Curiosidades y…
Chambonadas del Creador II
27 de Octubre de 2012
Antonio Vélez |
En esta segunda parte se tratará de completar el tema de los errores del diseño anatómico y fisiológico humano, sin pretender agotarlo, pues a diario se descubren nuevos puntos flacos en nuestro organismo.
Como abrebocas, demos una mirada al mundo vivo. ¿Para qué sirve el ejército de insectos molestos y de parásitos incómodos? ¿Para mayor gloria de Dios? ¿Cómo podría Dios ser tan maligno como para crear esa miríada de microorganismos patógenos que nos rodea y nos hace la vida imposible? Si uno es creyente sin fanatismos, encuentra sacrilegio atribuir al Dios bondadoso tanta incomodidad, tanto dolor inútil.
Agreguemos a la lista de defectos de diseño la incapacidad de los humanos para sintetizar la vitamina C o ácido ascórbico. Los marineros de antaño, que no sabían nada de vitaminas, pasaban largas temporadas en el mar sin acceso a los cítricos, ricos en esa sustancia, lo que les producía pelagra y a veces la muerte. Tal vez nuestro pasado frugívoro nos eximió de esa enfermedad, pero luego pasamos a una dieta más carnívora sin cambiar los genes, y allí comenzaron los problemas. Al fin los navegantes descubrieron que todo se resolvía añadiendo unas gotas de limón a la dieta. Sin embargo, piensa uno que si los carnívoros han sido eximidos de esta debilidad, qué fácil habría sido para el supremo Diseñador modificar un poco nuestra dotación genética.
A propósito se ha dejado de último el diseño de nuestros ojos, tal vez los órganos primordiales, pues los humanos somos seres visuales por excelencia. Y lo curioso es que de todos los diseños imperfectos, el ojo lleva la delantera. Con un agravante: los pulpos y calamares, invertebrados de baja estirpe evolutiva al compararlos con los humanos, poseen un diseño superior.
Empecemos por el cristalino. La presbicia o dificultad para enfocar objetos cercanos se debe al diseño del sistema usado. Para enfocar de lejos, por ejemplo, el músculo se relaja y el cristalino se aplana, así que su curvatura disminuye. Para enfocar de cerca, el músculo ciliar se contrae y permite que el cristalino regrese a su forma de reposo, de máxima convexidad, lo que se traduce en una mayor convergencia de los rayos incidentes y, por ende, en un mejor enfoque de los objetos cercanos. Con el paso de los años, el cristalino se va engrosando por acumulación de capas de tejido nuevo y a la vez va disminuyendo su elasticidad. El efecto combinado de estos cambios es la pérdida de convergencia. Debe señalarse que en los peces y cefalópodos no se presenta el senil defecto, pues el músculo ciliar, con el fin de realizar el enfoque, acerca o aleja el cristalino, como se hace en las cámaras fotográficas. Un sabio diseño a prueba de envejecimiento.
Pero hay más defectos oculares. En los cefalópodos, los vasos sanguíneos que alimentan la retina, así como los ramales nerviosos que parten de allí, están situados por debajo de ella, de tal suerte que no interfieren con la luz incidente, como sí es el caso en los mamíferos, en los que el orden de los factores se encuentra invertido. El Creador se mostró chapucero con los mamíferos, y la retina quedó puesta al revés, cubierta por las fibras nerviosas y los capilares, que han de ser inútilmente atravesados por la luz antes de llegar a la parte fotosensible. Perdimos así sensibilidad a la luz. Si las cosas hubiesen sido puestas al derecho, hoy podríamos leer con el claro de luna, y por la noche caminaríamos sin tropiezos. Pero hay más, la fijación de la retina al fondo del ojo es endeble, así que con frecuencia se produce su desprendimiento, un mal desconocido por los pulpos y calamares.El Gran Ingeniero, parece, estaba de mal humor cuando se sentó a diseñar el ojo humano.
Resumiendo, poseemos demasiados defectos de diseño como para atribuírselos a un creador sabio. Entonces, aceptemos, con los biólogos evolucionistas, que somos fruto del azar y de las circunstancias.
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