Crítica Literaria
David Sánchez Juliao (1945-2011)
21 de Octubre de 2011
Juan Gustavo Cobo Borda
|
“Todo el mundo lo llamó a uno el turco, ¡y yo no soy turco! Soy de Zahle, Líbano”, así nos presenta David Sánchez Juliao, nacido en Lorica, en 1945, y fallecido en el 2011, a su personaje Abraham al Humor. Quien vive, por cierto, en Lorica, “ciudad antigua y señorial, a orillas del río Sinú y sobre la Costa del Caribe”, donde administra su almacén El Barata (que luego descubriremos que no se trata de precios reducidos, sino del nombre El Pirata), donde vende telas de la mejor marca, artículos para el hogar y zapatos importados por la aduana o por Panamá.
Al poner en práctica su literatura casete, Sánchez Juliao se involucra como atento oyente de don Abraham, con las graciosas inflexiones y erratas de quien pierde su idioma nativo y no asimila del todo la lengua de su nuevo destino. Pero el impertérrito regenta su tienda, hace propaganda radial, grabada por él mismo, a través de Radio Progreso de Córdoba y, en forma democrática, atiende igual “al indio flojo, al negro pícaro o al blanco contrabandista”, renegando, de paso, de la indolencia tropical de sus nuevos compatriotas y de las bromas, desaires y chismografía que en torno suyo tienden los ociosos del lugar. Pero él tiene el orgullo satisfecho de su raza, trabajadora y con plata. Estos apellidos, Abdallah, Jattin, Char, Gossaín, Manzur, Morad, Amin, Saleme, Turbay, Ayala, lo respaldan, y el viejo caserón de madera, al “frente de la esquina norte del Mercado Municipal, diagonal al edificio de Chéquere Fayad”, es punto de encuentro de todos los habitantes, quizás no siempre compradores, pero sí habituales que propagan bulos, rumores o maledicencias, sea de pie o en taburete, como corresponde al estilo de estas gentes y su cultura oral y descomplicada.
Gente a la cual conoce a fondo, pues, desde 1930, la ha surtido a punta de popelina, opal, zaraza, etamina, tafetán, percal, otomana, dril armada, organdí, coleta margarita, tela gloria y galletica everley. En el treinta llega él, y el carro, en 1940; el teléfono, en 1950; la televisión, en 1960; la emisora, en 1970; llega el hombre a la luna y, ahora, en 1980, el hijo mayor, Farid, se va a graduar de Veterania (que traducido, más tarde, comprendemos que es Veterinaria).
El cuento se sustenta en la gracia verbal, en el carácter de víctima perpetua que padece don Abraham, hasta el punto de que un grupo de parroquianos ha decidido alquilar una oficina en la plaza del pueblo para no hacer nada, sino reírse de él. Y su comadre, Josefina Horóscopo, de Chibolo (Magdalena), al verlos les gritó: “Se van a herniar, carajo, de tanto trabajar” (p. 399), por lo cual la oficina terminaría por llamarse La Hernia.
Rescate, entonces, de figuras de entraña popular, el texto forma parte de esa década creativa en que Sánchez Juliao, de 1973 a 1983, produjo El pachanga, El flecha, Historias de raca mandaca y Nadie es profeta en Lorica, donde la voz del autor, sus picarescas inflexiones y su comprensiva empatía con el carácter popular, hacía que este comunicador y sociólogo intentara darle un sentido político a ese recate de tradiciones y mestizaje, a lo cual no era ajeno, de ningún modo, el trabajo de Orlando Fals Borda, en lo que luego sería la Historia doble de la costa, y a la agitación proselitista en torno al secular problema de la tierra, en medio de los grandes latifundios de la costa y las asociaciones de usuarios campesinos. Pero lo que cuenta, en este caso, es el humor como arma y la fórmula mágica para salir del atraso: “poner un impuesto a la flojera”, utilizando como lema el escudo del Líbano, con su divisa “Orden y ahorro”. Sin olvidar que, en 1957, por ejemplo, las actas del Concejo Municipal de Lorica fueron escritas en árabe: todos sus miembros formaban parte de dicha comunidad.
La voz de David Sánchez Juliao, al narrar en casete estas historias, mantuvo vivo el tejido de los diversos tipos sociales, sus variados estatus y, además, de su modo único de hablar. También la conciencia de las gentes sobre sus orígenes, trabajos, sueños y porvenir. Los narradores orales iniciaron los relatos que dan sentido al mundo, y aún continúan vigentes.
Pero David Sánchez Juliao los narró en su voz inconfundible y penetrada por el aliento de su tribu y también los escribió en un logro de fusión y travesura, que es una recreación que vale la pena recordar y disfrutar.
Opina, Comenta