ANÁLISIS: La amenaza nuclear de Irán y el derecho preventivo de Israel: una visión crítica
La dimensión nuclear del conflicto se intensificó a partir de 2018, cuando EE UU se retiró del acuerdo nuclear con Irán.Openx [71](300x120)

18 de Junio de 2025
Juan Carlos Caita Moreno
Doctor (C) Ph. D en Ciencias Jurídicas por la Pontificia Universidad Católica de Argentina
La cuestión de la amenaza nuclear de Irán y el derecho preventivo de Israel es uno de los temas más candentes en la geopolítica del Medio Oriente. Ambos países representan polos opuestos en términos de ideología política, religiosa y estratégica, y el conflicto entre ellos ha generado debates profundos sobre la seguridad regional, el equilibrio de poder y los principios éticos que rigen las acciones internacionales.
En el año 2025, el conflicto entre Israel e Irán ha escalado a un punto de inflexión, cuando el Estado israelí decidió llevar a cabo una operación militar de gran escala contra instalaciones nucleares en territorio iraní[1]. Esta incursión, bautizada como Operación León Ascendente, ha sido duramente criticada en algunos foros internacionales, pero también ha sido comprendida y apoyada por otros sectores que reconocen la naturaleza del riesgo que Irán representa en la región[2]. Lejos de ser un acto arbitrario de agresión, esta acción israelí responde a una lógica defensiva clara: evitar que un régimen autoritario, ideológicamente hostil a la existencia del Estado de Israel, alcance la capacidad de construir armas nucleares.
El origen del enfrentamiento entre ambas naciones no es reciente. Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán adoptó una postura abiertamente contraria al proyecto sionista, financiando y apoyando a actores como Hezbollah, en el Líbano; Hamas, en Gaza, y las milicias chiíes en Irak y Siria. Esta red de influencia, conocida como el “Eje de la Resistencia”, ha estado involucrada en múltiples conflictos regionales que han alimentado la inestabilidad en Oriente Medio[3]. A lo largo de las últimas décadas, Irán se ha posicionado como un actor desestabilizador, no solo por su retórica antiisraelí, sino también por su apoyo material y estratégico a grupos que atentan contra la seguridad de la región.
La dimensión nuclear del conflicto se intensificó a partir de 2018, cuando EE UU se retiró del acuerdo nuclear con Irán (JCPOA), alegando incumplimientos por parte de Teherán. Desde entonces, el gobierno iraní ha incrementado su enriquecimiento de uranio a niveles cercanos al armamentismo, con reportes de la Agencia Internacional de Energía Atómica que confirman la acumulación de más de 400 kilogramos de uranio enriquecido al 60 %, un paso técnico del umbral necesario para fabricar armas nucleares[4].
Ante esta amenaza inminente, Israel ha decidido actuar de forma preventiva. El ataque coordinado del 13 de junio de 2025 incluyó misiles de precisión dirigidos a las instalaciones nucleares de Natanz, Fordow e Isfahán, así como a centros de investigación militar, laboratorios subterráneos y centros de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC). Además, se reportó la eliminación de figuras clave del programa nuclear iraní mediante operaciones encubiertas del Mossad. Esta ofensiva, considerada una de las más audaces en la historia moderna de Israel, no busca iniciar una guerra, sino interrumpir el progreso hacia un Irán nuclear[5].
Las reacciones internacionales han sido mixtas. Mientras potencias europeas como Alemania y Francia han llamado a la moderación, otros actores, como Canadá y ciertos sectores del gobierno estadounidense, han expresado su comprensión respecto a la lógica israelí. La pregunta que debe plantearse la comunidad internacional no es si Israel debió atacar, sino qué otra alternativa tenía ante la creciente pasividad de los organismos multilaterales frente al avance nuclear iraní.
Desde una perspectiva estratégica, el ataque israelí responde a la doctrina del derecho a la defensa preventiva. Tal como lo han expresado analistas como Ari Shavit en The Times, estamos ante un momento similar al de los años cuarenta: cuando ignorar una amenaza existencial significaba permitir su concreción[6]. Irán no solo representa un peligro para Israel; su presencia nuclear transformaría completamente la arquitectura de seguridad de Oriente Medio. Arabia Saudita, Turquía y Egipto probablemente iniciarían sus propios programas nucleares, dando lugar a una peligrosa carrera armamentista.
