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Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Análisis de ‘Justicia para erizos’, de Ronald Dworkin

05 de Agosto de 2015

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Sin dignidad nuestras vidas duran un pestañeo.

Pero si nos las arreglamos para llevar adecuadamente una buena vida,

creamos algo más. Escribimos un subíndice a nuestra mortalidad.

Convertimos nuestras vidas en diamantes diminutos en la arena cósmica.

Ronald Dworkin, Justice for Hedgehogs.

 

Leonardo García Jaramillo

Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas, Universidad EAFIT

 

Ronald Dworkin (1931-2013) fue uno de los constitucionalistas y teóricos del Derecho más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Como académico, ejerció una influencia significativa y extendida, tanto geográfica como disciplinar, y su obra despertó un interés genuino por cuestiones complejas en los terrenos jurídico, moral y filosófico-político. Como intelectual público, sus planteamientos a favor del aborto, la eutanasia, la separación iglesia-Estado y el matrimonio homosexual, entre otros, contribuyeron a fundamentar posiciones progresistas no solo en EE UU, sino también en otros países donde sus puntos de vista nutrieron el debate público. En ambos contextos articuló la originalidad, el rigor conceptual, la claridad analítica y la amenidad expositiva, así como la capacidad de persuasión y reflexión crítica.

 

Su gran obra comprehensiva

 

Dworkin tuvo la virtud de construir un sistema teórico basado en aspectos imperecederos, como los relacionados con la dignidad humana, la igualdad y la libertad. Dos cuestiones explican el cometido fundamental de su penúltimo libro, Justicia para erizos (póstumamente se le publicó Religion without God): ¿qué significa llevar una vida buena? y ¿cómo cada persona, desde su propia responsabilidad, debe conducir a su manera su propia vida? Habría entonces una exigencia de considerarse a sí mismo y a su propia vida como objetiva e intrínsecamente importante (auto-respeto), y una responsabilidad especial respecto de sí mismo de vivir bien. Todos tenemos esa responsabilidad pero eso no significa que sean igual de buenas las ideas de todos acerca de cómo llevar una buena vida. La búsqueda de las metas debe darse dentro de las restricciones morales que tienen que ver con las relaciones con los otros. Dworkin sustenta sus ideas acerca de cómo vivir bien y muestra cómo habría políticas preferibles que surgen de esa concepción.

 

En este sentido, se relacionan las ideas de lo ético respecto de uno mismo (cómo se puede vivir bien y tener una buena vida), lo moral respecto de los otros (las personas cómo se deben tratar entre sí) y lo político (los miembros de una comunidad política que se deben entre ellos o el conjunto de principios que debe integrar el Derecho y que nos exigen respetar los derechos individuales). Cada persona en ejercicio de su libertad debe poder plantearse sus propias metas y el contenido que, en el cumplimiento de esas metas, le otorga a su vida para hacerla una buena vida. Esto implica que mediante las leyes no se pueden imponer modelos particulares de la buena vida.  

 

Para determinar cómo las personas deben tratarse colectivamente ellas mismas como individuos, a través del gobierno, Dworkin plantea dos principios relacionados con deberes gubernamentales. De una parte, debe mostrar igual consideración por el destino de cada persona y, de otra, debe respetar la responsabilidad y el derecho de cada persona de hacer algo valioso con su propia vida. De este segundo principio surge uno de los tres argumentos que esgrime para justificar la libertad, que denomina “independencia ética”, para el cual el gobierno tiene que respetar el derecho de tomar las opciones fundamentales sobre el significado y la importancia que le otorgamos a nuestra propia vida. Los otros dos argumentos son (i) la necesidad de contar con algunas libertades fundamentales, necesarias para un sistema democrático de gobierno justo y adecuadamente eficiente, y (ii) el derecho de que no se nos niegue ninguna dimensión de la libertad cuando la justificación del gobierno para hacerlo radica en la popularidad o la superioridad de alguna concepción particular de la mejor manera de vivir.

