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Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Crítica literaria


¿Dónde comenzó el fútbol?

28 de Junio de 2013

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Juan Gustavo Cobo Borda

 

Juan Gustavo Cobo Borda

 

 

Juan Esteban Constaín (1979) arma una fábula erudita, un pastiche cultural, para averiguar cuándo empezó el fútbol: Calcio (Seix- Barral).

 

Él sospecha que fue en Italia y más concretamente en Florencia donde el profesor de Historia Cultural, Peter Burke, en su libro Formas de historia cultural, nos advirtió: “En cualquier caso, parece que este tipo de humor tenía una importancia especial en Italia, particularmente en Florencia, la capitale de la beffa” (p. 114).

 

Burke es catedrático en Cambridge, pero la novela de Constaín se halla ambientada en Oxford, y su pesquisa concluye con la revelación de que el primer partido tuvo lugar el 20 de febrero de 1530 entre los ejércitos imperiales de Carlos V y los ciudadanos de la república de Florencia en la plaza de Santa Croce.

 

Carlos V, próximo a ser coronado emperador por el papa Clemente VII, acepta el desafío de esa ciudad cercada y bombardeada por sus tropas desde hace varios meses. Muchos actores participan en ese teatral espectáculo. Desde indígenas mexicanos, recién llegados de América, hasta Miguel Ángel Buonarotti que marca el campo y Maquiavelo que publica un breve tratado sobre la forma de realizar el juego. Sin olvidar a Gonzalo Jiménez de Quesada, por entonces en la península al servicio del espionaje de Carlos V. Y el que sería más tarde su rival histórico-literario, el obispo de Nocera, Paulo Jovio, contra el cual arremetería años más tarde en su pesado mamotreto Antijovio.

 

En fin, que el juego queda 3-3 y el asedio continúa, con todos los horrores correspondientes. La tregua deportiva no concretó la paz y los florentinos en librea de verde y blanco y los españoles con jubón negro, en escuadras de treinta hombres, realizaron un espectáculo colorido, con sus airosos pendones: “la flor de lis de la república, púrpura y brocada, y el águila imperial de Carlos, rampante” (p. 167).

 

Pero esta batalla, solo de pies, nunca de manos, para incrustar la bola en la portería del adversario, es reflejo (y aquí asoma Borges, sonriente, ya que abominaba del fútbol) de otro combate más cruel. Aquel en que se ensarzan los profesores de Oxford cuando un judío italiano, el catedrático Arnaldo Dante Momigliano, refugiado en Inglaterra, afirma que el fútbol empezó en Italia. Quién dijo miedo. Uno de los oyentes, el profesor Winwood era miembro importante de la Asociación de Fútbol de Inglaterra y el asunto debe dilucidarse ante un tribunal ad-hoc.

 

Momigliano se enfurece, no le importa regresar a Italia, a escuchar los gritos, puños en alto y mal gusto de Mussolini, además de perseguidor de los judíos. En todo caso, el tribunal terminará por sesionar, casi en una feliz parodia de Alicia en el país de las maravillas, o al otro lado del espejo: con la presencia del rey Jorge y un tribunal de figuras tan célebres entonces, como ignoradas hoy, tal el caso del historiador Arnold Toynbee.

 

Se llega a la conclusión de que el honor y el fútbol se dirimen a patadas en la cancha, como sucederá el 5 de mayo de 1948 entre las selecciones de Italia e Inglaterra, en Turín, donde Italia perderá 4-0. El fútbol tiene un dueño: Inglaterra, y la erudición griega y latina y futbolística un destino: el olvido.

 

Tal la melancólica conclusión de estas páginas ardientes al servicio de una causa perdida: quien fue el primero. Eso ya no importa pues Abel y Caín se funden en uno solo y los altivos imperios eurocéntricos, como debe decirse en forma políticamente correcta, no son hoy más que mendigos de Fondos Monetarios y Bancos Europeos. Queda, sí, el humor y la figura atrabiliaria de Dante Momigliano, una última encarnación borracha del gran erudito, que Constaín ama y rearma con tanto gusto y placer.

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