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Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Obras del Pensamiento Político


‘El contrato social’, de Rousseau

25 de Junio de 2013

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

Twitter: @AndresMejiaV

 

Si buscáramos un arquetipo, un ejemplo casi perfecto, de cómo unas cuantas ideas escritas sobre un papel y encuadernadas en un libro pueden impactar de manera radical el curso de los acontecimientos humanos, tal vez no encontraríamos mejor candidato que El contrato social, de Rousseau. Publicado en 1962, este pequeño libro causó una gran sensación en su tiempo. Por su carácter revolucionario fue prohibido en varios países de Europa. Ya en ese entonces, tras varias décadas de Ilustración, existía gran inquietud con respecto a la forma monárquica absolutista de países como Francia, y las mentes inquietas donde se incubaban ideas de cambio leyeron con mucha pasión a Rousseau. En muchos casos dicha lectura estuvo más guiada por las pasiones que por el análisis. El contrato social de Rousseau vendría a ser la obra de cabecera de los jacobinos, facción que tuvo importancia determinante en la Revolución Francesa. También se leyó en América y en la Nueva Granada, donde tuvo devotos como Antonio Nariño, y lectores juiciosos pero algo más cuidadosos como Bolívar. Podría decirse sin temor a exagerar que El contrato social tal vez sea el libro más influyente en la literatura política de la humanidad. No es una obra voluminosa y difícil como El capital de Marx. Por el contrario puede ser fácilmente llevado en el bolsillo, y puede ser leído con fluidez. Tanto así, que él mismo constituye el mejor argumento de quienes sostienen que las ideas sí tienen un efecto causal en la política. Dice una anécdota que Thomas Carlyle, el famoso historiador británico, conversaba alguna vez con un contertulio que desestimaba el poder de las ideas en la política, a lo cual Carlyle contestó refiriéndose a El contrato social: un libro que no contenía más que ideas, pero “cuya segunda edición fue encuadernada con la piel de quienes se reían de la primera”.

 

El autor

Rousseau es uno de los personajes más peculiares en la filosofía moderna. Para nada correspondería con la imagen del filósofo meditativo, un tanto aislado del mundo y con aspecto de sabio. Fue, de hecho, un hombre de mundo, y en su conducta personal fue básicamente un gran sinvergüenza.

 

Nació en 1712 en una familia de clase media de Ginebra, que era por entonces una ciudad-Estado perteneciente a la confederación Suiza. Ginebra era origen y bastión del calvinismo, tendencia protestante que, si bien férrea y severa en su doctrina, vino a incubar y a producir buena parte de las actitudes propias de la modernidad. De hecho, los habitantes de Ginebra se consideraban ciudadanos, y el régimen presbiteriano del calvinismo, es decir, el gobierno de las iglesias por parte de sus fieles y no de obispos, produjo en muchos una forma distinta de ver la política y el Estado.

 

La juventud de Rousseau fue volátil, por decir lo menos. Aprendió algunos oficios y desempeñó algunos empleos de manera un tanto desordenada. En este periodo, según nos relata él mismo en sus Confesiones, su inestabilidad se complementaba con más de un brote de engaño y deshonestidad. Habría parecido entonces un joven sin rumbo.

 

Tenía dos pasiones: la música y la filosofía, y se empeñó personalmente en el estudio de ambas. En un principio lo hizo sin mayor éxito. Pero su nombre se hizo conocido cuando, en 1750, la Academia de Dijon organizó un concurso de ensayo con el siguiente tema: ¿El desarrollo de las ciencias y las artes ha producido progreso moral? Rousseau concursó con un ensayo que vendría a ser su primera gran obra, el Discurso sobre las artes y las ciencias. Ganó el concurso, y llamó la atención de los intelectuales de Francia.

 

En el Discurso de 1750 Rousseau expone por primera vez una de sus ideas más firmes: la de que el hombre es moralmente bueno en su estado natural. La vida en sociedad va corrompiendo esa pureza natural, y va creando los males propios de la vida humana. Las artes y las ciencias no han mejorado a aquel hombre que era tan bondadoso en su condición natural.  Nótese que, aun cuando normalmente se considera a Rousseau como un autor típico de la Ilustración, esta tesis sugeriría lo contrario. Los autores ilustrados tenían gran fe en el progreso de las ciencias y las artes, y muchos de ellos estaban totalmente convencidos de que dichos progresos producían también un perfeccionamiento humano integral. Esa idealización del hombre primitivo, ese desprecio por los progresos del intelecto son completamente contrarios a la filosofía ilustrada.

