Crítica literaria
Los heraldos, miradas locales de la gráfica globalizada
22 de Septiembre de 2012
Juan Gustavo Cobo Borda |
Allí están, en rojo casi siempre, en azules, marrones o verdes, recortados en ángulos secos, como de constructivistas rusos, estos heraldos donde el ingenio colombiano rehace las figuras enviadas desde Hollywood, o quizás de México y Buenos Aires, para promover una película. Estos programas de mano entregados a la entrada de la función ahora están revestidos con el encanto sospechoso de la nostalgia, del coleccionismo que recorre mercados de pulgas o librerías de segunda, o como dicen en la Costa,agáchates para, en viejas revistas, recuperar una foto, una crónica, un aviso, un afiche que permita hilvanar otro hilo de lo que debe llamarse el único arte popular de nuestro país: el cinematógrafo.
Un arte en inglés, western, music halls, gangsters, terror y que del Cinemascope al Technicolor, nos trajeron elstar system dentro del american way of life. Modas, canciones, peinados, maquillajes Max Factor, que hicimos nuestras bajo un rótulo inconfundible. Universal, terror; Warner Bros,gangster; Metro Goldwyn Mayer, ruge el león, drama; 20 Century Fox, drama y musical; Paramount,western. Vespertina 0,41 centavos. Con impuestos, 0,50.
Círculos, rayas, ondulaciones, para enmarcar la risa pícara o la pose trágica, el espectáculo de baile o el drama inconcebible. Pero en el centro de todo ello el cine mismo, con su ya establecida escala de valores, que ya desde 1895, con los hermanos Lumiere tiene algo de carpa de circo, de espectáculo callejero, de humor brusco, de jardinero empapado por la manguera, que se ha refugiado en salas, donde abuelos y nietos, institutrices y discípulos, doncellas y policías, podían convivir en la carcajada estrepitosa o en la lágrima incontenible. Los sentimientos y las palizas, y ya desde entonces quienes atesoran esos programas de mano para hacer mucho menos frágil la memoria, mucho más risueño el olvido.
Aquí por obra y gracia de Pedro José Duque, Juan Alberto Conde, Augusto Bernal, Luz Alcira Silva y Luis Felipe Duque, el diagramador fallecido antes de ver su bella obra, se nos ofrece un abanico de lecturas. De algunas de las cuales, como diría Borges, todavía no soy digno, como aquellas semiótico-lingüistas con textos, metatextos e hipertextos. Pero en todo caso, la lectura de imágenes es una tradición latinoamericana, y a ella quiero referirme, pues complementa de modo pertinente este bello álbum, de tanta eficacia visual y de tan alegre juego en la diagramación. En el jubiloso aire de un volumen para desprender, recortar y armar, en alguna forma.
Es admirable, en este bello libro-álbum comprobar cómo Bogotá podía disfrutar de figuras tan decisivas del cine como D.W. Griffith, Ernst Lubitsch, Buster Keaton, Harold Lloyd, Dolores del Río, Greta Garbo, Boris Karloff, Kathelen Burke, y cómo, ya en ese entonces, llegaban, en 1931, las Luces de Buenos Aires de Paramount, con Carlos Gardel y Sofía Bozán. Al año siguiente, arribaba a Colombia la primera cinta mexicana, primera película sonora, tituladaSanta, basada en la novela de Federico Gamboa sobre la vida de una prostituta que oscila entre un torero y un pianista ciego, con música del inmortal Agustín Lara. Los 81 minutos de estefilm, vistos en el primer cine de Medellín, el Junín, debieron marcar a los espectadores que atesoraron el programa de mano como la joya que en realidad era. Pero no solo el amor, la música y el drama arribaron a Colombia, sino que, en 1928, en el teatro Faenza, hoy restaurado, se daría Diez días que estremecieron al mundo. El texto del programa decía: “Del triunfo del pueblo nacen los héroes que han hecho pensar a todo el universo. Lenin, Trotsky, Kerensky. Viva el pueblo. He aquí el grito de la revolución y de los libres”. La Revolución Rusa también se vivía en la pantalla. Por eso podemos pensar que el cine seguiría marcando la cultura de América, como lo expresó Carlos Monsivais en sus ensayos y Manuel Puig en sus novelas.
Una frase de Darío Echandía, en 1949, resume todo lo que este libro, hecho por el Departamento de Diseño de la Tadeo Lozano, a cargo de Pastora Correa, puede significar:
“El cinematógrafo transporta todos los paisajes del mundo, todas las escenas de la vida, a un telón, por cincuenta centavos”.
Si la figura de Charles Chaplin es el símbolo feliz y crítico en contra de los dictadores llevado al cine, también estos programas de mano fructifican en Colombia. En 1943, promoveránAllá en el trapiche, la cual se presenta como la primera película nacional.
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