Curiosidades y…
Corrupción e hipocresía
12 de Abril de 2011
Antonio Vélez
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No existe un solo hombre que no haya merecido la horca unas cinco o seis veces.
Michel de Montaigne
Miguel Nule ha recibido multitud de ataques porque dijo una verdad incómoda: “La corrupción es inherente al ser humano”. Una verdad, porque la corrupción en su forma de malversaciones y robos al Estado, apenas una de sus múltiples facetas, todas oscuras, tiene carácter universal, la llevamos metida en el alma, lista a sacar las uñas. La prueba: se ha dado en todos los pueblos que la historia registra, en todas las épocas; en los bajos fondos, a mano armada, pero también en las familias ilustres, corruptos de club social.
A pesar de su ubicuidad, conocemos apenas la punta del iceberg, porque la corrupción se mueve en la penumbra. Lo que no significa que necesariamente nos mantengamos realizando actos corruptos: solo significa que somos proclives a tal pecado. Y existen desencadenantes: la dulce tentación del dinero fácil, tentación que crece aceleradamente con el monto; la necesidad, la oportunidad, la ambición desmedida y el corruptor universal, el poder, todo con el beneplácito de la impunidad. Existen también factores de disuasión: una educación ética sólida y el temor al desprestigio y a la cárcel (al pecado, algunos creyentes). Agreguemos que la cárcel es un invento humano para “reducir la corrupción a sus justas proporciones”, según observación juiciosa del expresidente Turbay.
Además, el beneficio para el corrupto puede llegar a ser grande, en tanto que el daño infligido al Tesoro Público suele ser pequeño. Por lo menos esa es la perspectiva que se tiene cuando se le roba al Estado. Y así, diluido su efecto, la culpa se diluye en igual medida, y el pecado cometido nos resulta imperceptible.
Un factor que facilita el acto corrupto es que el Estado, el doliente, no es persona natural, y nuestro sistema para despertar la compasión y el reato de conciencia está diseñado para activarse frente al sujeto de carne y hueso. La conciencia no siente lastima del Estado; muy distinto sería robarle al prójimo, y más cuando el afectado fuese persona de bajos recursos.
A veces somos atrevidos y superamos “las justas proporciones”. Se trata de los megacorruptos, animales de sangre fría, capaces de cometer defraudaciones millonarias y de correr grandes riesgos. Por suerte, pocos son aquellos que tienen la “fortuna” de pertenecer al mundo de las grandes contrataciones, el de las licitaciones millonarias.
Como en todo, hay corruptos de todas las tallas. La mayoría, sin embargo, son de poca monta, inofensivos, incapaces de robarle al fisco sumas que se salgan de “las justas proporciones”. Como contraste, también hay hombres honestos a toda prueba, justos, pero son la excepción. Aves raras.
Las facetas de la corrupción son variadas: un soborno al guardia de tránsito por un pico y placa a causa de un olvido (“le ayudo a un pobre, y no quiero que esa platica se la roben los funcionarios corruptos”, decimos con hipocresía); un matute pequeño transportado por el correo de las brujas; una propiedad “vendida” por un valor menor que el real, con el aval del notario; unos “pesitos” que nos “entraron” por ahí sin dejar recibo, y que al declarar ante la DIAN “se nos quedaron en el tintero”; ingresos recibidos “por debajo”, como gastos de representación y otras prebendas; una película clonada, adquirida a bajo precio en el semáforo, software pirateado… La clase media de la corrupción, lejos del robo significativo, pero corrupción de todos modos, pues participa de la misma esencia de la corrupción a gran escala.
Contra el feo pecado existe un antídoto que anestesia la conciencia: la doble moral, uno de los disfraces de la hipocresía. Y una cómoda manera de mirar el mundo, de tal suerte que los pecados nuestros se justifiquen; es decir, solo vemos la paja en el ojo ajeno.
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