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Actualizado hace 9 hours | ISSN: 2805-6396

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Crítica Literaria


Cabrera infante ataca de nuevo

19 de Septiembre de 2014

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Nota:
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Juan Gustavo Cobo Borda

Juan Gustavo Cobo Borda

 

 

 

“Su primer traje (de uso) se lo puso porque se lo regaló un piadoso amigo de la familia, que no podía soñar en tener, a los veinte años, novia porque era muy pobre para este lujo occidental, que los libros en que estudió eran prestados o regalados, ballets a que asistió, ahí enfrente, lo hizo colado. Este intelectual burgués, decadente y cosmopolita que tuvo que renunciar a hacer una carrera universitaria porque la única salvación familiar estaba en el trabajo peor pagado y más abrumador para alguien que amaba la lectura: corrector de pruebas de un diario capitalista. Corrompido y explotador, por supuesto”.

 

Esta autobiografía forma parte del cuento que Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) tituló “Delito por bailar el cha-cha-cha”. Ya en él se advertían los signos con que la revolución cubana iniciaba su represión en contra de toda libertad creativa. Y eso que en 1959 Cabrera Infante había acompañado a Fidel Castro en su viaje por EE UU, Canadá y Suramérica, en su inicial gira triunfal. Pero ya allí aparecían los gérmenes totalitarios y represivos. Todo lo cual se vuelve evidente en los tres libros póstumos que su mujer, Miriam Gómez, ha entregado a Galaxia Gutember de Barcelona y que constituyen el tríptico más conmovedor de esa habla cubana hoy condenada al mutismo, y de esa noche tropical que ya no canta ni persigue a las mulatas, a pie o en carro, pues todo lo controla una policía política, de uniforme o camuflado, que debe reportar las andanzas de cada habanero.

 

Los tres libros son La ninfa inconstante (2008),  Cuerpos divinos (2010) y Mapa dibujado por un espía  (2013). Sobre este último dijo Mario Vargas Llosa: “Un testimonio descarnado y atroz sobre lo que significa también una revolución, cuando la euforia y la alegría del triunfo cesan, y se convierte en poder supremo”.

 

Con un esquema similar, bastante autobiográfico, el crítico de cine de la revista Carteles comienza por fascinarse por alguna jovencita, que aún no alcanza la mayoría de edad, a la cual seduce, con sus habituales y divertidos juegos de palabras, referencias cultas, actores y actrices, y vocación adúltera. Está casado y la madre de la joven vigila astuta. Pero en ese cuadro efervescente de la euforia de los comienzos comienzan a vislumbrarse las actividades clandestinas de los grupos que intentan derribar la dictadura de Fulgencio Batista: el Directorio Revolucionario, el Partido Comunista y el Movimiento 26 de julio. Sabotaje, contrabando de armas, viajes a la Sierra Maestra a llevar periodistas extranjeros toman cada vez mayor espacio. Hasta que cae Batista y Cabrera Infante ocupa cargos destacados en la nómina oficial: funda Lunes, suplemento literario del diario Revolución y sufre los primeros golpes de la censura. Irán apareciendo entonces, con nombre propio, los personajes que se acomodan e inclinan la testuz ante el nuevo régimen. Por su parte, Cabrera Infante se convierte en una figura incómoda que exilian a Bélgica en cargo diplomático.

 

Entretanto su novela gana en 1964 el premio Biblioteca Breve Seix-Barral y padece los moralistas y pudibundos cortes de la censura de Franco. Al morir su madre regresa a Cuba y allí es bajado, a su regreso a Bélgica, del avión por orden oficial, y debe pasar un purgatorio de varias semanas y regresar a Europa, por fin, con las dos hijas de su primer matrimonio y algunos manuscritos. De Madrid irá al Londres de los Beatles y la minifalda y se convertirá en el gran novelista de Tres tristes tigres, La Habana para un infante difunto (1979) y en el articulista político de Mea Cuba (1992). Guionista de varios filmes de culto, acérrimo opositor de Castro, en 1997 obtendrá el premio Cervantes y con esta trilogía póstuma nos dejará un legado estremecedor de júbilo verbal y de miseria moral, en una isla que ya solo era suya en sueños, y quizás pesadillas.

 

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