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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 10 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

La liberación de la Nueva Granada

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Salomón Kalmanovitz
Economista e historiador

 

Las luchas de los pueblos por su independencia son largos procesos en el tiempo. Pasan por la incubación del descontento social, la actividad de sus precursores que organizan las ideas y un discurso del querer ser, la formación de guerrillas y milicias rebeldes, los triunfos y derrotas parciales, la consolidación de los ejércitos y su financiamiento, hasta que el opresor es expulsado del territorio.

 

El pasado 10 de octubre, se cumplieron 200 años de la liberación de Cartagena, el último baluarte del imperio español de lo que entonces se llamaba República de Colombia, y sería la fecha clave que puso fin al yugo español. El territorio liberado estaba integrado por la Capitanía de Venezuela, la Nueva Granada, la provincia de Guayaquil y Panamá que después se desgranarían en los entes modernos que conocemos.

 

Las reformas borbónicas cambiaron la estructura de la dominación colonial a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Se aumentaron los impuestos e hicieron más onerosos los estancos de tabaco, el aguardiente y otros bienes de consumo masivo en toda América y dieron lugar a las revueltas de Túpac Amaru, en el Perú, y a la insurrección de los comuneros, en la Nueva Granada, en 1781. Se dio también un auge de la minería del oro, que contagió varias regiones del virreinato interconectadas por el comercio y que sirvió para que las elites criollas se enriquecieran, ganaran confianza y desafiaran al imperio que las oprimía.

 

Avanzada la larga lucha contra el imperio, las tropas del ejército libertador, al mando del venezolano Mariano Montilla, conquistaron la plaza fuerte de Cartagena, de manos del “Pacificador” Pablo Morillo, quien se la había tomado seis años antes y había ejercido el terror. Morillo había logrado desde este punto la reconquista a sangre y fuego de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. Según Gustavo Bell, “la salida de las tropas españolas de Cartagena significó así el éxito final de la campaña libertadora que se inició con la Batalla de Boyacá el 7 de agosto de 1819”.

 

En el interior del país se celebra la Batalla de Boyacá como el hecho clave de la liberación del territorio en una confrontación que no fue tan importante ni definitiva, pues se necesitaron dos años más para la expulsión de los españoles al mar. La otra celebración “patria” es la del 20 de julio de 1810, fecha del grito de independencia en la ciudad de Santa Fe, que tenía entonces unos 21.000 habitantes, el 2,3 % de la población neogranadina y que fuera sofocada sin oposición cinco años más tarde. Es el centro del país celebrando sus efemérides, sin reconocer a las regiones y, en este caso, al Gran Caribe.

 

Lo cierto es que, en ese momento, se estaba lejos de conformar la Nación, como se comenzó a identificar a partir de 1863, cuando, ya con unas fronteras algo parecidas a las actuales, se proclamaron los Estados Unidos de Colombia, dotados de una estructura federal. Tras varias guerras civiles, se vino a decantar la República de Colombia a principios del siglo XX, como un Estado unitario, que organizó un ejército nacional en 1907, se dio un régimen más o menos democrático después de las reformas de 1910, y creó instituciones monetarias y de control político modernas, en 1923.

 

Como se ve, se trató de un largo proceso, a veces cruento, conflictivo, penoso; a veces exitoso o feliz, que fue construyendo Nación lentamente, con ires y venires, proceso que está lejos de haber terminado.

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