Crítica literaria
Beckett, 1906-1989
31 de Mayo de 2016
Juan Gustavo Cobo Borda
Samuel Beckett nació el 13 de abril de 1906, un Viernes Santo, en una localidad en las afueras de Dublin.
Familia protestante y burguesa, bien acomodada, su padre era aparejador (en 1895 restaura una iglesia). Criquet, rugby, tenis, excelente peso ligero en boxeo y buen nadador, dice el libro de notas de la escuela Portora Royal School.
Todo ello le permitiría ingresar al Trinity College de Dublin, en donde estudiará francés, italiano y literatura moderna con el profesor Robert Rudmose-Brown, gran conocedor de las letras francesas y amigo personal de escritores como León-Paul Fargue y Valery Larbaud.
En 1928 el Trinity College lo envía dos años a París como lector en la Escuela Normal Superior, donde enseña inglés. Allí tiene lugar el encuentro decisivo: conoce a James Joyce, quien ya tiene problemas de ceguera y a quien ayuda en sus búsquedas bibliográficas, obsesionado con las palabras, las lenguas y sus varios significados. Dos ensayos de aquellos años muestran sus intereses. En 1929, Dante… Bruno. Vico.. Joyce. Y en 1931: Proust. Los dos pilares de la narrativa moderna.
Pero ya entonces sus relatos, eficazmente traducidos en Colombia por Joe Broderick: Primer amor y otros cuentos (Taller de Edición Rocca, 2010) escritos en París en 1946, revelan el auténtico rostro de la narrativa de Beckett: marginados, mendigos, cojos, incontinente, desechables que en cuevas o manicomios insisten en contarse historias para esclarecer los confusos trozos de una memoria en declive. Un cuerpo que ya solo ansía la pasividad, aferrado a maniáticos rituales y a algunos pocos objetos deleznables. Solo sarpullidos y soriasis, rascados con frenesí, les dan un asomo de vida.
En 1938 concluye su primera novela, Murphy, que más tarde traducirá del inglés al francés, en 1947. Es un ejercicio constante de versión de toda su obra, transformándose y enriqueciéndose entre las dos lenguas. Al final optará por escribir en francés. Lo hace, como el mismo dice, “con impotencia e ignorancia”. Contarse historias para calmarse y sobrevivir. O como en Murphy a través de páginas que alguien recoge y paga, utilizar escritores que dan forma a sus nebulosas y evanescentes historias. De 1947 a 1949 su trilogía novelesca Molloy, Malone muere y El innombrable amplía su prestigio entre conocedores.
Pero antes un extraño interludio. En 1940 se une a un grupo de la resistencia francesa contra los nazis recabando información sobre los movimientos de sus tropas y pasándole el dato a los aliados. Cuando son descubiertos, con su mujer deben huir al Sur de Francia, donde trabaja como obrero agrícola.
En 1948 escribe en París Esperando a Godot, la pieza teatral que lo hará conocer en todo el mundo, solo representada en 1953. En 1970 ya se encontraba en 20 idiomas. Vladimir y Estragón, detenidos en una carretera, aguardan la venida de quien nunca llega, manda emisarios y deben inventarse juegos de distracción y dominación. De amo y esclavo en medio de esa nada. Pero ellos todavía se mueven y hablan, pero en otra pieza decisiva, Fin de partida, escrita en 1954 y 1956, el ajedrez se reduce y estrecha. El rey Hamm solo puede moverse una casilla: está ciego y paralítico, encadenado a una silla de ruedas. Sus padres, Nagg y Nell, viven sin piernas, metidos en cubos de basura. Solo Clov, el criado, con una aguda cojera, puede desplazarse con dificultad. Luego de estas dos grandes piezas, se exploran otros caminos: dramas radiofónicos, pantomimas, textos cada vez más breves. Pero en ellos también hay ciegos y posibles asesinatos. En octubre de 1969, trabajando ya en la inminencia del silencio, Beckett recibe el Premio Nobel. No irá a recogerlo.
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