Curiosidades y…
Ciencia y libertad I
30 de Marzo de 2012
Antonio Vélez |
Es interesante destacar el papel liberador de la ciencia y la tecnología, su hija natural. Y son múltiples sus facetas. Para comenzar, vale decir que la mayor liberación, la personal, se la debemos al conocimiento, pues la ignorancia es la peor de las esclavitudes, una cárcel sin puertas pero de la cual no podemos escapar. Ahora bien, el conocimiento se lo debemos a los libros, y estos al papel, a la tinta, a la imprenta. Más aún, ahora disponemos de nuevos y poderosos recursos adicionales: internet, el sabelotodo, laboratorios de investigación e instrumentos refinados, poderosos complementos de la mente.
Hay liberación por medio de las armas, aunque tienen su lado paradójico, pues al mismo tiempo han permitido esclavizarnos. Con las armas se liberaron los pueblos de África y América del sometimiento de los europeos, y también se liberaron los esclavos en Norteamérica. Muchos yugos han desaparecido gracias a las armas. Pensemos solo en Hitler y Gadafi. Pero como nada es perfecto, también han sido usadas por los tiranos para sofocar las revoluciones y dilatar sus pesadillas.
Los avances de la medicina nos han liberado del peor de los yugos: el dolor. Nos han liberado también de la enfermedad que incapacita y de la muerte innecesariamente temprana. Hoy los ciegos pueden volver a ver, los sordos a oír, los mudos a hablar, los inválidos a moverse, los deprimidos vuelven a recuperar su alegría y los locos han salido de los manicomios, esclavitudes que la medicina nos ha permito superar.
La electricidad a domicilio alargó los días (luz eléctrica) y así nos liberó de las tinieblas de la noche, y con ellas, de los fantasmas nocturnos. El motor eléctrico nos ha liberado de esfuerzos y cansancios. El motor de combustión interna hizo posible el transporte motorizado, con la ayuda de los combustibles, los lubricantes, la metalurgia avanzada… En cierta forma nos liberó de las exigencias de la geografía, y pudimos abandonar el terruño, recorrer el mundo, liberarnos de la mente parroquial. Nos hicimos ecuménicos.
El motor nos liberó también del más pesado yugo, el gravitatorio. El avión, el helicóptero y las naves espaciales nos han permitido volar como los ángeles, y hasta superarlos. Nos hemos liberado así del planeta: viajamos a la Luna, a Marte, y las naves terrestres han dado vueltas por Júpiter y Saturno. Hasta del sistema solar nos liberamos: ahora una nave visita inútilmente el gran vacío del espacio interestelar.
El hombre anterior a los avances agrícolas era un esclavo de su tierra, esclavo sin amo, solo de su supervivencia. Pero aparecieron los tractores, los fertilizantes, los sistemas de riego y la bioingeniería; la agricultura hizo explosión. Nos liberamos de los ineficientes sudores del campo, de fatigas sin tregua.
Hemos liberado la energía almacenada en el subsuelo, en la luz solar, en las caídas de agua, en el viento, y con ella nos hemos liberado del trabajo muscular. Hemos también liberado la energía del átomo. Ahora gozamos de la libertad de aniquilarnos.
Las ondas hercianas han realizado el milagro del acercamiento: la radio y la televisión tienen el mismo poder liberador de la distancia, aunado al don de la ubicuidad, ubicuidad virtual, pero para muchos fines, real. Podemos presenciar en tribuna preferencial, desde la cama o la sala de la casa, la final del mundial de fútbol o la llegada del tsunami al país de nuestros antípodas. Y con el cinematógrafo podemos resucitar a los muertos, revivirlos, oír de nuevo sus voces y ver sus gestos. Por un momento los liberamos del silencio y quietud de la muerte. Mientras que la telefonía de largo alcance resuelve a su manera el problema del acercamiento: nos habla al oído el hijo pródigo, distante en el espacio, pero muy próximo en el espacio virtual del mundo de las ondas electromagnéticas. En suma, somos más libres hoy que ayer.
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