Curiosidades Y…
Adivinos e inocencia
15 de Junio de 2011
Antonio Vélez
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Hace 33 años, Raffaele Bendandi, sismólogo y astrólogo italiano, predijo que un terremoto devastador se haría sentir en Roma el 11 de mayo del 2011, esto es, que Roma no era la “ciudad eterna”, como siempre se la ha llamado. El sismólogo aficionado fue bien atrevido, fruto de su ignorancia, pues cualquiera que esté enterado un poco sobre las causas de los sismos sabe que los recursos actuales no permiten predecirlos.
A pesar de que los expertos aseguran que Roma está situada en un sitio de bajo riesgo sismológico, se calcula que el 20% de sus habitantes, “prudentemente”, no asistieron al trabajo el día señalado o no abrieron sus negocios, por si las moscas, y muchos de los peregrinos que habían viajado a la beatificación de Juan Pablo II decidieron adelantar el viaje de regreso, por si el temblor. Más de uno canceló el tiquete aéreo que tenía reservado para ese día, junto con las reservaciones de hotel. Esto es, de cierta manera se cumplió la profecía, pues “la ciudad vivió una especie de sismo”, diría el profeta, justificándose, o diría que tal vez se equivocó de sitio, pues ese 11 de mayo, en Murcia se registró un sismo de intensidad 5,2 en la escala de Ritcher (de intensidad entre 4 y 5 ocurrieron 649 en el 2010). La verdad es que la credulidad de los humanos y el chiste pesado del aprendiz de hechicería costaron a los romanos una millonada imposible de calcular, como si Atila los hubiese visitado. La inocencia cuesta caro.
Pero no son solo los romanos los crédulos. El predicador gringo Harold Camping predice que el próximo 31 de octubre ocurrirán plagas, inundaciones y sequías hasta la destrucción total. Unos pocos elegidos viajarán en nave espacial al Cielo. Algunos jefes de Estado han reconocido sin vergüenza que para las decisiones importantes se valieron de astrólogos y adivinos. Ronald Reagan, en su inmensa ignorancia, confiaba las fechas de las reuniones importantes a su astrólogo de cabecera. Mal ejemplo para los ciudadanos.
Resulta incomprensible que gente relativamente culta e inteligente crea en precogniciones. Quizá se deba a que los medios de comunicación colaboran con la farsa al informar al público general cualquier acierto de un adivino famoso. Es un truco viejo de los augures ese de acomodar a posteriori las palabras a los hechos, para que el pronóstico concuerde con lo sucedido. Ajuste retroactivo que elimina con cierta piedad las diferencias entre pronóstico y realidad. Y si por azar se obtiene un éxito, se publica a los cuatro vientos, mientras que a los fracasos, que son mayoría, se les aplica la ley del silencio.
Son más de uno los locos que han pretendido o pretenden poseer el envidiable don de la precognición, de conocer por anticipado el futuro. Pero la verdad escueta es que nunca ha existido sobre la Tierra un sujeto que haya probado, con el debido rigor, poseer los dones proféticos. Para muchos, es triste que así sea (otros se alegran), pues parece difícil encontrar una facultad mental con más aplicaciones prácticas, ni una que otorgue más poder y riquezas. Piénsese solamente cuánto estarían dispuestas a pagar las compañías aéreas y las de seguros a cualquier persona que pudiese predecir los accidentes aéreos y, ¡cómo lo agradecerían los viajeros!
Sin embargo, con el desarrollo de las matemáticas, el hombre pudo al fin contar con una bola de cristal más transparente que aquellas utilizadas por los adivinos de profesión: la estadística. Hoy, los gobernantes inteligentes consultan la estadística, y gracias a ella conocen por anticipado una parte importante de los acontecimientos por venir. Se ha llegado a tal perfección en las predicciones de ciertos aspectos de la vida, que, por ejemplo, las elecciones presidenciales casi que sobran, pues la estadística aplicada a las encuestas anuncia con altísima probabilidad y por anticipado el ganador.
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