 

La tesis de la unidad del valor

 

Justicia para erizos aborda un amplio rango de temas, desde ética y metaética, hasta epistemología moral y teoría política. Se trata de su obra más filosófica y, por tanto, más comprehensiva y compleja. Los tres elementos centrales del libro son la independencia de los juicios morales, la unidad de los valores morales y la naturaleza interpretativa de esos valores. Esta relación ejemplifica la tesis central del libro, que es de alguna forma la síntesis de la obra dworkiniana: los valores morales son, en realidad, en todas sus formas, una sola gran cosa. Lo que sea la verdad, lo que signifique la vida, lo que exija la moral y lo que demande la justicia constituyen diferentes aspectos de una misma cuestión. De la tesis de la unidad del valor se deriva toda la investigación y es la que otorga sentido al título. Proviene de la famosa frase del filósofo presocrático Arquíloco, que popularizó Isaiah Berlin: “El zorro sabe muchas cosas, el erizo sabe una sola gran cosa” (breve comentario de Dworkin al respecto, aquí). Metaforiza la labor de construir y defender una teoría ética obrando, no como un zorro que no tiene que mostrar coherencia en su teoría, sino plantear juicios sin interconexión, sino como un erizo que sustenta la tesis de la unidad del valor.

 

Esta tesis se basa en la idea de las interpretaciones cargadas de valor y en su concepción de la dignidad humana integrada por los principios de autenticidad y auto-respeto. Nuestras convicciones morales conforman un todo coherente, es decir, un sistema que se construye mutuamente donde cada valor se adhiere, y sustenta, a todos los otros valores. Esta coherencia no está pre-ordenada, sino que se realiza a partir de la práctica de la mejor interpretación de nuestras convicciones morales, cuyo objetivo fundamental es establecer afirmaciones morales verdaderas. Para afirmar la verdad de las convicciones morales, Dworkin enfatiza en la necesidad de que tales convicciones unifiquen y reconcilien lo que parecen ser valores en conflicto.

 

En este punto se articula la idea de la práctica de la interpretación, la cual resulta esencial porque los valores morales son abstractos y no tienen una jerarquía preestablecida. Solo así se pueden aplicar para poder determinar, en últimas, la verdad de lo que señalan hacer en circunstancias concretas. Como no todas las expresiones de la libertad son igualmente valiosas (no somos libres de violar o robar), mediante la interpretación identificamos valores más fundamentales, como la dignidad y el respeto para con los otros, que subyacen al derecho a la libertad. A partir de ahí se determina cuáles libertades constituyen el ejercicio de derechos individuales y cuáles no.

 

Dworkin describe una concepción del Derecho como rama de la moralidad política. Afirma en Justicia para erizos que “Es necesario comprender la moral, en términos generales. como un sistema que responde a una estructura arbórea: el Derecho es una rama de la moralidad política, la cual constituye en sí misma una rama de una moral personal más general, que a su vez es una rama de una teoría todavía más general a propósito de lo que significa vivir bien”.

 

Los “conceptos interpretativos”

 

La investigación ética que propone Dworkin rechaza el cometido de definir el significado o las funciones del lenguaje moral. Los conceptos morales no poseen criterios que puedan descubrirse mediante el análisis, sino que su naturaleza es esencialmente interpretativa, por lo que su determinación exige identificar sus fundamentos y sus implicaciones. Se deben buscar en cambio interpretaciones cargadas de valor (“value-laden”) de conceptos morales que determinen su aplicación a casos particulares. Conceptos normativos como responsabilidad, deber y justicia, así como libertad, democracia e igualdad, son “conceptos interpretativos”. Cualquier definición de conceptos interpretativos es, en realidad, una interpretación moral de cómo debemos entenderlos y una toma de posición acerca de lo que nos resulta valioso en el ideal que representa. Los conceptos morales no los usamos como hacemos con otros conceptos, como carro, triángulo o planeta, para los cuales previamente establecemos criterios y analizamos si el objeto interpretado los cumple o no.

