Crítica literaria
Adiós a Carlos Fuentes (1928-2012)
27 de Julio de 2012
Juan Gustavo Cobo Borda |
Personas (2012), el primer libro póstumo de Carlos Fuentes es muchas cosas a la vez. Una galería de retratos -Alfonso Reyes y Luis Buñuel, Francois Mitterand y Andre Malraux, Pablo Neruda y Julio Cortázar, Arthur Miller y Lázaro Cardenas-. Una suerte de memorias indirectas, sobre maestros que lo marcaron como estudiante de Derecho, en México, como el exiliado español Manuel Pedrero que en sus cursos sobre Teoría del Estado y Derecho Internacional Público limitaba las lecturas a solo tres autores: Platón, Maquiavelo y Rousseau. Platón, en el cual la paideia, ideal de cultura como principio formativo del individuo, con un amplio devenir histórico, ya que el tiempo no es más que la eternidad en movimiento.
Más tarde, hallará otros guías, como el economista canadiense John Kenneth Galbraith, el autor de El nuevo Estado industrial que abrirá para Fuentes “el teatro del mundo económico” actual y su incidencia en nuestros países:
“Ninguna compañía privada que se respete a sí misma, comento Galbraith, se abandonaría a los vaivenes del mercado. Verdad central para fortalecer a los estados latinoamericanos, tan incipientes aún, sin menospreciar a la iniciativa privada y apelando a la sociedad civil. Quienes reclaman que el Estado se ausente, no podrían sostener, sin el Estado, los territorios que reclaman, trátese de la defensa nacional, de la solidaridad social o de la regulación de la banca privada”.
Otros perfiles, de gran vivacidad emotiva, son aquellos que dedica a amigos muy próximos, verdaderos “cuates” como Fernando Benítez con quien practicó Fuentes un periodismo independiente y crítico como en el suplemento La cultura en México donde documentaron “el asesinato del líder agrario Ruben Jaramillo y su familia al pie de la pirámide de Xochicalco” (p. 114). Un excelente reportaje que puede encontrarse en su recopilación Tiempo mexicano, de 1971, p. 109 a 122.
La trashumancia cosmopolita de Carlos Fuentes, siempre cerca de los acontecimientos y los grandes personajes, siempre obsesiva sobre México y su pasado indígena, siempre en lucha por un espacio democrático mas allá del PRI, tiene un aliciente de avidez creativa: su ambición de novelista. El vasto ciclo de su narrativa que él mismo denominó La edad del tiempo y que en la solapa de este libro abarca 25 títulos por lo menos y varios otros que fueron apenas intentos o borradores que no cuajaron como su proyecto sobre uno de los líderes del M-19, Carlos Pizarro, que tituló Aquiles o el guerrillero y el asesino.
“Darle al pasado inerte un presente vivo, prestarle voz actual a los silencios de la historia (...) si no salvábamos nuestro pasado para hacerlo vivir en el presente, no tendríamos futuro alguno” (p. 142). Este era, en cierto modo, el decálogo de Fuentes novelista y su generosa preocupación por el destino de la novela a través del estudio y reconocimiento de sus pares como es el caso de su muy ilustrativo libro Geografía de la novela (1993), armado en torno de figuras como Roa Bastos, Milán Kundera, Julián Barnes, Italo Calvino y Salman Rushdie y que ahora, en Personas, se prolonga en su retrato de Susan Sontag.
Allí donde la frialdad taxonómica de los profesores se vuelve el dinámico testimonio de un participante comprometido que sentía cómo la realidad parecía sobrepasarlo. Su México de 110 millones de personas y 50.000 asesinatos terminaba por resultar inabarcable en las disputas entre los carteles de la droga y el retorno del PRI al poder. Paradojas de la historia que Fuentes asumía en la ironía de aquel “jamás real, siempre verdadero” con que la novela, a través de la imaginación y el lenguaje crea los mundos que nos faltan, donde la experiencia se vuelve conocimiento y la libertad surge, una vez más, de la necesidad. “En literatura, nos confirmó Borges, la realidad es lo imaginado”. Todo ello, en contra quizás de esa tradición mexicana autoritaria e intolerante como buena hija de Moctezuma y Felipe II, que Fuentes cuestionó con pasión desde los primeros seis cuentos de su libro inicial Los días enmascarados (1954). La pétrea máscara del ídolo azteca que el Creador debe destruir para que surja el rostro humano. Por ello a través de estas figuras bien comprendidas y dibujadas con acierto, como es el caso de Buñuel y Lázaro Cárdenas, el que termina por asomar es el propio Carlos Fuentes.
Un lector que, en filósofas como María Zambrano y Simone Weil, también encuentra fundamentos para sus análisis que en este libro de lúcido memorialista nos da otra vía para acercarnos a las personas que conformaron su educación cívica y creativa.
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