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Actualizado hace 35 seconds | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


Ciencia y libertad II

23 de Abril de 2012

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Antonio Vélez

Antonio Vélez

 

El trabajo de Darwin nos liberó de la esclavitud de las divinidades. ¿Qué podría responder el ateo antes de Darwin a la pregunta de cómo se fabricó el primer insecto, compuesto por infinidad de piezas casi invisibles y conjugadas con precisión minuciosa, o explicar la existencia de la vida sin un diseñador, o la existencia de un homo sapiens dotado de razón y de conciencia? Por ignorancia estábamos atados a las deidades, sin respuestas posibles a las preguntas más trascendentales. Pero la teoría de la evolución nos liberó del yugo de los dioses.

 

El conocimiento científico nos permite ahora encontrar los absurdos de los mandatos de ciertas religiones. El absurdo de la oración, el del cielo y el infierno. Donde estaba el cielo ahora solo encontramos galaxias y vacío. En particular, la ciencia nos ha liberado de la mayor atadura de la vida adulta: separar sexo y reproducción, y así nos hemos liberado del pecado de la carne.

 

Nos liberamos de los dioses antiguos, pues la física explicó el rayo; la geología, por medio de la tectónica de placas, explicó los terremotos y tsunamis; la termodinámica explicó los ciclones; el microscopio explicó las pestes que arrasaron con poblaciones enteras y así dejaron de ser castigos de dioses enfurecidos con los humanos. La supuesta furia se debía a las bacterias y a la falta de conocimientos. En fin, la ciencia nos liberó de la inocencia de los pueblos antiguos, que tenían que recurrir a sus dioses como única explicación para sus misterios.

 

Las matemáticas nos han liberado la imaginación y la creatividad. Nunca estas dos virtudes habían volado más alto. Con ellas hemos podido superar nuestras limitaciones finitas y, en un salto mortal del pensamiento, nos hemos adentrado en el infinito y sus profundos misterios. Ellas también han permitido movernos por mundos extraños, no soñados por los surrealistas: espacios de cuatro dimensiones de la relatividad general, o de las infinitas dimensiones de los espacios de Banach con las que representamos el mundo cuántico. Las matemáticas han permitido esas proezas, han roto esas cadenas creadas por la intuición.

 

La tecnología y la ciencia que la soporta nos permiten, por medio de cámaras ocultas, micrófonos invisibles y sensores de alto poder amplificador, descubrir al ladrón infraganti, al infiel, al abusador, al atracador. Al asesino le quitamos su peligrosa libertad por medio de las huellas dactilares, o por infinitesimales muestras de ADN, por un pedazo de uña o por un pelo. Al infractor de tránsito lo gravamos con una despersonalizada “fotomulta” y así le quitamos la libertad de pasarse un semáforo en rojo o exceder a su antojo los límites de velocidad. Al corrupto le quitamos la libertad de acción por medio de evidencias grabadas. Les hemos quitado la libertad de la impunidad, de beneficiarse del prójimo. Hemos limitado la libertad de la doble moral, esa doble y popular contabilidad. Reconozcámoslo: somos hoy mejores a la fuerza, contra nuestra voluntad, contra nuestro diseño biológico, porque las fuerzas de los controles superan nuestras argucias para escondernos y pecar.

 

Internet nos ha abierto una vía de liberación antes desconocida: la posibilidad de dar a conocer las opiniones personales al mundo entero, de hacer proselitismo, de hostigar, de convocar contra el tirano, de aglutinar opiniones para un fin liberador... Nos ha permitido también liberarnos del yugo de la distancia: podemos ver y hablar con nuestro interlocutor al otro lado del mundo, estar a la vez aquí y en Australia, vecinos, frente a frente.

 

Como paradoja final, nos hemos liberado y al mismo tiempo hemos creado esclavitudes. Hoy somos esclavos de las máquinas, de los artefactos, de la energía que hemos liberado, de la información, de las drogas de todo tipo. Somos ahora incapaces de vivir en las exigentes condiciones del pasado precientífico.

 

 

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