13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 15 minutes | ISSN: 2805-6396

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Cultura y Derecho


Cuatro películas (del archivo)

06 de Septiembre de 2013

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

Twitter: @AndresMejiaV

En la temporada julio-agosto morimos de sed los amantes del buen cine. Si en febrero y marzo nos llueven montones de buenas películas, y aquello se ambienta en la temporada de festivales y premios, el verano del hemisferio norte trae consigo la escasez de buenas cintas, y nos arroja una avalancha de películas de vacaciones, buena parte de las cuales son malas repeticiones o malas continuaciones de películas ya de por sí malas.

 

Es una buena ocasión, por tanto, para ir al archivo: Netflix, el DVD y algunas salas independientes son nuestra salvación en estos días. Quise entonces aprovechar la ocasión para compartir con los lectores mi gusto por cuatro películas, todas ellas geniales como obras cinematográficas, y articuladas alrededor de un tema que debería merecer la mayor atención por parte de los estudiosos del Derecho.

 

¿Cuál es ese tema? Es la cuestión de las pasiones irracionales colectivas, y cómo el Derecho debe lograr la contención de estas.

 

Si los seres humanos fuésemos perfectamente racionales, tal vez no serían necesarias las normas jurídicas. Nuestra conducta se orientaría de acuerdo con una armonía natural de intereses racionales. Además, los juicios sociales sobre los otros seres humanos se fundamentarían en un análisis sereno y racional: no existirían el racismo, los prejuicios de toda clase, y las oleadas de pánico en la opinión pública que tan frecuentemente empujan a las autoridades a abusar de su poder.

 

Eso, claro, si fuésemos perfectamente racionales. Pero gran parte de nuestras ideas y nuestras decisiones están motivadas, no en la razón, sino en el prejuicio y en el miedo. Damos entonces origen a fenómenos de irracionalidad masiva de los cuales terminan siendo víctima seres humanos de carne y hueso. Por ejemplo, fenómenos masivos de prejuicio racial, que llevan incluso a que actos criminales contra miembros de ciertos grupos étnicos sean vistos con clemencia. O fenómenos de pánico público, comprensibles tal vez en su causa, pero que muy pronto llevan a excesos de poder: casos por excelencia son el miedo al terrorismo y el horror al abuso sexual infantil.

 

Disfrutemos y alimentemos estas reflexiones entonces con cuatro buenas películas. Doce hombres en pugna (1957), del gran director Sidney Lumet, presenta un reparto maravilloso de actores encabezado por Henry Fonda. El escenario es el de un juicio con jurado: esta institución, liberal en sus orígenes, tiene el problema de ser muy vulnerable al prejuicio popular y a la pobre metodología del hombre común. Un pulso de fuerza entre estos prejuicios y una racionalidad casi socrática se presenta en esta cinta, en medio de gran suspenso.

 

Recomiendo también Missisippi en llamas (1988), del director Alan Parker, protagonizada por la estelar pareja de Willem Dafoe y Gene Hackman. Es un caso de la vida real: en medio de la absorbente y hegemónica cultura racista de un pequeño pueblo del Sur Profundo en los años sesenta, un crimen contra un muchacho negro y dos activistas de derechos civiles se convierte en un pulso entre dos fuerzas: la que puja por mantener la tradición local (incluso a través de los fallos judiciales locales) y la que puja por introducir la nueva legislación de derechos civiles incluso si ello significa imponerla sobre una población mayoritariamente racista.

 

Y si hablamos de pánicos sociales, terminaría recomendando dos extraordinarias películas. En el nombre del Padre (1993), del irlandés Jim Sheridan: el pánico por el terrorismo, ocasionado por una serie de crímenes horrendos, presiona a las autoridades a dar resultados, de tal manera que estas rompen los límites de la ley para inculpar a unos inocentes. La película tiene las actuaciones de Daniel Day-Lewis y Emma Thomson. Y recomendaría finalmente una película más reciente, la cual todavía puede encontrarse en salas independientes. Se trata de la cinta danesa La cacería (2012), protagonizada por Mads Mikkelsen y dirigida por Thomas Vinterberg. Pocos crímenes hay tan censurables como el abuso sexual de menores. Y pocos crímenes, además, despiertan de manera tan viva el temor y el instinto de defensa de un padre o una madre. Estos sentimientos, comprensibles como sin duda son, resultan tan intensos que fácilmente pueden desembocar en fenómenos masivos de injusticia y persecución, verdaderas cacerías de brujas. Una ilustración de este fenómeno puede verse en la película recomendada.

 

Espero, entonces, que con estas recomendaciones puedan aprovisionarse para el fin de la temporada seca, mientras esperamos el advenimiento de nuevas películas.

 

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