Curiosidades y….
Coincidencias y superstición
06 de Julio de 2016
Antonio Vélez M.
La coincidencia más asombrosamente increíble que se pueda imaginar es la falta absoluta de coincidencias. John Paulos
Los humanos poseemos un notable sesgo relacionado con las coincidencias, y es el de acentuar su significado, de allí que las convirtamos en hechos excepcionales, muchas veces en sucesos paranormales. Tendemos a considerar que las coincidencias son las manifestaciones visibles de fuerzas misteriosas, o, como decía un médico, a confundir siguiente con consecuente. Y las destacamos, pues por lo regular se trata de sucesos improbables, difíciles de ocurrir; pero lo improbable sí ocurre, y con frecuencia.
Ahora bien, nuestra mente tiene la tendencia natural a buscar relaciones causales entre fenómenos que por azar aparecen emparejados; a considerar que las coincidencias se deben a leyes desconocidas. Ponemos en acción, abusivamente, el llamado “principio de causalidad”, de gran utilidad en la ciencia. Y también en la vida práctica, motivo por el cual la evolución lo incorporó en el conjunto de funciones automáticas de la mente humana.
La memoria animal y humana colecciona todo lo escaso, mientras que pasa por alto lo común, de lo contrario terminaría el cerebro atiborrado de recuerdos inútiles. Esta operación selectiva de la memoria es la que sirve da apoyo a las populares leyes de Murphy: ¿por qué la tostada cae siempre con el lado de la mantequilla contra el suelo? Pero no es así: simplemente llevamos mal las cuentas. Somos desagradecidos con el azar y dejamos de contabilizar aquellas afortunadas ocasiones en que la mantequilla de la tostada se queda mirándonos. Son eventos mudos.
Ese “vicio causal” de la mente humana, tan importante para la supervivencia, y génesis de muchos avances científicos, es también la génesis de un sinnúmero de imbecilidades de consumo popular: manuales de astrología, horóscopos, talismanes, objetos que atraen la buena o mala suerte, luctuosos presagios de las mariposas negras, remedios omnipotentes... Señalemos que este tipo de comportamiento no es prerrogativa humana, pues se ha dado el caso de palomas que por azar fueron recompensadas con alimento mientras ejecutaban algún movimiento casual -levantar un ala, por ejemplo-, y después siguieron repitiendo el movimiento a la espera de más recompensas, pues “suponen” una inexistente relación causal entre los dos acontecimientos. Superstición animal. Y de esa simple manera es posible amaestrar los animales, lo que prueba que el “vicio causal” se remonta a etapas evolutivas de animales que nos antecedieron.
Cada vez que enfrentamos un fenómeno juzgado de alta improbabilidad, o que muestra pertenecer a una clase desconocida, nuestro sentido común, de manera simplista, decide que su ocurrencia es imposible por medios naturales. En ese momento entra en escena lo sobrenatural, con la complicidad de nuestro gusto o preferencia por el misterio. Improbable se convierte en sinónimo de imposible. Entonces, a partir de coincidencias raras, fabricamos fenómenos telepáticos; de curaciones infrecuentes y debidas a causas que ignoramos, pero naturales, confeccionamos milagros; de pronósticos afortunados inventamos capacidades premonitorias; de la conjunción de planetas y simultáneas y fortuitas tragedias terrestres fabricamos teoremas para la astrología.
La superstición se crea espontáneamente cuando por azar se produce la conjunción de dos sucesos independientes. Son tan raras las parejas de eventos destacados e independientes que ocurren en conjunción temporal, que en lugar de atribuirlos a una simple coincidencia, creamos un nexo causal entre ambos. De ese momento en adelante, la ocurrencia de uno de ellos nos mantendrá alerta a la espera del otro. A eso se lo llama “conducta supersticiosa”.
En el casino de Montecarlo todavía se recuerda con envidia el caso de monsieur Blanchard, afortunado que ganó una suma considerable después de que los excrementos de una paloma cayeron sobre su sombrero en el instante de entrar al casino. Blanchard no volvió a jugar hasta el día en que otra paloma, mensajera de la suerte, depositó de nuevo en su sombrero el recado premonitorio: esa vez entró confiado al casino y se repitió la historia afortunada. El que busca encuentra, asegura la sabiduría popular.
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