Mirada Global
Brexit: los británicos deben abandonar la Unión Europea
22 de Junio de 2016
Daniel Raisbeck
Hace exactamente 801 años, en junio del 1215, se reunieron dos facciones antagónicas en la pradera de Runnymede a las orillas del río Támesis: el Rey Juan I de Inglaterra (1166-1216) y los barones o nobles que resistían sus intentos de establecer una monarquía absoluta.
La asamblea tuvo lugar en Runnymede, porque era un sitio neutral entre el Castillo de Windsor, fortín de la realeza construido por el normando Guillermo I el Conquistador, y la base de los barones en el pueblo de Staines al occidente de Londres. Del acuerdo entre las partes resultó la Magna Carta (gran acta), el texto que el jurista inglés Lord Denning llamó “el más grande documento constitucional de todos los tiempos: el fundamento de la libertad del individuo frente a la autoridad arbitraria del déspota”.
Como explica el autor y político inglés Daniel Hannan, la Magna Carta no creó la democracia, la cual existía de una manera mucho más directa y más radical en la Atenas del siglo V a. C. que en nuestras democracias representativas de hoy. Pero sí estableció el gobierno constitucional al introducir e implementar la idea de “la libertad bajo la ley”.
Gracias a la Magna Carta, explica Hannan, “la ley dejó de ser una expresión de la voluntad del más fuerte. Por encima del rey había algo más poderoso”, la “ley de la tierra”, una fuerza intangible que sometía “tanto al soberano como al desdichado más pobre del reino”.
La Magna Carta logró limitar drásticamente el poder arbitrario del gobernante de turno al reconocer derechos negativos o “garantías en contra de la coerción estatal”. Nadie, ni siquiera el mismo rey, escribe Hannan, “tiene derecho a encarcelar a otro o confiscar su propiedad sin debido proceso”.
El poeta Rudyard Kipling, en sus versos dedicados a la Magna Carta, celebra que ningún hombre libre pueda ser multado, arrestado o expropiado — nótese cómo no hay libertad a menos de que la propiedad privada sea inviolable — sin un juicio legal llevado a cabo “por sus pares”.
Es decir, de la igualdad aristocrática que prevalecía entre los barones que se enfrentaron al Rey Juan I en 1215 surge el concepto de la igualdad ante la ley que aplicaría para todo ciudadano. Por ende, Kipling les habla a todos los británicos al declarar: “¡vuestros derechos se ganaron en Runnymede!”
Otro elemento fundamental de la Magna Carta que nota Hannan es que la ley “no la determina el gobierno de turno ni un clero con el poder excluyente de interpretar un texto sagrado”. Según la gran acta de 1215, la ley es “inherente a la tierra” (the law of the land), es “la herencia común de sus habitantes”.
De aquí surge el derecho anglosajón, “una bellísima y milagrosa anomalía”, según Hannan, porque “crece como un coral, caso por caso, cada sentencia siendo el punto de partida de la próxima disputa”. El common law surge de la tierra y de su gente, no de las altas esferas de la burocracia estatal como en el caso del derecho civil continental.
La Magna Carta es, según el estadista William Pitt, El Viejo, “la biblia de la constitución inglesa”, porque la defensa de sus principios surge en cada episodio determinante de la historia británica: la lucha de Isabel I contra Felipe II de España; la guerra entre las fuerzas del Parlamento contra la Dinastía Estuardo y sus tendencias absolutistas; la Revolución Gloriosa de 1688; la resistencia frente a los grandes tiranos continentales de los siglos XIX y XX, Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler.
La Unión Europea (UE) es un proyecto burocrático y, en gran medida, napoleónico. Impone una unificación continental desde las torres de vidrio en Bruselas y Estrasburgo. Ningún ciudadano elige a la Comisión Europea, el poder ejecutivo. El Parlamento Europeo no es un parlamento legítimo: la única función de sus miembros es aprobar las iniciativas de la Comisión. La filosofía reinante es el dirigismo económico de su arquitecto, el francés Jean Monnet. Cuando la voluntad popular rechaza la idea de “una unión cada vez más perfecta”, como ocurrió en los referendos de Francia y Holanda en el 2005 y en Irlanda en el 2008, esta es simplemente ignorada.
Si los británicos recuperan el espíritu de la Magna Carta, se independizarán de la UE el 23 de junio.
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