El impacto geopolítico de esta operación es profundo. Por un lado, debilita de manera considerable la capacidad operativa del programa nuclear iraní, aunque no lo elimina por completo. Por otro, fortalece la posición de Israel como una potencia regional disuasiva, capaz de ejecutar operaciones de alta precisión a larga distancia. Desde el punto de vista geoestratégico, Israel ha enviado un mensaje claro: no tolerará un Irán nuclearizado, y está dispuesto a actuar con o sin el respaldo total de sus aliados.
En cuanto a las consecuencias regionales, es innegable que el conflicto ya ha comenzado a alterar la dinámica en Oriente Medio. Los rebeldes hutíes en Yemen, aliados de Irán, han cerrado temporalmente el estrecho de Bab el-Mandeb, afectando el transporte marítimo internacional. El precio del petróleo ha subido considerablemente, y hay un clima generalizado de tensión en la región del Golfo. Sin embargo, también se han generado oportunidades: varios países del Golfo, que ven a Irán como una amenaza común, han fortalecido sus vínculos con Israel. Esta convergencia de intereses podría consolidar nuevas alianzas estratégicas, transformando el mapa político regional[7].
Críticos de la operación argumentan que la acción podría tener un efecto contraproducente, fortaleciendo al régimen iraní a nivel interno y provocando una mayor radicalización. Sin embargo, esta visión subestima el impacto estructural que los ataques han tenido sobre las capacidades técnicas e industriales de Irán. Según expertos del Washington Post y la AP, aunque instalaciones como Fordow no fueron completamente destruidas, su funcionalidad se ha visto seriamente comprometida[8]. Además, los retrasos que sufrirán los programas científicos y las pérdidas en capital humano especializado son enormes.
La acción israelí, por tanto, debe ser entendida no como una agresión aislada, sino como parte de una estrategia integral de contención y defensa. En un mundo ideal, la diplomacia y los acuerdos multilaterales serían suficientes para frenar las ambiciones nucleares de Teherán. Pero el historial de incumplimientos iraníes y la falta de mecanismos efectivos de verificación han dejado a Israel sin otra opción. En este contexto, el uso de la fuerza es un acto de legítima defensa y de responsabilidad regional.
Desde una postura crítica, considero que Israel ha actuado con proporcionalidad y precisión quirúrgica. Su ofensiva no ha estado dirigida contra la población civil, sino contra objetivos militares y científicos estratégicos. Esta diferencia es fundamental para entender la ética de la acción israelí, en contraste con los métodos de sus enemigos, que muchas veces atacan objetivos civiles deliberadamente. Además, la operación fue precedida por múltiples advertencias diplomáticas, lo que demuestra que Israel agotó todas las vías antes de actuar.
En términos de liderazgo militar, esta ofensiva ha consolidado la posición de Israel como un actor con capacidad tecnológica y de inteligencia sin precedentes en la región. La coordinación entre unidades especiales, sistemas de defensa cibernética, satélites y drones autónomos demuestra una superioridad cualitativa que ningún otro país de la región posee. Esta asimetría disuasiva será clave para mantener el equilibrio estratégico durante los próximos años.
En conclusión, la operación israelí contra las instalaciones nucleares de Irán representa un punto de inflexión en la seguridad regional. Su ejecución, aunque arriesgada, responde a la lógica de un Estado que ha aprendido, a través de su historia, que la inacción frente a amenazas existenciales puede ser letal. Apoyar esta acción no es aplaudir la guerra, sino reconocer el derecho soberano de un país a defenderse cuando la diplomacia ha fallado y la amenaza es real, inminente y letal. En un entorno donde los equilibrios se redefinen constantemente, Israel ha reafirmado su voluntad de existir y su compromiso con la seguridad regional. Y eso, en tiempos de ambigüedad y pusilanimidad, merece ser reconocido.
Este artículo forma parte de un convenio entre agendaestadodederecho.com y ambitojuridico.com.
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