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Actualizado hace 13 hours | ISSN: 2805-6396

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ETC / Estado del Arte


Arte y libertad absoluta

26 de Agosto de 2014

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Nota:
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Antonio Vélez M.

 

 

 

 

En las artes plásticas, el cine, el teatro, la literatura, la moda y la música no parece haber limitaciones a la osadía de sus autores ni a sus extravagancias. El gran problema es que la evaluación de ese tipo de obras es un acto para el cual no hay reglas objetivas de medida y, en consecuencia, está sometido a sesgos inevitables, o bien por ignorancia del asunto o por multitud de influencias externas, como serían la fama del autor o la de los críticos, la propaganda… Así que los profanos debemos confiar en argumentos muy débiles, más que en nuestros propios criterios, y aceptar como valioso lo que nos dicen que es. Por eso, si queremos comprar una obra de arte o leer un libro, conviene pedir asesoría.

 

Y si de extravagancia, osadía y provocación se trata, nada mejor ejemplo que La fuente. En un arranque de inspiración creativa, Marcel Duchamp compró un orinal en un depósito de materiales de segunda mano y lo expuso en el Museo de Nueva York. La obra, considerada por algunos como un hito importante en el arte del siglo XX, fue presentada bajo un nombre falso: R. Mutt. Después de largos debates entre los miembros de la junta acerca de si la pieza era arte o basura, se aceptó, pero la ocultaron a la vista durante la exhibición. Hoy no sabemos todavía la respuesta, pero podríamos hacer una lectura posible a la intención del artista: escandalizar o tomarles el pelo a los críticos.

 

En 1951, Ad Reinhardt tuvo la idea simple de pintar lienzos de un solo color: azul o rojo, para luego pasar al negro puro. Sus lienzos “todo-negro” fueron exhibidos en algunas galerías importantes del mundo. Un crítico lo tildó de “charlatán”, mientras que otros más sofisticados se refirieron a su obra como “el último enunciado de la pureza estética”. Y de todo negro se pasó a todo blanco, la máxima simplicidad: una obra que consiste en nada sobre el lienzo, un marco solo, un libro que no contiene ni una sola palabra, una sala de “exposiciones” completamente vacía, silencio absoluto… El británico Sheridan Simove publicó, con éxito de ventas, un libro titulado ¿En qué piensan los hombres aparte de sexo? Son doscientas páginas sin una sola palabra escrita. ¿Sabiduría?

 

El artista norteamericano Robert Rauschenberg también usó la nada para hacer brotar de ella arte impoluto: lienzos en blanco puro, “pura inspiración”, o un dibujo que el artista borró hasta dejarlo en blanco. La moda de la “nada” se extendió como el fuego por varios campos de la actividad artística, quizás un plagio interdisciplinario. Así, en 1952, el músico John Milton Cage “compuso” una célebre pieza titulada  “4´33´´”, obra que consiste en 4 minutos y 33 segundos de silencio absoluto, pero con los músicos presentes. El poeta peruano César Vallejo escribió poesía de gran valor y también experimentó hasta llegar a extremos ridículos. He aquí una pequeña muestra: Era Era: Gallos cancionan escarbando en vano / Boca del claro día que conjuga / era era era era.

 

El teatro también fue invadido por el vacío: el dramaturgo irlandés Samuel Beckett, hombre irrespetuoso con  la tradición, compuso Silencio, una miniatura teatral, para un espectáculo titulado ¡Oh, Calcutta! La obra es brevísima, pues apenas dura 35 segundos, y en el escenario no hay actores, solo basura dispersada con “gusto artístico”. Y hay luz y sonidos: una aspiración acompañada de un cambio de luminosidad, luego una expiración profunda, más tarde un lamento, seguido de una grabación de los primeros gemidos de un bebé recién nacido. Luego END.

 

Después del arte en blanco, apareció el arte menos uno, o menos que cero. Jerry Lee Lewis fue probablemente el primer músico en destruir sus instrumentos: en la década de 1950, después de un concierto prendía fuego a sus pianos. En 1967, Alexander Jodorowsky, durante un programa de televisión, tomó un hacha y convirtió el piano en  leña. “Concierto para delinquir”, podría bautizarse.

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