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Anecdotario Político
29 de Mayo de 2015
Benjamín Ardila Duarte |
La libertad de testar fue sugerida por don Andrés Bello al proponer el Código Civil que nos rige, pero fue rechazada por el presidente de Chile. En Colombia, en los Sueños de Luciano Pulgar, de Marco Fidel Suárez, se dice que “convendría establecer aquí la libertad de testar a fin de atenuar los pésimos resultados que la acumulación de riquezas desmedidas guarda en perjuicio efectivo de los herederos obligados, porque es un hecho que el orden moral no los hace dichosos sino infortunados, en proporción con la excesiva riqueza”.
El senador chocoano Diego Luis Córdoba, nuestro profesor de Derecho Romano, solía relatar que su bisabuela, niña de siete años, aún esclava, desayunó cantando. La propietaria esclavista, señora Mallarino, indagó su alegría y la menor le dijo que despertó soñando que ya era libre. Conmovida, la familia dueña les dio a la menor y a la madre la libertad.
El romano Julio César dijo que sirvió más a la patria Cicerón que todos los capitanes de la república. Y Carlyle decía que prefería las obras de Shakespeare a las colonias del imperio británico, que caerá en la ruina, mientras que las obras literarias durarán para siempre y llevarán en su compañía la gloria de Inglaterra.
Monseñor Carrasquilla, exministro, rector del Colegio del Rosario y paladín de la filosofía tomista, al hablar del cardenal Mercier, quien estudió todos los autores, desde Tales de Mileto hasta Bergson, decía: “No hay que extrañarlo; todo sistema filosófico, por erróneo que sea, trae algunos fragmentos de verdad. ¿Acaso el espíritu humano se paró en el siglo XIII?
En El Quijote, segunda parte, leemos: “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje y no te desprecies de decir que vienes de labradores; préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos han subido a la suma dignidad pontificia e imperial; y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos que te cansarán. Porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”.
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