además de instruir, el ensayo científico, cuando el autor tiene calidad y se esfuerza en la elaboración del texto, puede educar, formar. Y hasta divertir, si se condimenta el texto con frivolidades, anécdotas, curiosidades o unas cuantas gotas de humor. Un ensayo científico podría llegar a ser, además, literatura de calidad, que justificaría leerse sólo por el placer de la prosa, pero mucho ganaría si tuviese información interesante, ideas novedosas, muestras de ingenio y cierta dosis de creatividad.
Como en todos los demás géneros literarios, es necesaria la corrección gramatical. Ahora bien, como el ensayo divulgativo va dirigido al lector común, no a los especialistas, debe preferirse el tono sencillo, sin demasiados tecnicismos, y sin dejar a un lado los grandes requerimientos de ese género literario: orden, precisión, equilibrio y claridad, aunque para aumentar esta última haya que recurrir a un poco de redundancia. La ambigüedad, casi siempre presente en la poesía, en el ensayo científico tiene poca cabida. Y no puede olvidarse el rigor, elemento que siempre debe estar presente, pero sin exagerarlo hasta convertir el ensayo en un árido tratado científico. Ante todo, no pueden tolerarse las falacias, tan comunes que es difícil no caer alguna vez en ellas.
Por lo regular, en el ensayo científico divulgativo no se hacen aportes a la ciencia. Sólo se habla de ideas ya elaboradas, de trabajos publicados, acompañados de opiniones del autor, en ocasiones reforzadas por autoridades en la materia tratada. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de que a veces el autor haga pequeños aportes al tema. Por eso, el ensayo es muy personal. Con la autobiografía, es el más personal de los géneros literarios.
Así como el telescopio nos permite una mirada cercana, aunque deficiente, a los cuerpos celestes, la divulgación nos proporciona un acercamiento al conocimiento superior. Con esta mirada imperfecta debemos conformarnos, y el esfuerzo que hagamos, con seguridad, nos reportará emociones gratificadoras. De todos modos, el acercamiento a la ciencia proporcionado por la divulgación científica permite una lectura nueva del universo y sus fenómenos. Lectura que nos proporciona una mejor información sobre el mundo que habitamos y sobre los seres que nos acompañan. Esta información, a su vez, nos capacita para entender hechos y fenómenos que de otro modo no podríamos.
Otra función de la divulgación científica, no menos importante que las ya señaladas, es la de despertar vocaciones, o revelarlas. Un buen libro divulgativo o un ensayo de calidad pueden llevar a muchos jóvenes a definirse por una carrera científica. Es un fenómeno de inducción, especie de contagio de una enfermedad muy sana: el gusto por la ciencia. La divulgación se convierte en un profesor a domicilio.
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