Columnistas
‘La civilización del espectáculo’ y el ejercicio de la profesión de abogado
12 de Febrero de 2013
Andrés Flórez Villegas Socio de Esguerra Barrera Arriaga Asesores Jurídicos
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El año pasado Mario Vargas Llosa nos sorprendió con La civilización del espectáculo, su nuevo libro, después de obtener el Premio Nobel de Literatura.
¿De qué se trata La civilización del espectáculo? Es un ensayo que se ocupa de hacer una radiografía del mundo moderno. Para Vargas Llosa, en nuestros días el primer lugar en la tabla de valores lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Pasarla bien –señala el autor– es legítimo, pero convertir esa natural propensión en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico del ejercicio de algunas profesiones, la proliferación de la irresponsabilidad.
Un ejemplo de la civilización del espectáculo está en que para informar de las crisis financieras –citemos el caso Interbolsa– los periodistas no se detienen en buscar las causas de los problemas o en explicar sus fundamentales, sino que se ensañan en escudriñar a los afectados a ver cuál de ellos es el primero que se va a lanzar al vacío desde un edificio. Y si lo pueden filmar mientras ello ocurre, tanto mejor.
El periodismo, dentro de la era donde prima la civilización del espectáculo, se ha convertido en eso: un montón de paparazzi avizorando las alturas con las cámaras listas para capturar a los clientes o a los traders suicidas –a la prensa le da igual si se trata de uno o de otro– que de forma gráfica, dramática y espectacular respondan a la quiebra terminando con su vida. El fondo de la cuestión es secundario.
Leer el libro me hizo pensar que el ejercicio de la profesión de abogado en nuestros tiempos participa de muchos de los componentes de la civilización del espectáculo. ¿Quiénes son los abogados más conocidos o, lo que llaman algunos, más exitosos? Aquellos que ejercen su profesión de forma melodramática, usando a los medios y haciendo declaraciones en la radio y la televisión a toda hora.
En la era de la civilización del espectáculo esos abogados conocen más los set de televisión, a las presentadoras y a los directores de los noticieros que la jurisprudencia, dónde quedan los juzgados o en realidad qué es lo que dice la ley.
Y lo del contenido de la ley es bien importante. En nuestra sociedad del espectáculo no importa qué diga la ley, sino lo que se le pueda hacer creer al público qué dice la ley. La movilización de las conciencias es el objetivo, no propiamente la justicia. Lograr que el inconsciente colectivo considere que tal o cual empresa es corrupta –un buen ejemplo es el caso Saludcoop– determina todo. Poco o nada valen la verdad o las pruebas, pues al fin y al cabo la civilización del espectáculo dicta sentencia, los jueces simplemente refrendan.
No cabe duda de que en el mundo moderno la civilización del espectáculo tiene un claro efecto en cómo se ejerce la profesión de abogado. Al compás de la cultura imperante, los debates jurídicos e intelectuales se han ido reemplazando por la publicidad y las apariencias. El caso Colmenares y el de Sigifredo López son un buen ejemplo. En esos procesos el desapego a la ley y a la justicia para privilegiar el espectáculo son elocuentes.
La raíz del problema está en nuestra cultura moderna. La gente abre un periódico o ve televisión para pasarla bien, no para martirizarse con problemas ni para tratar de pensar. Todos buscamos distraernos, olvidarnos de lo que nos agobia. Y como dice Vargas Llosa, no hay algo más divertido que espiar la intimidad del prójimo, sorprender a un ministro en calzoncillos o averiguar los descarríos sexuales de un juez. Ese es el terreno fértil para la civilización del espectáculo y el ejercicio light de nuestra profesión.
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