Anécdotas políticas 339

Benjamín Ardila Duarte

En el Nudo gordiano, Pompidou señala su convencimiento de que los presidentes de la República están impulsados a escoger como Primer Ministro a hombres que le estén estrechamente ligados sobre el plano político, intelectual y personal y sobre quienes no tengan duda – no digo independencia de pensamiento y expresión, que es esencial, sino competencia indiscutible.

Rafael Núñez acogió a Julio H. Palacio en su casa cartagenera de El Cabrero, lo envió a la universidad, y el rector, abyecto y asustado, se lo devolvió con el diploma de doctor en la mano. El expresidente le dijo: “Julio, te he hecho doctor, pero no docto”.

En su lucha contra el clientelismo, recientemente un senador de Boyacá reunió a sus más cercanos colaboradores y manzanillos. En su intervención les precisó: “Aquí a ustedes les consta que yo no he repartido dádivas; yo no le he dado nada a nadie, ustedes todo se lo han ganado”.

Cavour, hombre noble y clave en la unidad italiana del siglo XIX, algo disoluto y amigo de mujeres de vida alegre, tuvo este incidente: en Turín, en pleno estado de sitio y de guerra, la policía le gritó: “Un alto, quien vive, a media noche”, y el estadista contestó: “Soy hombre público, en vía pública y con mujer pública”.

En Tuta (Boyacá), cuentan sus gentes letradas un episodio amoroso que terminó en poema: “Zoila Plaza se casó con Salustiano Bolívar, y así en su firma estampó: Soy la Plaza de Bolívar”.

Manuel Fraga Iribarne, estadista español recientemente fallecido, marchaba hacia Galicia con Pío Cabanillas, en verano insoportable. Unas monjitas llegaron a la playa a prudente distancia. Los varones se zambulleron en el mar del sector como Dios los trajo al mundo. Fraga, muy católico, se tapó y Cabanillas le gritó: “Manolo, no, no, la cara, tápate mejor la cara”.