 

Cada interpretación de la ética (vivir bien), la moral (los deberes para con otros) y la política (la democracia, los derechos políticos, los derechos y principios como la igualdad y la libertad), procura establecer juicios verdaderos sobre los objetos de la interpretación. Toda interpretación es una práctica cargada de valoración donde se plantean juicios sobre el valor del objeto que es interpretado y sobre el valor de la interpretación misma en un campo determinado. Las interpretaciones del significado de un poema o una obra artística involucran juicios acerca de los elementos que le otorgan valor a cada una de esas demostraciones del arte y a práctica de la interpretación en sí.

 

Toda interpretación (jurídica, artística, histórica…) pretende configurar juicios verdaderos sobre el objeto interpretado (una disposición constitucional, un poema, un verso o un acontecimiento pretérito). Lo que determina la credibilidad de los juicios que se plantean sobre el valor de un objeto interpretado es la tradición interpretativamente configurada donde se han planteado estándares y objetivos de interpretación en cada tradición. Existen hechos morales y mediante la interpretación se consigue la verdad sobre cuestiones valorativas. La práctica de plantear y justificar juicios morales va conformando una unidad que es la que justifica la conceptualización de conceptos interpretativos ante nuevos casos.

En este punto se relaciona la idea de la independencia de los juicios de valor respecto de los juicios científicos que requieren estándares probatorios y verificación de hechos. Dworkin pretende, tanto demostrar que las condiciones de verdad y falsedad pueden afirmarse respecto de los juicios morales, como derrotar la postura escéptica que niega la posibilidad de fundamentar verdades morales. Para la filosofía a la que se opone Dworkin la verdad solo puede encontrarse de dos formas, por fuerza de pura razón (3-2=1 o “todos los elefantes son mamíferos”) o mediante observación científica. Toda vez que afuera en el mundo no hay algún tipo de morales que puedan validar objetivamente posiciones o juicios morales, hay que concluir que no existen.

 

La objetividad de los juicios morales

 

¿Las creencias morales, y los juicios que formulamos en su desarrollo, son meramente cuestiones de preferencias o juicios objetivos con validez universal? Cuando afirmamos que la discriminación sexual o racial es equivocada y reprochable, queremos decir que es real y objetivamente errónea, no que es una opinión entre otras contrarias igualmente válidas. Es decir, no se trata de un juicio subjetivo ni se relaciona solo con gustos y preferencias individuales, por lo que a una persona que afirme lo contario no le diríamos: “está bien que ejerzas tu derecho a la libertad de expresión y plantees una idea opuesta”, sino simplemente: “estás equivocado”. La idea de la objetividad de los juicios morales radica en el carácter no contingente o contextualmente dependiente de juicios de esta naturaleza. La ablación del himen es una práctica equivocada y reprochable así un país entero la realice y apoye.

 

Dworkin dedica casi la mitad del libro a la investigación metaética, es decir, se enfoca fundamentalmente en el análisis del lenguaje moral. La metaética procura entender los presupuestos epistemológicos, semánticos y sicológicos del lenguaje y la práctica de la ética, y, en este sentido, investiga las condiciones de posibilidad de la ética misma.

 

Cuestiones fundamentales son entonces la naturaleza de los juicios morales, la existencia de “hechos” morales y su origen. Entre las preguntas de esta rama de la ética, se cuentan: ¿La ética es una cuestión de preferencia o de verdad?, ¿los estándares éticos son relativos o culturalmente contextuales? Y ¿cómo los hechos morales, de existir, podrían establecer un estándar adecuado para orientar nuestro comportamiento como individuos y como miembros de una comunidad política?

 

¿Y esto para qué sirve?

 

Desde el punto de vista académico e intelectual, Dworkin contribuye con una obra original y ambiciosa a refinar nuestra comprensión de la ética, la moral y la política, respecto de la posibilidad de afirmar verdad sobre juicios morales. Esto conduce al punto de vista político. Si encontramos sólida la argumentación dworkiniana, la objetividad de una afirmación como: “esclavizar a una empleada de servicio doméstico es, siempre y en todos los casos, erróneo y objetable”, nos conduciría a comprender mejor la verdad o falsedad de posiciones que se asumen, y argumentos que se esgrimen, en casos como el derecho de las mujeres a abortar, el derecho de los homosexuales a casarse o el derecho de los enfermos terminales a decidir cómo y cuándo morir.

 

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