Et cetera / Doxa y Logos
El analfabetismo empático
02 de Septiembre de 2015
Nicolás Parra |
El pasado 28 de julio, mi profesor de Derecho Penal y amigo, Juan Carlos Forero, en su discurso de posesión como Decano de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, sostuvo de manera elocuente y atinada que el Derecho debe comenzarse a pensar desde la ética de las virtudes y eliminar el “analfabetismo empático”, como él lo denomina, que ha contagiado a una buena parte de los profesores, abogados y jueces.
Muchos años atrás, William James, uno de los padres de la filosofía pragmatista estadounidense, escribió un texto titulado Acerca de cierta ceguera humana, en el cual afirmó que los seres humanos sufren de una ceguera que les impide sentirse afligidos por los sentimientos de otros seres humanos. Esta ceguera no es otra cosa que la inhabilidad humana de ver al otro en su dimensión emocional e individual; la incapacidad de vivir y sentir con el otro su sufrimiento y, sobre todo, la imposibilidad de comprender al otro en su infinita singularidad. Si no podemos ver al otro, ¿cómo es posible hablar de dignidad humana? Si un abogado no cultiva la visión moral y la empatía, ¿cómo es posible hablar de justicia?
El discurso de Forero es un bálsamo para aquellos que creemos que es necesario situar la empatía como fundamento de una cultura jurídica humanista. Y una forma de hacerlo es acudiendo a la literatura, pues la novela nos permite “ponernos en los zapatos del otro” y ver a través del otro las texturas y matices de la realidad que en nuestra ensimismada experiencia no se dejan ver o no queremos ver. Por eso coincido con él en que en estos tiempos turbulentos necesitamos al “abogado literario”, al abogado que, como lo sugiere invocando a su maestro Francisco Herrera, se preocupe no tanto en cómo debemos obrar, sino cómo deberíamos ser. Hay que transformar la educación jurídica para que, en lugar de reflexionar sobre la acción correcta, tenga como punto de partida los hábitos y el carácter que una persona justa debe cultivar.
Uno de esos hábitos es la empatía, que en su concepción aristotélica significa “sentir en otro” o “sentir con otro”. Una vez podamos sentir con otro y ver al otro en toda su singularidad nos alejaremos de la “cierta ceguera” de la que habla James o del “analfabetismo empático” al que se refiere Forero. De lo contrario, nos será imposible entender como abogados que la realidad no se reduce a las normas ni la ética a las obligaciones, sino que la realidad desborda lo normativo y la ética comienza con el carácter que cultivemos.
El abogado de nuestro tiempo debe abrir su mente y dejar de mirar el árbol, como decía Hegel, para comenzar a observar el bosque completo. Es necesario que los abogados adquieran conocimientos extrajurídicos, que acudan al arte y a la literatura para comenzar lo que Forero acertadamente denomina el “desmantelamiento de los perjuicios y el odio”. El abogado de nuestro tiempo debe entender, como lo exhorta Forero, que ser buen abogado y ser buena persona no es un dilema, sino un sofisma que excluye a la justicia del pensamiento jurídico y a la ética de nuestra vida. El discurso de posesión de Forero es un oasis que nos permite rescatar la importancia de la literatura y la ética en la educación jurídica para cultivar emociones morales como la empatía, que afina nuestra aproximación al otro y a nosotros mismos.
Una de las frases más bellas que pronunció Forero en su discurso y que uno siente deben estar inscritas en el alma es que “la empatía nos permite ver en el otro algo de mí y ver en mí algo del otro”. El Derecho fundado en la empatía es ese espejo que nos revela nuestra propia humanidad en el otro y la humanidad del otro en nosotros mismos. Sin una comprensión genuina de qué significa esa naturaleza “especular” del Derecho, será imposible que entendamos su vínculo con la justicia. En palabras de Forero, “una oficina de abogados o un despacho de juez en el que solo habite el Derecho es un lugar donde nunca se asomará la justicia”.
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