 

Y vendría Rousseau a repetir la tesis en 1755, con su Discurso sobre el origen de las desigualdades entre los hombres. Este comienza con la famosa aserción de que la sociedad civil empezó cuando alguien plantó una cerca y dijo “esto es mío”, y los demás fueron tan ingenuos como para creerle.

 

Ya convertido en una especie de celebridad en ascenso, Rousseau se relacionó con los filósofos y escritores más importantes de su tiempo (y con casi todos se comportó como un patán). Voltaire se burlaba de su filosofía, y decía que daban ganas de caminar en cuatro patas al leer los Discursos de Rousseau (al segundo lo llamaba “vuestro libro contra el género humano”).

 

El contrato social

En medio de una vida de debates, exilios y viajes produjo Rousseau su obra más famosa, El contrato social.

 

Siempre amigo de empezar sus obras con frases impactantes, Rousseau abre el primer capítulo con una tesis que pasará a la historia: “El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla entre cadenas”. Allí, vemos, sigue estando presente su idealización del hombre primitivo.

 

El contrato social pertenece a la más importante de las tendencias en filosofía política, a saber, el contractualismo. Es decir, la tesis según la cual el origen y/o fundamento del poder político es un acuerdo entre los hombres. Ya esta idea la habíamos visto en Hobbes y en Locke. Vendrán otros.

 

Frente a una filosofía contractualista se erige siempre una pregunta: ¿qué pretende el autor con su teoría del contrato entre los humanos?; ¿pretende explicar el origen histórico de la sociedad (cómo surgió) o pretende explicar en qué se fundamenta la soberanía legítima? En el caso de Rousseau, podemos al menos decir que su teoría sí apunta a establecer el fundamento de la soberanía legítima, del ejercicio legítimo del poder político, y las consecuencias que tal cosa tiene.

 

Como muchos contractualistas, Rousseau empieza planteando o describiendo la condición original de la humanidad: la de un hombre naturalmente libre cuya “primera ley” es procurar su propia preservación. Las realidades de la existencia crean sin embargo un grado mayor de complejidad, llegando a un punto en el cual, según Rousseau, los hombres hayan que las dificultades para persistir en el estado natural son ya demasiado grandes. Se ven entonces obligados a abandonarlo. Pero según Rousseau, no es posible engendrar nuevas fuerzas sino redirigir las existentes. Por ello, los hombres deben unirse en un pacto de acuerdo con el cual “se halle una forma de asociación que defienda y proteja mediante la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y en la cual, al unirse el hombre con todos, aun así obedezca solo a sí mismo, y siga siendo tan libre como antes”.

 

En esta idea del contrato social la soberanía queda claramente fundamentada en un acuerdo general de individuos libres. Tiene por tanto un talante muy democrático. Pero hay elementos polémicos en lo que se refiere a la libertad humana y a los derechos del individuo. ¿Por qué? Una de las innovaciones teóricas de Rousseau es la de postular una entidad abstracta llamada “la voluntad general”. No significa lo mismo que la voluntad mayoritaria, o las voluntades de los individuos. Es una especie de fuerza abstracta, originada en ese soberano, abstracto también, que nace del contrato social. Rousseau llega a afirmar que “la voluntad general nunca se equivoca y siempre tiende hacia el bien público”. No es un misterio entonces que en esta teoría se haya visto el germen del despotismo mayoritario, simbolizado sobre todo en la época del terror que siguió a la Revolución Francesa. Si la “voluntad general” es infalible, los que se proclaman ejecutores de esta reclamarán también infalibilidad, y derecho a imponerse por la fuerza.

 

***

 

Nuestra “tertulia con inmortales” nos llevará, en la próxima ocasión, a revisar la obra política de uno de los más grandes filósofos de la historia humana: Immanuel Kant, concentrándonos en dos pequeños escritos suyos: La paz perpetua e Idea de una historia universal en sentido cosmopolita.

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