Crítica literaria
Cortázar de la A a la Z
28 de Marzo de 2014
Juan Gustavo Cobo Borda |
Ocho volúmenes de relatos constituyen la columna vertebral de la obra de Julio Cortázar (1914-1984); la cual se ve sacudida y cuestionada por una novela, Rayuela (1963), que altera el curso de la narrativa latinoamericana, al convertir en juego metafísico, en París, las peripecias de un grupo de amigos, “El Club de la Serpiente”, y los encuentros (y desencuentros) amorosos de una pareja: La Maga y Horacio Oliveira. Infinidad de traducciones (al sueco, rumano, portugués, polaco, neerlandés, noruego, japonés, francés, italiano, croata, alemán e inglés) mostraron sobre todo el interés de los jóvenes lectores por el azar de la errancia y los cruces reveladores, tanto con el jazz como con la filosofía oriental.
Revolucionaria en cuanto buscaba cuestionar las certidumbres occidentales y el papel adormecedor de una burguesía ahogada en el consumismo, la apuesta estética de Cortázar pasará pronto a un plano de activista latinoamericano, después de visitar Cuba en 1961. A ello seguirá su respaldo tanto al régimen de Allende en Chile como al sandinista en Nicaragua y a combatir las juntas militares en Argentina, de lo cual quedarán infinidad de textos de periodismo comprometido y su participación en el Tribunal Russell. También intenta, con Libro de Manuel (1973), un arriesgado experimento: dar las noticias que en muchos casos la censura impedía conocer sobre Argentina dentro de un esquema de novela, que también transcurre en París y donde un grupo de revolucionarios, “La Joda”, planea un secuestro para pedir la liberación de presos políticos.
Algo de lo que vamos comentando está consignado en un hermoso álbum biográfico titulado Cortázar de la A a la Z (Bogotá, Alfaguara, 2014), donde su primera mujer, Aurora Bernárdez, y Carlos Álvarez Garriga reúnen cartas, viejos papeles, dibujos y fotos, textos inaccesibles en ediciones de lujo de sus amigos pintores y grabadores, o cuartillas inéditas para acompañar figuras como la cantante Susana Rinaldi. Hay allí un juego alfabético, un collage de teorías y pruebas en torno a la literatura fantástica, a Drácula, a su familia, a sus años de profesor joven en pueblo de la provincia de Buenos Aires, cuyas fotos respectivas vestido de negro lo hacen aún más alto e inquietante.
Como a él le gustaría decir, se asoma a otras realidades en los huecos e intersticios por los cuales esta se fractura y se desliza hacia otros mundos: el de la infancia, el de los fantasmas, el de la marginalidad secreta de autores que amaba y sillas y espacio muy susceptibles de hundirse en cualquier momento. También su amor a los gatos y a los sueños y pesadillas, a los pasajes de París donde percibió la silueta de Lautremont, asomarán a estas páginas como lo hicieron a jubiloso libros misceláneos como La vuelta al día en ochenta mundos (1967) o Último round (1969), donde la diagramación es también risueña creación. En este caso, de Sergio Kern. Donde el explorador que es Cortázar, el aventurero en compañía de su última mujer, Carol Dunlop, con quien comparte la tumba en el cementerio de Montparnasse, en París, nos ofrece un postrer laberinto para reír de susto y agradecer que los cien años que han transcurrido desde su nacimiento pudimos soportarlos gracias a la fuerza reveladora de su imaginación.
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