Curiosidades y…
Aborto y pecado
Vendrán otros intentos de prohibir el aborto, pues los autores de la propuesta andan molestos por haber perdido la partida. Podría decirse que van a luchar a muerte por sus ideas.
19 de Enero de 2012
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Antonio Vélez Especial para ÁMBITO JURÍDICO
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Ya superamos un intento serio de prohibir la práctica del aborto en los casos despenalizados por la Corte Constitucional; más tarde, vendrán otros, pues los autores se han mostrado porfiados y, además, andan molestos por haber perdido la partida. Podría decirse que van a luchar a muerte por sus ideas. A su favor invocan el principio del “inviolable derecho a la vida desde la fecundación hasta la muerte natural”. Al respecto, conviene citar lo que piensan las autoridades católicas (Congregación para la Doctrina de la Fe): “... nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente”. Se trata de lo que los teólogos llaman un acto intrínsecamente malo, esto es, uno para el cual el fin nunca justifica los medios, por bueno que aquel sea.
Alegan los insistentes defensores de la moral que se trata de mandatos revelados por Dios, inmodificables; pero, la verdad, han sido modificados, pues la doctrina católica no siempre ha considerado que el aborto sea intrínsecamente malo, y para otros libros sagrados (voces alternativas del mismo Dios), la doctrina es diferente, pues la vida no comienza con la fecundación. ¿Cuál voz de Dios tiene la última palabra? El Dios de los católicos, hablando a través de La Biblia, no hace una sola mención que lo prohíba. Tampoco Agustín ni Tomás de Aquino, dos respetados voceros, consideraron que el aborto en fase temprana fuese un homicidio. Y hasta 1869 se aceptó que durante los tres primeros meses de existencia, el embrión no poseía alma y era lícito abortar. En 1930, Pío XI prohibió el aborto bajo cualquier circunstancia; 20 años más tarde, Pío XII hizo caso omiso de las prohibiciones del otro Pío y autorizó la interrupción del embarazo para salvar la vida de la madre. Una doctrina inconsistente, que como una veleta cambia con el viento de los años.
Vale la pena añadir que existen “interpretaciones” (y los teólogos son expertos en eso), para que un acto intrínsecamente malo, como lo es el asesinato, sí pueda justificarse; por ejemplo, cuando matamos en defensa de nuestra vida. Basta usar los malabares lingüísticos que nos enseña Tomás de Aquino en su Summa theologiae: “La acción de defenderse (…) puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor (…). Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los que uno sólo es querido, sin embargo el otro está más allá de la intención”.
Entonces, se pregunta el lego en esos asuntos sumos, cuando una madre aborta porque está en peligro de muerte (un embarazo ectópico y el peligro inminente de una hemorragia mortal, por ejemplo), por qué no podría alegar, siguiendo el teorema de bifurcación de Tomás, que su acto tiene dos efectos: uno directo y primario de salvar su propia vida y otro, no deseado, de matar a su engendro, un paquete microscópico de células, sin cerebro, el que, además, por no estar fijado en el útero no tiene la más remota posibilidad de sobrevivir al embarazo. Son dos efectos, de los que “uno sólo es querido”, y otro está “más allá de la intención”.
Quizás no han advertido los antiabortistas que al clasificar de inmoral el aborto provocado, esto es, como un acto que no admite excepciones, su posición los conduce a un problema lógico insalvable: queda también automáticamente condenado moralmente, y por idénticas razones, el bombardeo de un campamento enemigo que arrasa con todo ser vivo, inocente o no, que se encuentre en el área de candela. Más aún, queda prohibido moralmente que un soldado dispare sobre sus enemigos, pobres jovencitos inocentes que están en el frente porque los han reclutado contra su deseo. Sin embargo, los antiabortistas no se pronuncian en estos casos, esto es, la futura madre no puede hacer lo que los soldados sí hacen con la aprobación de todos. ¡Que su Dios les ilumine las entendederas!
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