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Cerebro y conducta
17 de Abril de 2015
Antonio Vélez M.
“Si el cerebro humano fuese tan simple que pudiésemos entenderlo, entonces nosotros seríamos tan simples que ya no podríamos”.
Emerson M. Pugh
Son apenas kilo y medio de materia gris y 100.000 millones de neuronas conectadas de una manera bien intrincada, cada una conectada a unas 10.000 de sus compañeras, para formar una red de complejidad extrema. Y así como es de compleja la arquitectura cerebral, lo es, pero mucho más, su funcionamiento, de tal modo que hasta el momento nadie ha podido entenderlo. No entendemos a los esquizofrénicos, ni a los genios, ni a los idiotas, ni entendemos al asesino en serie, ni al santo, ni al fanático, ni al homosexual. En fin, apenas comenzamos a entender el funcionamiento del cerebro; sin embargo, es probable que nunca llegaremos a comprender ni a revelar todos sus secretos.
Por su extrema complejidad, nuestro cerebro es único en el universo conocido. Todas nuestras funciones mentales, es decir, nuestro software, las innumerables facetas de nuestro comportamiento, están regidas por esa maravillosa red. Pero la mayor parte de lo que sentimos y decidimos no está bajo nuestro control, aunque tengamos la ilusión de lo contrario.
Dependemos de una manera inexplicable de nuestra biología: una pequeña lesión en nuestro cerebro puede destruir por completo su buen comportamiento, y quedamos locos, o disminuidos, o como vegetales, sin capacidad de vivir con independencia. También podemos quedar ciegos o afásicos, o no vemos en color, o quedamos sordos o inválidos… Las lesiones cerebrales nos han enseñado una simple lección: nuestras esperanzas, nuestras ideas, deseos y conductas dependen directamente de los estados de ese enigmático conjunto de neuronas. Lo físico y lo mental están tan cerca y son tan dependientes que podríamos considerarlos idénticos. Este nuevo punto de vista cambia nuestras nociones de nosotros mismos y, con seguridad, cambiará también las nociones de justicia.
El sistema legal se basa en dos hipótesis falsas: 1) somos capaces de comportarnos de acuerdo con nuestros intereses, es decir, podemos prever y dirigir de manera razonable nuestras acciones; 2) todos los cerebros son creados iguales, esto es, todos los mayores de edad y de inteligencia normal, ante la ley, tenemos las mismas responsabilidades, somos capaces de entender y controlar los impulsos y guiar nuestros comportamientos.
La verdad es que estas simplistas ideas no concuerdan con los hechos revelados por la neurociencia. Los cerebros, por ejemplo, son bien diferentes, desde cualquier ángulo que se les mire. Diferentes en inteligencia, paciencia, sensibilidad social, compasión y agresividad. Difícilmente llegaremos a tener una idea clara del porqué de estas diferencias y así poder juzgar con justicia los actos que observamos en los demás.
Los sistemas legales deben incorporar la neurociencia y procurar entender mejor el comportamiento humano. Pero se cree, equivocadamente, que entender el cerebro significa exculpación. Si el libre albedrío no es lo que se ha creído y descubrimos que depende de la genética, del ambiente en que nos formemos y de los circuitos neuronales que poseamos, difícilmente podremos juzgar a los demás con justicia.
Tenemos que impedir la libre circulación de los violadores de las normas sociales. Los castigos de la ley se fundan en el concepto de volición personal, pero un cambio en el enfoque, en entender las diferencias personales, conducirá a llevar a la cárcel a un individuo por causa del peligro de que se repita el acto, y no por el deseo de venganza. Una mirada neurológica enfocada en la rehabilitación, en la cual a la persona se le trata con el fin de superar su enfermedad mental, puede terminar en que la cárcel no es siempre la mejor solución. El enfoque neurológico debe dirigirse a lograr un entendimiento cabal de incentivos y disuasivos. A invertir en programas de rehabilitación y no siempre en cárceles, a ser humanos más exitosos.
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