Curiosidades y…
Crimen y castigo III
28 de Noviembre de 2011
Antonio Vélez Especial para ÁMBITO JURÍDICO
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Un mal día recibimos de repente un golpe certero en el cerebro, o nos aparece un tumor, una trombosis o un desequilibrio de neurotransmisores… y cambiamos como sujeto: el mismo soma con distinta mente. Aquel ciudadano correcto, incapaz de matar una mosca, se torna en un asesino sangriento, despiadado. Nuestra cordura desaparece de un solo golpe y… nos encierran en un calabozo o nos aplican una inyección letal. Por algo que no podemos evitar: las emociones manipulan nuestra voluntad; no obstante, somos una clase de enfermo que, reconozcámoslo, no puede andar libre… pero que, además, la sociedad quiere tomar venganza de nuestros actos. La ley del talión de los humanos: ojos por ojo.
La verdad es que no se toman en cuenta los múltiples casos que parecen reducir la responsabilidad de los ciudadanos. Se supone que una persona normal dispone de conciencia y voluntad: la primera decide; la segunda, ejecuta. Pero nada hay tan equivocado como aceptar que la conciencia es la responsable de nuestros actos. Olvidamos que nuestras decisiones están fuertemente ligadas a los estados cerebrales, así que al producirse una anomalía en estos, conciencia y voluntad se ven afectadas y pierden su capacidad de actuar correctamente.
Podemos agregar algo más: investigaciones recientes crean serias dudas sobre la existencia del libre albedrío o libre voluntad. Se ha encontrado que medio segundo antes de que una persona tome una decisión consciente que involucre algún movimiento, el cerebro ya ha iniciado los preparativos para dicha acción. Lo de “libre” pierde sentido por escaso medio segundo, más de lo que tarda uno en tirar del gatillo. Los investigadores infieren de allí que lo que llamamos libre albedrío tiene sus raíces en procesos neurológicos sumergidos en zonas oscuras e inescrutables de nuestra conciencia. “Si la libre voluntad existe -afirma el neurólogo David Eagleman (Incognito: The secret lives of the brain)-, es solo un pequeño factor que gobierna en compañía de una inmensa y poderosa maquinaria automática”.
Eagleman tranquiliza a muchos expertos en Derecho Penal: “Explicación no es exculpación. No se trata de abandonar los castigos, sino de redefinir la manera como se debe castigar”. La conclusión es que muchos criminales deben ser tratados como incapaces de haber actuado de otra manera. Sin embargo, para un funcionamiento correcto de la sociedad, debemos retirarlos de las calles; en particular, a esos sujetos que han demostrado ser muy agresivos, que les falta empatía o que son incapaces de controlar sus impulsos, pues representan una amenaza para los demás, ya que las probabilidades de reincidir son altas.
El neurólogo Michael Gazzaniga defiende la idea de que la determinación del estado mental de un reo resulta crucial a la hora establecer su grado de responsabilidad. En consecuencia, que el sistema legal requiere una simbiosis entre leyes y neurología; que el mundo de las leyes debe iluminarse con destellos de neurociencia. El comportamiento criminal debe mirarse como se mira al epiléptico, al depresivo… Que no se trata siempre de un ser demoniaco, sino de un enfermo que requiere medicamentos y terapia. Gazzaniga espera, además, que algún día la neurociencia imponga una revisión de las normas procesales a la hora de determinar la culpabilidad de un individuo y decidir su pena, que debe estar calibrada fundamentalmente por el riesgo de reincidir; que una visión biológica profunda permitirá un cálculo más atinado de las posibilidades de cometer más crímenes. Así mismo, espera que este enfoque proporcione mejores procedimientos para rehabilitar a los delincuentes, ya que la prisión es la peor solución.
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