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Actualizado hace 12 hours | ISSN: 2805-6396

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Verbo y gracia


Aprender a escribir

23 de Agosto de 2013

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Fernado Ávila

Fernando Ávila

feravila@cable.net.co

 

“El escritor nace, no se hace” es una de esas frases que tienen algo de cierto y mucho de falso. Es importante que haya una disposición natural hacia el arte que practica, pero también mucho de aprendizaje. El escritor nace, pero también se hace.

Pues bien, ¿dónde se hace?

 

La oferta se ha ampliado en los últimos tiempos. La Universidad Central convirtió su tradicional Taller de Escritores en una especialización en Creación Narrativa y en una carrera profesional de Creación Literaria, que tiene tres énfasis, narrativa, poesía y ensayo.

 

La Universidad Nacional, por su parte, completa ya varios años con su Maestría de Escrituras Creativas, donde Azriel Blibliowics, Joe Broderick, Luis Fernando García Núñez  y otras vacas sagradas de la sabiduría y la literatura preparan a los alumnos para que elaboren su ópera prima en novela, teatro o cine, aunque la mayoría opta por la televisión, donde el arte de escribir es mejor pagado.

 

Más allá de lo formal, hay multitud de talleres patrocinados por el Estado. No es difícil que el escritor en ciernes se encuentre con Cristian Valencia y sus historias del Biblioburro en un taller patrocinado por la Alcaldía Mayor de Bogotá; con Julio César Londoño y su gusano mordelón en una biblioteca pública de Palmira, o con Pilar Quintana y sus polvos raros, en cualquier municipio perdido del país, compartiendo con futuros novelistas sus conocimientos.

 

El programa más atractivo que me he encontrado, por pensum y por profesores, es el máster de narrativa de la Escuela de Escritores, de Madrid, que ya va para su quinta promoción, con la única desventaja de que es presencial, y en consecuencia al alcance de quien tenga disponibles 12.000 euros más gastos de estadía y pasajes. Salvo este último insignificante detalle, no he visto mejor programa para la formación de un escritor.

 

Yo me tuve que contentar con el que ofrecía su competencia, la Escuela de Letras, de Madrid, que era apenas una especialización en línea. Sin embargo, nunca disfruté tanto. A lo largo de doce meses, en que me iban descontando de mi tarjeta de crédito la cuota pertinente, lo que hice fue disfrutar leyendo y creando poesía y cuento. Antes de lo que esperaba ya era especialista, con diploma de la Universidad Camilo José Cela.

 

Ahora bien, un abogado como usted, tal vez quiera acercarse a este mundo de la creación de una manera más informal, con talleres cortos que estimulen su afición a las letras, a la poesía, al ensayo o a la narración. La oferta es infinita. Comience por El amor a las palabras, curso que ofrece en línea Fuentetaja Literaria, con doce lecciones, para doce semanas, por algo así como millón y medio de pesos, o gratis, por Facebook.

 

Si este curso lo motiva, usted está perdido. Después no habrá quien lo disuada de hacer el taller de microrrelato, el de autobiografía, el de cuento erótico, el de cuento infantil, el de poesía, el de guion… Esto es tan adictivo como la Coca-Cola. Queda advertido.

 

Lo digo, porque estoy convencido de que el escritor nace, pero sobre todo se hace. De hecho, he dedicado mi vida a formar gente que escriba. Mi credo se identifica con el de Julio César Londoño, de quien plagio los siguientes renglones:

 

“No hay fórmulas infalibles, nada que garantice la eficacia de una estructura ni la perduración de un soneto; nadie que pueda transmitir la genialidad, pero hay muchas cosas enseñables: las normas de la gramática, para escribir correctamente, y cómo apartarse de ellas, para escribir mejor. Que el cuento gira en torno al argumento, y la novela, en torno a los personajes. Que las musas existen, pero soplan sobre los aplicados. Y que después de Rimbaud no ha nacido ningún genio”.

 

Sin grandes pretensiones, escuelas y talleres, que nunca le pedirán que lea el Ulises ni El otoño del patriarca, sino apenas las historias de Raymond Carver, y los clásicos de Chéjov, lo irán llevando por el camino de la literatura, estimulándolo a crear mundos, a narrar sus propias experiencias y a exorcizar así sus demonios. Este arte, además de lúdico, es también medicinal.

 

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