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Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Cultura y Derecho


El diablo hace de las suyas

30 de Marzo de 2012

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José Arizala

José Arizala

www.senderosdelbosque.blogspot.com

 

Transcurrían los últimos años del Conde León Tolstoi. Ya había escrito las obras que le otorgaron la inmortalidad. Pero su espíritu no estaba en paz. Por el contrario, nunca había sentido tantos tormentos en su corazón: confundido y apesadumbrado. Poco tiempo después escaparía de su casa, Yasnaia Poliana, en las afueras de Moscú, con destino desconocido, huyendo de su mujer y de su angustia. Todo terminaría en una anónima estación de tren en 1910. Quizá no era su propia incertidumbre, sino, también, la premonición de que el siglo que comenzaba sería uno de los más terribles de la historia humana.

 

El 19 de noviembre de 1889, terminó de escribir una novela corta que tituló El diablo (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2006), en la que une la pasión de la carne con el sentimiento religioso. La historia es sencilla y trágica. Yevgueni Irténev es un joven aristócrata ruso, elegante, inteligente, buen mozo, con brillantes estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Petersburgo. Poseía una gran fortuna; la vida le auguraba una espléndida carrera. Tenía entonces 26 años. No solo atraía su presencia, sino sus cualidades morales. “Cuanto más se lo conocía más cariño se le tomaba”.

 

Las primeras páginas de la novela las dedica el autor a describir la hacienda, las labores del campo, la vida de los campesinos que viven en ella por la gracia del patrón. No son los miserables siervos de Dostoievski, sujetos a la dura voluntad del Señor, sino campesinos alegres. “El día siguiente era la Trinidad. Hacia un tiempo hermoso y las mujeres de la aldea que, según la costumbre, habían ido al bosque a trenzar coronas de flores, a la vuelta pasaron por la casa señorial y se pusieron a cantar y bailar”.

 

Con el correr de los días surge en el joven Yevgueni una inquietud que se va convirtiendo en problema: necesita el lecho de una mujer hermosa y sana, que él considera imprescindible para su salud y libertad intelectual. Desde luego que él no estaba virgen. En la universidad había tenido sus aventuras amorosas, una que otra costurera, pero nunca se había convertido en un libertino. Sabía que ahora tenía a su disposición numerosas robustas campesinas de su hacienda que estaban dispuestas a satisfacer las ansias y placeres del señor. Pero en su nueva condición prefería una relación estable y seria, propia de un noble y rico propietario de tierras, cultivos de remolacha, caballos y ganado. Y desde luego, de extensos y bellos bosques que alimentaban los arroyos y pozos del lugar.

 

Mas comprende que no debe ir a la ciudad en busca de algo que tiene suficientemente a su disposición. En los caminos del bosque encuentra una muchacha con la blusa blanca, bordada, una falda de color rojo, descalza, lozana, firme y hermosa que le sonreía tímidamente. Averigua que su marido vive en la ciudad, como un soldado, y decide hablarle. Las citas no se hacen esperar. La joven no se siente obligada. Por el contrario, la alegran y entusiasman las caricias del patrón. En cuanto él, ha terminado su abstinencia y conquistado “la libertad de pensamiento, para dedicarse tranquilamente a sus asuntos”.

 

El joven aristócrata se casa con Liza Anneska, alta, fina y larga, con ojos muy atractivos. “Cuando pidió su mano y les dieron la bendición, cuando se besaron como novio y novia, ella quiso estar con él para amar y ser amada”. Pero la desgracia comenzó a llegar al nuevo hogar, como un aliento del infierno. Perdieron el primer niño, la rutina se fue apoderando de ese matrimonio tranquilo, sin sorpresas. Le fue imposible a Yevguenni romper con Stepanida, quien terminó apoderándose de todos sus deseos. Fue eloqueciendo de placer, como si el demonio dirigiera su vida, lo que condujo a una tremenda desgracia.

 

En esta corta novela de Tolstoi, escrita al final de su vida, resucitan todos sus ideales cristianos, se entrelaza el amor más profundo con la pasión sexual más intensa. Su respeto a Dios con la sumisión al demonio. El gran novelista ruso ocultó su obra, que fue publicada póstumamente. Incluso elaboró dos versiones diferentes, en una de ellas mitiga el dolor y la intensidad de sus pasiones.

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