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Actualizado hace 4 hours | ISSN: 2805-6396

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Crítica Literaria


‘Colombia. Crisis imperial e independencia’

28 de Noviembre de 2011

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Juan Gustavo Cobo Borda

Juan Gustavo Cobo Borda

Especial para ÁMBITO JURÍDICO

 

 

 

 

David Bushnell, el historiador norteamericano y autor de ese libro decisivo, Colombia, una nación a pesar de sí misma, aporta al volumen que hoy comentamos, dentro del valioso proyecto de la Fundación Mapfre, un equilibrado trabajo, muy bien respaldado sobre Colombia en el mundo. 

 

Allí están, en el periodo 1808-1830, los afanes para ser reconocido de un país que cambiaba de nombre con frecuencia y que vivía los temperamentales vaivenes del carácter de Bolívar, en pos de un sueño, al final desvanecido. En todo caso, Bushnell, en las páginas 99 y 100, nos habla de la celebérrima Entrevista de Guayaquil y nos dice, con sobria prosa:

 

“No se sabe exactamente de que hablaron, pues no hubo testigos ni mucho menos grabación, y los informes principales - dos cartas del secretario de Bolívar y otra atribuida a San Martín que apareció en fecha muy posterior - han sido cuestionadas por ambos lados” (p. 99).

 

La respuesta está en dos textos. El primero, de Jorge Luis Borges titulado Guayaquil, data de 1970 y es un relato incluido en El informe de Brodie. Refiere, indirectamente y con alusiones a Conrad, el duelo de dos historiadores por ir a Sulaco a revisar cartas de Bolívar al respecto. Fechada una de ellas en Cartagena el 13 de agosto de 1824. El uno, alemán arrojado por el nazismo a playas de América, es “un mero metódico”, con el “servilismo del hebreo y el servilismo del alemán”, que en una plácida tarde vence al otro, un criollo de raíz, cuyos antepasados combatieron en la independencia, y que morirá en la misma casa en que nació, en la calle Chile, de Buenos Aires. El alemán, Zimerman, dice en un momento de ese duelo de silencios y sobrentendidos:

 

“Dos hombres se enfrentaron en Guayaquil: si uno se impuso, fue por su mayor voluntad, no por sus juegos dialécticos. Como usted ve, no he olvidado mi Shopenhauer” (p. 121).

 

Shopenhauer, “que siempre descreyó de la historia”, y Shakespeare, “insuperado maestro de las palabras, las desdeñaba. En Guayaquil o en Buenos Aires, en Praga siempre cuentan menos que las personas”.

 

La hondura paradójica de este regalo debe volver a releerse.

 

La otra versión del enigmático encuentro la dio también un poeta. Está en el Canto general de Pablo Neruda, que data de 1950 y se titula, tan sólo, Guayaquil (1822).

 

En una lectura del libro comentado vemos cómo se repite en los cinco historiadores, como leitmotiv, una idea. Aquella de que no hubo un cambio radical en el surgimiento de un nuevo mundo. Lo dice Adolfo Meisel Roca: “Las estructuras profundas de la sociedad neogranadina mantuvieron un alto grado de continuidad que permitió que el legado colonial fuese una parte esencial del esqueleto actual de la sociedad colombiana” (p. 34).

 

Influencia ideológica de la Iglesia Católica, tradición centralista, desigualdades en la distribución de la riqueza, como la tierra. E influencia de los abogados en los asuntos públicos: hacia 1808 había dos centenares de ellos en el virreinato.

 

Víctor Uribe, al hablarnos de la cultura material, nos refiere cómo muchos de sus rasgos son heredados de la etapa del dominio español. Y agrega: “La gran mayoría de la población, que era pobre, siguió por muchos años utilizando bohíos o ranchos de bahareque, guadua y tejados de paja o barro, similares a los de la arquitectura indígena o colonial” (p. 256).

 

Pero qué se logró: la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, las elecciones, la prensa independiente y unas nuevas fuentes de legitimidad, que no residiesen, por designio divino, en la Corona. Las palabras del cabildo del Socorro cuando pide una nueva carta constitucional que fije destinos y destruya “ese edificio gótico que ha levantado la mano lenta de los siglos y que parecía eterno como nuestros males” es un buen pórtico de esta empresa.

 

Expresarse, aprender a hablar, con el cuerpo en la batalla y con los bandos, las proclamas, los partes de triunfo o derrota, en la retórica escrita. Al releer el Romancero bolivariano con que el diplomático chileno Soffia honró al Libertador, mediante poemas de los más notables vates del momento, de Caro y Pombo a Candelario Obeso, todos los héroes tenían el respaldo de un dios mitológico o de una figura guerrera o cívica griega o romana. La retórica neoclásica incentivaba una hazaña romántica. Y  Jesús podía convivir con Sócrates y Cristóbal Colón sin mayores problemas.

 

Política, demografía, economía y cultura son algunos de los temas tratados con erudición e inteligencia dentro de este vasto proyecto que, en el prólogo de Eduardo Posada Carbó, encuentra una acertada introducción a lo que ha sido el desarrollo del estudio de la historia en la sociedad colombiana. Este intento renovador será de indudable utilidad y el primer volumen lo atestigua de modo valioso, complementado con “La época en imágenes”, un recorrido iconográfico por cuadros, documentos y láminas, coordinado por Patricia Pinzón de Lewin.

 

*Dirigido por Eduardo Posada Carbó, coordinado por Adolfo Meisel Roca (Taurus, 2010)

La vida política (Armando Martínez Garnica)

Colombia en el mundo (David Bushnell)

El proceso económico (Adolfo Meisel Roca)

Población y sociedad (Marixa Lasso)

La cultura (Víctor M. Uribe-Urán)

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