Curiosidades Y...
Credulidad mortal
17 de Enero de 2014
Antonio Vélez |
Robert Friedland, cultivador de manzanas, conoció en 1972 a Steve Jobs y aprovechó su amistad para introducirlo en un credo esotérico basado en un principio llamado “campo de distorsión de la realidad”. Jobs, de gran ingenio, pero muy ingenuo, quedó tan impresionado que consideraba que esas ideas lo habían transportado a un nivel más alto de conciencia y lo había dotado de poderes paranormales. Tontería que se la hizo creer a más de uno. Una compañera de estudio señaló: “Si él decide que algo suceda, él puede hacer que suceda”. Y agregó: “Es muy peligroso caer en el campo de distorsión de Jobs, pues eso le permite cambiar la realidad”. Querer es poder, se lo creía Jobs a pie juntillas.
Michael Shermer, investigador de la revista Skeptical inquirer, cree que el supuesto campo de fuerzas síquicas no es más que un sesgo propio de algunos humanos, que los hace optimistas en extremo, capaces de superar obstáculos mayúsculos. Bueno pero malo: llegan a distorsionar la realidad y son capaces de tomar riesgos innecesarios, aun suicidas, como fue el caso de Jobs, quien creía que las reglas del mundo no eran para él.
A Jobs lo arrolló el éxito temprano: se creía de otra especie, así que a veces abusaba de ese sentimiento: estacionar el automóvil en espacios prohibidos o manejar un auto sin licencia. Por un tiempo se negó a reconocer la paternidad de su hija Lisa, aun después de someterla a pruebas de genética. Muchos de los que lo trataron decían que era colérico e imprevisible. Las leyendas acerca de su mal humor se han multiplicado a lo largo de los años, paralelo con su fama de persona inteligente y astuta.
Jobs ingresó a la universidad, pero pronto la abandonó. Alejado ya de la ciencia, se interesó en los misterios, lo cual complementó con un viaje a India en busca de iluminación espiritual. A pesar de todo triunfó: tras un corto periodo trabajando en Hewlett-Packard, fue contratado por Atari como diseñador de videojuegos. En 1976 se unió al que sería su primer socio, el ingeniero Stephen Wozniak, para formar una rara pareja complementaria: creativos, apasionados por la electrónica y entusiastas de la música religiosa. Wozniak hacía el hardware; Jobs, el marketing. Y de esa feliz unión surgió el Apple I, considerado el primer computador personal de la historia.
Luego crearon el Macintosh, el primer computador de fácil manejo. Su gran novedad fue la introducción del ratón (invento de la Xerox) para que el usuario interactuara sin dificultades con el software del equipo. Un PC para dummies. La cascada creativa no se detuvo allí: en el 2001 salió al mercado musical un reproductor de bolsillo, el iPod, y en el 2007 presentó el iPhone, primer teléfono inteligente, con pantalla táctil y conexión a Internet. En el 2010, ya muy enfermo, sorprendió al mundo con el iPad, un híbrido entre computador y teléfono móvil, cuya segunda versión, el iPad 2, presentaría en marzo del 2011, en una de sus últimas apariciones en público.
En el 2003 se le diagnosticó cáncer de páncreas: un pequeño tumor fácilmente removible por cirugía. Pero Jobs, endiosado por el éxito, respondió: “No quiero que abran mi cuerpo, así que trataré de encontrar otras soluciones”. Una distorsión de la realidad, mortal: cambió la cirugía salvadora por un tratamiento alternativo y la asesoría de un vidente. La medicina era simple: jugo de zanahorias y frutas, dieta vegetariana, enemas frecuentes, hidroterapia, acupuntura… Más tarde se arrepintió de su decisión, pero fue muy tarde. Esta vez sí permitió que le extirparan el tumor. Cinco años después, en el 2009, se le detectó metástasis en el hígado y se le realizó el trasplante correspondiente. En octubre del 2011 cayó del Olimpo a tierra y murió como cualquier mortal. Murió antes de tiempo.
Shermer termina así la historia: “De esta heroica tragedia emerge una lección: la realidad debe primar sobre el optimismo derivado del deseo, pues la naturaleza no puede ser distorsionada”.
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