Opinión / Columnistas
Abortos forzados y prohibidos: dos caras de una misma moneda
24 de Febrero de 2016
Mónica Roa Especialista en uso del Derecho para la promoción del cambio social y en equidad de género |
Imagine dos escenarios. En uno una mujer llora mientras le practican un aborto forzado. En el otro una mujer llora y abandona a su hijo en la basura. En el primero la mujer quedó embarazada como resultado de una relación consentida y quería tener a su hijo, pero las autoridades de su mundo prohíben el embarazo y ejecutan a quien no aborta. En el segundo la mujer quedó embarazada porque su padrastro la violó y no quería tener a su hijo, pero las autoridades de su mundo nunca le dieron anticoncepción de emergencia y cuando se confirmó su embarazo le impidieron abortar. Estos escenarios paralelos los han vivido mujeres colombianas.
La historia del primer caso hace referencia a los abortos forzados cometidos por las Farc, el ELN y los paramilitares, que hemos denunciado con mis colegas de Women´s Link en las intervenciones presentadas ante los procesos de Justicia y Paz que adelanta la Fiscalía en Medellín y Bogotá, incluso antes de que se conociera la historia del ya famoso enfermero detenido en Madrid. La historia del segundo caso tiene origen en las noticias que encuentro en los periódicos más frecuentemente de lo que quisiera, y que trato de explicar imaginando todo lo que tiene que vivir una mujer para tomar la decisión de abandonar a su hijo recién nacido. Ni dentro ni fuera del conflicto las mujeres han sido plenamente autónomas frente a su sexualidad y a su vida reproductiva.
Muchas mujeres combatientes se unieron a la guerrilla porque no querían resignarse al destino que les ofrecía la vida civil de nuestra realidad colombiana: conseguir un esposo que las maltratara habitualmente y parir un hijo detrás de otro sin posibilidades de poder siquiera soñar con tener un plan de vida. Por esa razón, la obligación de usar anticonceptivos y de abortar al interior de las Farc fue liberadora para muchas de ellas y por ello sostienen que desde una sociedad que no ha respetado a sus mujeres, no las podemos criticar. Hace poco una mujer me contó la historia de una niña que fue violada repetidamente, ella puso varias denuncias y el Estado ni investigó, ni sancionó a nadie. Por esa razón decidió irse de su casa y unirse a la guerrilla. De acuerdo con los testimonios de las combatientes farianas, al llegar a la guerrilla, tener un rifle en la mano y ser tenidas en cuenta al menos para cargar con los 30 kilos de rigor por entre la selva, finalmente se sintieron visibles y valoradas como seres humanos. Sin embargo, la experiencia de otras no fue ni voluntaria ni liberadora.
Del otro lado están las mujeres que han sufrido el conflicto desde la sociedad civil. Para ellas el conflicto acabó con las posibilidades de que pudieran brindarle una vida digna a sus familias, mató o desapareció a sus hijos y a sus esposos, y las obligó a desplazarse con lo poco que pudieron cargar por el camino. La mayoría de mujeres víctimas del conflicto han vivido la violencia sexual en tres actos: en sus propias casas a manos de familiares cercanos, por parte de los actores armados cuando la guerra llegó a su comunidad, y cuando se organizaron y empezaron a avanzar la agenda por la paz con denuncias y exigencias de verdad, justicia y reparación. Algunas perdieron sus embarazos deseados como resultado de la violencia. Otras “le tuvieron hijos a la guerra”, como ellas mismas lo dicen.
Al final, cuando las mujeres víctimas y las combatientes se sentaron a hablar de paz en La Habana, encontraron que quieren lo mismo para un posible escenario de post-acuerdo: protección frente a la violencia machista, autonomía para decidir sobre sus vidas sexuales y reproductivas, medios para vivir dignamente con sus familias y comunidades, y ser sujetos políticos relevantes.
Ni las Farc ni el Estado han sabido ni podido protegernos de la violencia que encontramos diariamente en la casa, la escuela, el trabajo, la calle y el campo. Ni uno ni otro han reconocido la autonomía de
las mujeres frente a la posibilidad de tener hijos o no, ni ofrecido las condiciones para que una y otra decisión puedan ser vividas de forma digna y segura. La paz debe asegurar que a través del respeto de las decisiones sexuales y reproductivas nunca, nunca más una mujer sufra por una maternidad impuesta ni por una prohibida.
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