Columnistas
El aborto según Jane Roe
14 de Diciembre de 2011
Orlando Muñoz Neira* Abogado admitido en la barra de abogados de Nueva York
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Roe vs. Wade, uno de los casos más famosos en la historia judicial de EE UU, reconoció a las mujeres el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Decidido en 1973, el proceso tuvo como demandante a “Jane Roe”, nombre ficticio utilizado por la Corte para referirse a una mujer residente en Texas, quien, embarazada por tercera vez a mediados de 1969, quiso practicarse un aborto. En ese entonces, el aborto era un delito en Texas, a menos que se practicara bajo recomendación médica para salvar la vida de la madre. A Jane Roe se le apareció una abogada, Sarah Weddington, quien para entonces buscaba una clienta embarazada deseosa de abortar que le otorgara poder para representarla en un juicio en el que pudiera demandar la inconstitucionalidad de la prohibición texana de detener en forma discrecional el embarazo. Weddington llevó el caso a la Corte Suprema de EE UU donde la mayoría de sus integrantes consideró que el Estado solo podía prohibir el aborto a partir del momento en que el feto es viable, esto es, cuando presumiblemente tiene la capacidad de una vida significativa por fuera del vientre materno. Sin embargo, cuando el caso se decidió, en enero de 1973, ya Jane Roe había dado a luz y entregado a su bebé en adopción.
Desde entonces, juristas de todo el mundo han comentado la decisión Roe vs Wade y su trascendencia, pero se han olvidado de la mujer que la provocó: Jane Roe, cuyo verdadero nombre es Norma McCorvey. Abandonada por su padre a temprana edad y criada por una madre alcohólica, Norma no tuvo éxito con ninguna relación heterosexual; en cambio compartió por largos años con su compañera sentimental Connie González. Permaneció anónima por mucho tiempo trabajando como aseadora de edificios hasta que en 1989, participó en un acto a favor de la libertad femenina de decidir sobre su cuerpo, a pesar de que dos días antes desconocidos habían disparado contra su residencia.
Sin mucha educación y carente de buenos modales, Norma se sintió ignorada por la abogada Weddington y por otros líderes del movimiento pro aborto. Luego, comenzó a trabajar en clínicas abortistas hasta que en marzo de 1995, una curiosa coincidencia comenzó a cambiar su destino: justo al lado de la clínica abortista donde trabajaba, una institución contraria al aborto, llamada Operation Rescue (O.R.), tomó en alquiler unas oficinas. Al comienzo, a Norma le erizaba que sus archienemigos se hubieran mudado justo al lado. Pero el director de O.R., Philip Benham, un cristiano paciente e insistente, comenzó a buscar diálogo con Norma. Lo mismo hicieron Ronda Mackey, una empleada de O.R. y su hija Emily. La tensión inicial de Norma se fue transformando en simpatía especialmente hacia Emily, quien le robó el corazón. Curiosamente, tanto Philip cuando supo que su esposa esperaba su primer hijo, como Ronda, cuando quedó embarazada por primera vez, habían considerado al aborto como una opción, aunque finalmente decidieron tener sus hijos.
Horrorizada con los procedimientos utilizados en la interrupción de embarazos, el manejo de las partes del cuerpo de los fetos retirados del vientre de sus progenitoras como si se tratara de basura (al menos en las clínicas en las que ella laboró), la práctica de abortos en fetos de más de 20 semanas y el ánimo de lucro de la “industria” abortista, Norma comenzó a cambiar su actitud. Conmovida por las risas de los bebés y los juegos de Emily, aceptó una invitación de esta niña a un ejercicio religioso. A partir de ahí todo cambió. Norma dejó el consumo de drogas y alcohol y se convirtió totalmente. Renunció luego a su trabajo en la clínica de abortos, se unió a O.R. y hoy es una activista del movimiento pro vida. Llegó incluso a solicitarle a la Corte Suprema el cambio de la postura judicial frente a la interrupción voluntaria del embarazo, pero, como era previsible, la Corte mantuvo su jurisprudencia.
Así, mientras el mundo sigue pregonando la decisión Roe vs. Wade como un hito en los derechos de la mujer sobre su cuerpo, la protagonista que dio lugar a tan trascendental decisión cree, por el contrario, que es una vida humana y no un mero tejido el que surge desde el momento de la concepción. Nos enseña el caso, que aunque los juristas reseñen las decisiones de las altas cortes casi siempre con independencia de sus protagonistas, son seres humanos de carne y hueso quienes las han provocado, seres humanos que sin importar cuál es la ratio decidendi o el obiter dicta, pueden (y tienen todo el derecho de) cambiar su propia postura aunque la jurisprudencia se mantenga.
Pd. Los detalles del caso de Norma McCorvey pueden consultarse en su libro Won by Love publicado por Thomas Nelson Publishers en 1997.
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