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Linealidades y desorientaciones en la enseñanza del Derecho

El derecho no es magia, pero sí puede ser patrón que paulatinamente moldea comportamientos.

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27 de Agosto de 2025

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Lina María Céspedes-Báez
Profesora titular de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
Doctora en Derecho

El Derecho tiende a enseñarse como una combinación del presente continuo y el futuro. Los sílabos de las asignaturas están centrados en el derecho vigente y la historia del derecho se materializa como un análisis lineal en donde el pasado simplemente antecede, como una causa o un olvido, los aciertos y desaciertos del ahora. Claro, a veces hay lugar para extrañas nostalgias o insistencias mitológicas, como esa que se expresa en ciertas aulas donde el derecho romano se estudia como si estuviera en vigor.

Mientras fui estudiante, nunca dudé del acierto de dicha aproximación. De hecho, tan convencida estuve, que pocas veces pensé en este tema luego de haber iniciado mi vida profesional. Los primeros cuestionamientos surgieron cuando comencé a indagar sobre el rol del derecho en las dinámicas de discriminación y violencia en contra de las mujeres. La evidencia era contundente: desde el nacimiento de la República, el derecho público y privado se habían encargado de crear una definición de mujer afincada en la limitación de sus derechos en razón de su sexo.

Potestad marital, imposibilidad de elegir y ser elegidas, silencio sobre la violencia doméstica, extinción de la acción penal por matrimonio en casos de delitos sexuales, solo para nombrar las perlas más evidentes. Los siglos XIX y XX fueron difíciles para las mujeres colombianas desde un punto de vista jurídico. Con determinación, ellas se movilizaron para derogar e incluir disposiciones que cambiaran su estatus de ciudadanas a medias. Sin embargo, también aprendieron que corregir la letra de la ley no es suficiente y que la persistencia de su mandato puede extenderse mucho más allá de las fechas que ponen fin a su imperio.

El derecho se enseña como si la voz de la ley fuera mágica. Los abogados como grupo creen que basta abrogar y derogar para que lo que fue deje de ser, aunque individualmente sepamos que eso no es más que una especie de superstición a la que nos tenemos que agarrar para sostener la cohesión e importancia de la profesión. Lo cierto es que aún no entendemos muy bien por qué razón la gente cumple las órdenes del Derecho, si por miedo, conveniencia, disposición moral o respeto a su legitimidad. También, nos cuesta aceptar lo que nos comunica su total incumplimiento o su cumplimiento “amañado”: la fuerza y persistencia de prácticas sociales que alguna vez fueron instituidas o avaladas por medio de sus palabras.

Si hubiera sido cosa del derecho, las mujeres colombianas del siglo XXI vivirían en un paraíso sin violencia, brechas salariales, sobrecarga de trabajo doméstico no remunerado, e incumplimientos de cuotas alimentarias. Como ese no es el caso, vale la pena preguntarse por la perduración de aquello que fue removido de las normas jurídicas. El caso de la potestad marital es uno de esos que siempre me ha fascinado.

Para comenzar, a mí nada me dijeron de dicha institución cuando estudié derecho, ni en Personas, Familia o Contratos. Claro, es de suponer que una institución que, en su dimensión patrimonial, fue tachada del Código Civil en 1932, no debería consumir horas valiosas de clase. Sin embargo, esa convicción debería comenzar a tambalear cuando uno constata que, a pesar de dicha eliminación, las mujeres siguen teniendo poca capacidad de negociación financiera y personal en el hogar, sus parejas les controlan los gastos o no las dejan emplearse y asumen las dobles y triples jornadas de trabajo que afectan sus ingresos y carreras laborales.

El derecho no es magia, pero sí puede ser patrón que paulatinamente moldea comportamientos. Eso significa que sus instituciones pueden dar forma a nuestras conductas mucho más allá de su vigencia. La apropiación de la letra de la ley es un proceso de prácticas continuas que están mediadas por procesos complejos en los que no solo están implicados el control y la autoridad, sino también el respeto que inspira quien legisla y la convicción y el ejemplo individual y colectivo.

El derecho no sigue las lógicas de una secuencia rectilínea, sino dinámicas de interrelación del pasado, del presente y del futuro. Cuando pienso en cómo funciona el derecho me imagino una cinta de Möbius en la que lo que fue tiene un lugar en lo que es y será, y eso que va a ser influye en la comprensión de lo pretérito y de nuestro ahora. Mucho del abuso económico que sufren las mujeres hoy en día en la vida cotidiana con sus parejas encuentra sus raíces en la derogada potestad marital que no nos enseñan en la universidad.

El derecho debería enseñarse con esta perspectiva de continua retroalimentación que reta cualquier orientación lineal. En este sentido, la enseñanza del derecho debería “desorientarse” para abrazar los complejos procesos espaciotemporales que se conjugan en su producción, implementación y apropiación. Esta perspectiva conduciría a abrir los sílabos e incluir instituciones que parecen del pasado, pero que se han quedado de facto entre nosotros. Eso nos permitiría pasar de la anécdota erudita que se lanza en un salón de clase para maravillar a los estudiantes y hacer gala de tanta lectura, a análisis más granulados del rol del derecho en la consolidación o transformación de nuestros comportamientos.  

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