Crítica Literaria
Antonio Ungar, novelista
19 de Diciembre de 2011
Juan Gustavo Cobo Borda Especial para ÁMBITO JURÍDICO
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Antonio Ungar (Bogotá, 1974), nieto de un célebre librero bogotano, ganó el Premio Herralde de Novela, promovido por la editorial barcelonesa Anagrama, con su libro Tres ataúdes blancos (2010).
Una delirante y espasmódica farsa, a veces exultante, a veces triste, sobre una república no tan imaginaria llamada Miranda, con demasiados cruces con la realidad colombiana.
En todo caso, y desde su primer capítulo, el tono es punzante y desfachatado. Han asesinado a Pedro Akira, candidato de la oposición en Miranda, en contra del demasiadas veces reelegido presidente, Dr. Tomás del Pito. Pero el narrador-personaje, José Cantoná, vago y alcohólico, se parece demasiado físicamente a Akira, el adalid de los pobres, para desaprovechar la oportunidad.
Un compañero de colegio y ahora asesor de los partidos independientes, “Jorge Parra se llamaba. Jorgito, para los amigos” (p. 41) decide llevarla adelante. Suplantar al difunto y así quizás ganar las elecciones. Pero el minúsculo (un metro y cincuenta y un centímetros) como se empecina en llamar al presidente, no es un hueso fácil de roer.
En todo caso, el protagonista-narrador intenta en la clínica compenetrarse mejor con el difunto Pedro Akira, a quien representará al ocultar su muerte y ser lídel del Movimiento Amarillo. Comienza entonces por engañar a madre y hermana de asesinado, y con vendas, máscaras y tubos, continúa su metamorfosis teatral, feliz la cúpula de su grupo de la engañifa que montan. En ese país de Escuadrones de la Muerte y Guerrillas Estalinistas esta milagrosa recuperación terminará, como tantos otros sucesos inverosímiles, en ser nada más que un avance informativo en una realidad solo existente en radio y televisión, controladas ambas por los amigos del presidente y sus jugosas regalías.
Pero la novela no sería novela si no aparece una heroína, la enfermera Ada Neira, que con su amor transforma al apático y errante protagonista. Terminará este por pronunciar discursos en frases tajantes y metáforas ilusionadas. Se abre un futuro que este ser pasado de kilos intenta concretar para superar el desprecio de su madre muerta y su padre vivo, resignado habitando del barrio La Esmeralda con sus parsimoniosas colecciones de insectos y estampillas.
Pero el idilio se rompe con brusquedad: algunos del Movimiento Amarillo lo traicionan y lo venden al siempre reelegido a cambio de unas porciones del pastel del poder.
La novela enloquece feliz entre escoltas, atentados, fugas y chantajes, que nos llevan a pensar si es posible narrar un mundo de horror con algún sentido y una lógica, que sea incluso la de novela considerada como un thriller cinematográfico y al borde de la insania, en un mundo que no anda nunca lejos de tales disparatados extremos.
Heriberto Fiorillo reunió en Escribir es lo que cuenta (Barranquilla, Fundación La Cueva, 2008) 10 exhaustivos reportajes con narradores colombianos. Allí, Ungar confiesa cómo su formación se debe al cine, la música y la tradición anglosajona donde el humor concede tanto la parodia como esa veta de soledad y melancolía que aquí impregna la relación padre-hijo. En todo caso, la sordidez de la política como la inconsistencia de una realidad que puede ser tan cruda como jubilosa nos brinda aquí un espejo (roto) para vernos mejor.
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