Especial Día del Abogado
Derecho: pensar para aprender y aprender para pensar
23 de Junio de 2016
Pedro M. Osma G.
Decano Escuela Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana Seccional Bucaramanga
Cuando piensa en términos de Derecho, ¿cuál de sus hemisferios cerebrales utiliza? ¿El derecho o el izquierdo?
La paradoja a que se enfrenta un proceso académico como el de los programas de Derecho es educar jóvenes científicamente aptos para ejercer como abogados en una comunidad jurídica con puntos de vista muy estrechos, que subsumen a la sociedad en la desesperanza de una justicia que no lo es.
Por lo tanto, es de observarse que la deuda de las facultades de Derecho para el tercer milenio en curso es la formación integral de profesionales que vayan en procura de una sociedad avanzada en el reconocimiento de los principios y valores del ser humano. Así, las rutas del proceso académico para las futuras generaciones de abogados deben construirse sobre la formación integral, partiendo de la humana como desarrollo ético de lo que es valioso para aplicar el complemento de la formación científica e investigativa.
Hablar de educación es reflexionar del medio donde se desarrolla el individuo y, por ende, saber cuál es el plan y guía que permita al futuro abogado saber cómo llegar a un puerto seguro en el fin último planteado por el estagirita, que es la felicidad. De ahí, la necesidad lógica de la sociedad es tener una administración de justicia que responda a su equilibrio en el conjunto de normas, principios y valores que les son inherentes tanto de suyo a la persona como aquellos surgidos en sus relaciones con los otros.
Por tanto, enfocar la formación integral para los futuros abogados es enseñar a conectar los hemisferios: el izquierdo, con su lógica procesal y consecuencial, con el derecho, holístico e intuitivo en la resolución de conflictos y en el entendimiento del Derecho, donde los ciudadanos puedan sentirse seguros por tener unos profesionales que comprenden las relaciones humanas desde su cientificidad.
Los abogados deben tener en cuenta que su saber tiene una utilidad social que responde a la construcción de la democracia y una asesoría de la individualidad de los casos de cada cliente, respondiendo ambas a la calidad de vida de las personas y de la comunidad. La primera responde a la potencialidad del Estado con efecto positivo o negativo según sea el interés de los juristas, si prima el bien común o el individual. El segundo depende de la índole del agente, y en ella surge la confianza de la cual se espera que el profesional del Derecho aboga por el valor de la justicia.
Ética y formación
La conciencia ética de las facultades de Derecho tiene que estar en permanente reflexión, desde el desarrollo de competencias y capacidades por fortalecer en los estudiantes, donde la verdad sea presentada con el interés de evaluar permanentemente el proceso jurídico del país y el mundo, y no de la simulación de esta. Las universidades deben dejar de ser burbujas que protegen a los estudiantes de la realidad. Por el contrario, son y están llamadas a acoger el futuro en interés del deber ser de cada uno e incluirlos dentro de un marco social comunitario.
Parafraseando a Hannah Arendt, hay que enseñar con libertad para dignificar la profesión del Derecho. Esto es enseñar a pensar, como acto de reflexión donde el estudiante interioriza la realidad para mejorar la práctica jurídica, incluyendo liberación de prejuicios, connotaciones negativas de la profesión y dignificación del ser del abogado como intérprete del Derecho y el entorno que lo rodea. Es pensar lo jurídico desde la razón y la pasión humana.
Paulo Freire habla también de la educación como práctica de la libertad, y plantea que esta debe ser clara, dialogante, precisa y aterrizada en la realidad que circunda al discente para así poder entender el mundo que le rodea; una educación continua de sujetos interactivos, no la confrontación entre un universo activo (docente) versus otro pasivo (estudiante). Para Freire, dicha libertad está unida a la autonomía como capacidad de decisión; es una educación transformadora, que reconoce al otro, multidimensional y, por ende, no dominativa.
La educación en el Derecho es reflexión y acción para la transformación del mundo, no una mera transmisión de conocimiento. Por lo tanto, hay que entender que el futuro profesional se está preparando para interactuar con el otro de una manera cualitativa que redunda indudablemente en un resultado cuantitativo como resultado de la interacción. Los planes de estudio en las facultades de Derecho deberían responder a la integralidad y existir en razón de ser transformadoras y no solo transmisoras. Además, el ejercicio ético de la enseñanza integral no es solo del docente, sino debe responder a un actuar permanente de todos los involucrados en el proceso de formación, pues en la enseñanza adecuada no hay recetas de excelencia, pero sí compromisos de continua mejora.
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