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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 12 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Serendipias (I)

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Antonio Vélez

 

La creatividad humana es un talento bien apreciado, pues es un motor importante de la cultura. Paralelo con el talento creativo está el azar, pero requiere que el afortunado tenga el talento apropiado para sacarle partido al esquivo y fugaz momento de fortuna. Sin duda, hay hechos que ocurrieron por casualidad, pero cuya aplicación práctica no hubiera sido posible sin la casualidad unida al trabajo constante de sus inventores. Se habla de serendipia cuando por accidente o por casualidad se produce un suceso afortunado y el sujeto que lo vive es capaz de sacarle partido. En el lenguaje coloquial se usa la palabra “chiripa”, para referirse festivamente al golpe de suerte, en cierta forma, una serendipia. Parte de lo que llamamos genialidad corresponde a la capacidad de sacarles partido a los hallazgos fortuitos. Louis Pasteur decía: “La suerte solo favorece a las mentes preparadas”.

 

Quizás la serendipia más antigua le ocurrió al griego Arquímedes. Mientras descansaba plácidamente sumergido en su bañera, descubrió que todo cuerpo sumergido en el agua recibía un impulso hacia arriba exactamente igual al peso del agua desalojada por él. Esto le sirvió para descubrir un fraude famoso: el rey Herón II de Siracusa había mandado fabricar una corona de oro puro, pero tuvo dudas sobre la honestidad del fabricante, y no tenía manera de descubrir el pretendido fraude. Así que planteó el problema a Arquímedes, quien en su bañera aclaró las cosas. En un arrebato de felicidad, cuenta la historia, Arquímedes saltó del agua y salió desnudo corriendo por las calles de Siracusa gritando “eureka, eureka…”, que significa: “lo descubrí, lo descubrí…”. Fue inmediatamente donde el rey, tomó una cantidad de oro igual a la entregada al orfebre, la sumergió en la bañera y observaron que el cambio de altura del agua era diferente del obtenido al sumergir la corona, consecuencia de ser las dos densidades diferentes; esto es, el orfebre había usado menos oro del recibido de manos del rey, y más plata. El hombrecito confesó su robo, y las debe haber pagado caro.

 

El escocés Alexander Fleming era un hombre dedicado a investigar en su laboratorio, un recinto poco ordenado, sin que esto le preocupara. Pues bien, un buen día le sonrió la suerte. Un pequeño descuido, muy común en su laboratorio, permitió que un hongo desconocido contaminara y acabara con un cultivo de bacterias que el investigador había preparado pacientemente. Sin embargo, Fleming no fue capaz de determinar la sustancia causante del accidente, del bendito accidente, pero sí intuyó que había algo importante: un enemigo de las bacterias había hecho presencia en sus cultivos, y lo comunicó a los interesados. Pues bien, esta afortunada serendipia dio inicio al descubrimiento de la penicilina, uno de los auxiliares más importantes para defendernos de las enfermedades infecciosas. Más tarde, Florey y Chain lograron aislar y purificar la penicilina hasta llegar a producirla en forma industrial.

 

El físico Niels Bohr llevaba mucho tiempo pensando en la geometría del átomo. Y una buena noche tuvo un sueño serendípico: entre sueños vio un dibujo de una configuración que parecía acertada. Al despertar, dibujó en un papel lo que recordaba de su sueño, pero sin darle mayor importancia. Días después, encontró la hoja de papel, sin estarla buscando, y se dio cuenta de que su sueño era profético: había encontrado una geometría posible del átomo.

 

Al húngaro naturalizado argentino Ladislao José Biro se le considera el inventor del bolígrafo. Cuentan que su idea surgió un día en que al pasar junto a un grupo de niños que jugaban en la calle con pequeños balines de acero, uno de estos cruzó un charco enlodado y al salir trazó una línea delgada y muy perfecta, igual a la elaborada con una pluma fuente. Al instante Biro se inspiró y convirtió el juego infantil en un dispositivo para escribir, formado por un delgado cilindro de metal en el que se almacenaba la tinta, y una pequeña esfera en uno de sus extremos. Después de perfeccionado, el invento se constituyó en algo indispensable, que portamos en el bolsillo, listo para usar. ¡Gracias mil, Ladislao!

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