Curiosidades y…
Al pueblo que fuereis…
01 de Marzo de 2011
Antonio Vélez
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En Patillal (Cesar), durante una presentación del cantante y animador de televisión Silvestre Dangond, un niño subió al escenario y tuvo la osadía de pedir prestado el micrófono para un corto show de canto y baile, presentación que fue muy celebrada por los asistentes. El cantante, en una muestra de generosidad (tal vez ostentosa), sacó un grueso fajo de billetes y en público premió generosamente al niño, en efectivo bien visible; luego despidió al pequeño fan con un ligero pellizco en la bragueta, acto que ha sido censurado por varios periodistas y que terminará, probablemente, en una demanda contra el exitoso cantor.
Se alega que hubo ultraje, deshonra del menor, y que hasta podría derivar en un trauma sicológico. Sin embargo, en la película (YouTube) se ve a un niño feliz y orgulloso. Una periodista de El Colombiano reacciona en nombre de las buenas costumbres: “… es bastante desagradable, sin embargo, que después de entregarle el dinero, agarrara al niño por sus genitales... Tenemos que acabar con eso, máxime, cuando se trata de la violación a los derechos de la niñez”.
Es lo que se llama una tormenta en un vaso de agua o, mejor, un tsunami. Y para los costeños, una solemne pendejada. No hay duda de que lo hecho por el cantor es de mal gusto, pero de ahí a decir que “… las execrables prácticas del artista del vallenato pertenecen a la cultura del ultraje” hay varios años luz de distancia. O acusar al cantante de “manosear el ‘pirulí”, como escribió una periodista de El Espectador. Dangond se disculpa y alega que el pellizquito genital es muy común entre amigos y hace parte de la cultura popular de la región.
Y tiene razón. Aquellos que critican con severidad al artista olvidan un principio básico de la antropología: los actos deben juzgarse en el contexto cultural correspondiente. Los españoles, por ejemplo, en lugar de decir “trasero” dicen “culo”, término que sería censurado si alguien lo usara en la televisión colombiana. “Coger”, para muchos latinoamericanos, es término prohibido, mientras que los colombianos podemos coger lo que nos plazca, sin que ningún periodista se mortifique.
Después de la emoción de un gol, los futbolistas argentinos se besan; sin embargo, entre nosotros, un beso entre varones va más allá de lo socialmente permitido. Caprichos del contexto cultural: lo mismo se percibe como diferente. Muchas mujeres indígenas posan, “sin ningún pudor”, desnudas de la cintura para arriba, y aun en nuestra televisión se las muestra así, medio vestidas; otra cosa sería que Natalia París saliera luciendo tal atuendo: “pornográfica provocadora”, le dirían, con razón. Lo mismo pero en un contexto diferente. Entre los Ngá, tribu del norte de Malawi, los varones se saludan sacudiendo dos veces el pene del otro, y las mujeres se dan apretones en los pechos.
En Colombia, algunos jóvenes se saludan con insultos amistosos: “¿Quihubo güevón? Señal inequívoca de que entre ellos existe una gran amistad. Hasta el más tarado reconoce que, sin ser de “buen gusto”, tales saludos no mortifican al amigo; por el contrario, este los recibe con señales de camaradería. Dangond hizo, de manera espontánea, lo que entre jóvenes es común en varias regiones de la costa norte de Colombia: saludarse tocándose los genitales, pero por encima del pantalón, sin que eso signifique ultraje, ni mucho menos homosexualidad. Y si es un adulto quien le hace tal caricia a un jovencito, en público, a plena luz del día, no significa abuso sexual, ni manoseo, ni pedofilia, ni “confiancitas” perturbadoras, ni causan el más mínimo trauma en el joven: significa cariño, hermandad. Pero en este país de los horrores, más de uno se escandalizó con el inocente toquecito vallenato. El turno es ahora para los abogados defensores: mirar las cosas a la luz serena del Derecho y la Antropología.
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