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Actualizado hace 7 hours | ISSN: 2805-6396

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Columnistas


Cómo evitar las calamidades económicas

04 de Mayo de 2012

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Luis Guillermo Vélez Cabrera

Superintendente de Sociedades

 

 

 

Una de las publicaciones más interesantes surgidas de la Gran Recesión del 2008 se titula Cómo fallan los mercados: La lógica de las calamidades económicas, de un reconocido periodista de The New Yorker llamado John Cassidy.

 

Cassidy hace una devastadora crítica de lo que él llama la “economía utópica”, que no es otra cosa que el paradigma “libremercantista” imperante en buena parte del mundo desde la revolución conservadora de Reagan-Thatcher, a principios de los años ochenta.

 

Ciertamente, el autor no aboga por un retorno al estatismo esclerótico de la posguerra ni mucho menos por revivir las quimeras socialistas que acabaron con la vida y la libertad de cientos de millones de personas durante buena parte del siglo pasado.

 

Lo interesante del planteamiento, que no es original pero sí claramente convincente, es que ya no debería quedar duda de que la mitificación del mercado como autoridad infalible de la vida humana, por lo menos en lo que a economía se refiere, se ha derrumbado.

 

La razón es sencilla: los mercados fallan. Fallan, por ejemplo, porque hay información escondida, porque generan externalidades negativas, porque los seres humanos no actuamos racionalmente y cuando lo hacemos, nuestra racionalidad individual puede llevar a irracionalidades colectivas.

 

Como la guerra, que es algo tan importante que no se le puede dejar solo a los generales, el mercado es algo tan importante que no se le puede dejar solamente al mercado.

 

De ahí que en los últimos tiempos el gran desafío de la política pública sea cómo equilibrar los inmensos beneficios del capitalismo moderno “el mayor creador de bienestar social de la historia humana” con la existencia de falencias inherentes a su funcionamiento que pueden amenazar con destruir los logros obtenidos.

 

La respuesta está en el Estado, pero ya no como jugador principal o como espectador, sino como árbitro. Por esta razón las funciones de supervisión estatal de la economía, que en el caso colombiano recaen en buena medida en las superintendencias y de estas, por razón de la competencia residual, particularmente en la de sociedades, se deben fortalecer.

 

Lejos de ser una cortapisa al desarrollo mercantil, la labor de supervisión societaria resulta fundamental para garantizar que el esqueleto jurídico de la empresa se encuentre sano.

 

De no ser así, las fallas del mercado antes enunciadas seguramente se agravarán. El problema de información oculta, por ejemplo, será aún más agudo, generando toda clase de distorsiones hasta romper definitivamente con el mecanismo de trasmisión de precios, que es la pócima mágica por la cual el mercado obra sus milagros.

 

Pero además, una débil estructura societaria quiebra el pilar principal del capitalismo moderno: los derechos de propiedad. Un régimen de sociedades que contenga desuetos sistemas de registro accionario, basado en el reverenciado pero inútil formalismo de la rúbrica y el papel sellado, expone a los accionistas a todo tipo de situaciones de fraude y abuso del derecho.

 

Por esta razón, la Superintendencia de Sociedades ha promovido, en un proyecto de ley que cursa actualmente en la Cámara de Representantes, importantes reformas al régimen de sociedades que actualicen las hechas hace más de un lustro.

 

Sin duda estas serán perfeccionables, por lo cual invitamos de antemano a la comunidad empresarial y jurídica para que participe ampliamente en la iniciativa. Al fin y cabo es en el interés de todos que salvemos al mercado de sí mismo.

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