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ETC / Curiosidades y…


Crimen e indiferencia

27 de Marzo de 2015

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Antonio Vélez M.

 

 

Crístofer Chávez, conocido con el sobrenombre de El Desalmado, ya había pagado casi 15 años de prisión por homicidios cometidos en San Vicente del Caguán (Caquetá) y en El Hobo (Huila). Ahora se le responsabiliza de asesinar a cuatro menores, lo que prueba que con esta clase de individuos el efecto disuasorio del castigo no funciona. Su testimonio, publicado en la revista Semana, nos deja horrorizados ante la sangre fría con la que actuó. El asesino, al momento de ser capturado por la Policía, confesó su fechoría sin dar señales de preocupación, ni arrepentimiento. Tampoco le teme a la cárcel. Dijo así, sin inmutarse: “Ahí los maté, empezando por el mayor porque él estaba en la orilla, pegándoles yo de a un tiro a cada uno así como estaban acomodados en el suelo. Primero el de 17, luego el de 12, después la de 10 y de último el de 4”. Luego, el  desalmado sujeto fue por una niña de 14 años de edad que estaba en la pieza contigua, ante lo cual y para salvarse, la pobre inocente se desnudó diciéndole que hiciera con ella lo que quisiera. El hombre no respondió a las acechanzas del demonio, por lo que la niña se acostó, protectora, encima de sus hermanos. “Chencho me dijo ‘matala’, mientras empacaba el computador que tenían. Luego de hacerlo vi que el niño de 17 años estaba todavía respirando y ahí le pegué otro tiro y salí de la casa”.

 

Esta narración deja frío al lector, y le cuesta entender cómo una persona puede matar con semejante tranquilidad e indiferencia, una historia que a cualquier lector le pone los pelos de punta. ¿Es posible que una persona no muestre el menor impedimento moral para realizar semejante acto?, nos preguntamos. El lector normal no puede entender cómo un ser dotado de conciencia puede hacer lo que hizo Chávez, para recibir a cambio unos pocos pesos de recompensa. La sola narración de los hechos nos horroriza, pues la ejecución de un acto tan inhumano no es siquiera concebible. Nos vemos obligados a concluir que el cerebro de ese criminal es completamente anormal, que carece de sentimientos y compasión. Es un cerebro monstruoso.

 

¿Tiene la culpa Crístofer Chávez de haber recibido de la madre naturaleza semejante cerebro? ¿Él lo eligió? ¿Tuvo acaso la oportunidad de educarse, de recibir un trato amable desde su nacimiento? Los estudiosos de la conducta humana saben muy bien que una infancia traumática, miserable, en medio de hambrunas y necesidades desde la cuna –pero ¿cuál cuna?–, sin hogar, recibiendo maltratos en lugar de mimos y cariño, y tantas otras circunstancias que a muchos humanos les toca sufrir, dan como resultado individuos anormales, crueles, desalmados, insensibles ante el dolor del prójimo, inmanejables. No conocemos la infancia de Chávez, pero podemos sospechar que no nació entre arrullos, mimos y canciones, con todas sus necesidades fundamentales satisfechas. Más bien, inferimos, debió nacer entre gritos, golpes, hambrunas, malos ejemplos…

 

Lo anterior no significa que la sociedad debe exonerarlo del castigo, pues una vez formado el cerebro, o deformado, las conductas anómalas son imposibles de modificar; esto es, el cerebro de un individuo así ya fue echado a perder, irremediablemente. No se descarta la posibilidad de que, amén de su educación, su cerebro también posea sicopatías heredadas, lo que complica aún más el problema de corregirlo y volverlo apto para convivir en sociedad. En suma, ese sujeto será siempre un peligro para los demás, luego debe aislarse, no con el fin de que aprenda y se corrija, pues esto sería un verdadero milagro, es decir, un imposible, pero sí para evitar que tenga oportunidad de repetir sus actos delictivos. Y la cárcel debe ser su residencia permanente mientras se encuentre vivo.

 

¿Qué le debe Chávez a la sociedad en donde nació y creció? ¿Qué oportunidades se le brindaron para que pudiese llevar una vida normal y pacífica? Sospechamos que Chávez tendría razón si dijese: “Nada bueno me dio la sociedad, así que nada bueno esperen de mí”. 

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