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ETC / Cultura y Derecho


El arte del acuerdo

28 de Noviembre de 2014

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com  

Twitter: @AndresMejiaV

Jeb Bush, exgobernador del Estado de Florida, hijo y hermano de presidentes, hizo hace dos años una declaración que causó conmoción, y que en parte está vigente hoy: de acuerdo con las palabras de Jeb Bush, Ronald Reagan, el célebre presidente que gobernó entre 1980 y 1988, a quien se recuerda por haber presidido sobre el principio del fin de la Guerra Fría, y quien es una de las figuras más reverenciadas por la derecha estadounidense, este hombre, de acuerdo con Jeb Bush, tal vez no sería aceptado en el Partido Republicano de hoy.

 

¿A qué se refería el exgobernador? En el 2012, cuando dijo estas palabras, la facción conocida como Tea Party había emergido como un poderoso y fundamentalista grupo dentro del partido de Lincoln, y había contribuido a acentuar la polarización política del país. En virtud de tal fenómeno de polarización, el logro de acuerdos entre los dos grandes partidos norteamericanos se ha vuelto casi imposible. Cuando la política de un país se polariza, quienes están en los extremos aplican una presión constante sobre quienes están en el centro, y los denuncian ante el electorado como tibios, como timoratos, insuficientemente comprometidos con las ideas. Esto último, curiosamente, ha sido facilitado por las prácticas de redefinición de distritos electorales (“gerrymandering”), gracias a las cuales se han delineado distritos con alta homogeneidad ideológica: distritos donde casi todo el mundo es republicano o demócrata. Ambiente perfecto para el florecimiento del extremismo.

 

Y se dejó atrás, entonces, la que era una de las más grandes tradiciones de la política norteamericana: la construcción de acuerdos.

 

Por ser EE UU una democracia presidencialista, los miembros del Congreso son relativamente libres en la decisión de su voto. Es decir, no se sienten tan obligados a votar en bancada como sucede en los sistemas parlamentarios, donde parte del parlamento está en el gobierno y la otra se le opone. Por la razón mencionada, el proceso de aprobación de leyes en EE UU usualmente se realizaba mediante intensas gestiones para convencer uno por uno a los congresistas de votar. Y en ocasiones, se realizaban también negociaciones más colectivas, con los representantes de los partidos.

 

Dos personajes de la historia estadounidense ejemplifican muy bien esa tradición. En primer lugar el republicano James Baker, quien ocupó varios cargos en los gobiernos de Reagan y Bush padre. Y en segundo lugar, con mención laureada, el presidente demócrata Lyndon B. Johnson, tal vez el mejor negociador político y el mejor constructor de acuerdos que conozca la humanidad.

 

James Baker trabajó en la administración Reagan como Jefe de Gabinete (Chief of Staff) y como Secretario del Tesoro. Fue, junto con el presidente, el principal responsable de la intensa política de construcción de acuerdos políticos de dicha administración. Reagan y Baker eran republicanos de la vieja escuela, convencidos de sus ideas, pero capaces de hablar y de ceder.

 

A ello se refería Jeb Bush al decir que Reagan no sería aceptado en el partido republicano de hoy. De hecho Baker, quien todavía se mantiene parcialmente activo en política, es objeto de odio por parte de los extremistas del Tea Party. Finalizada la administración Reagan, Baker tuvo otra oportunidad de poner en práctica sus dotes de líder y negociador, cuando, actuando como Secretario de Estado de George Bush padre, organizó una coalición de 34 países para repeler el ataque de Saddam Hussein a Kuwait. Gran diferencia con la aventura unilateral y trágica de Bush hijo. El libro The Politics of Diplomacy, que contiene las memorias de James Baker, es una cautivadora lectura.

 

El caso de Lyndon B. Johnson es aún más asombroso, y ha sido documentado por el historiador Robert Caro en la voluminosa biografía que ha escrito del presidente demócrata (cuatro volúmenes hasta ahora, otro en preparación). La persistencia personal, y la capacidad de influencia, hacían que Johnson fuera capaz de sacar adelante prácticamente cualquier proyecto de ley. Prueba de esto es que fue ese presidente, blanco, sureño de Texas, demócrata cuando todavía los segregacionistas estaban en ese partido, quien a punta de teléfono y reuniones logró hacer aprobar, en 1964, la Ley de Derechos Civiles, uno de los más grandes hitos en la historia de ese país. El cuarto volumen de la biografía de Caro narra en detalle este episodio. Es una lástima que la memoria de Johnson se hundiera en el fango de su más grande error: profundizar la guerra de Vietnam. Y por ello, más no por sus habilidades como constructor de acuerdos, es recordado en la historia.

 

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