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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 19 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Obediencia indebida (II)

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El mito de Sísifoensayo imprescindible de Albert Camus, comienza planteando que el principal problema de la filosofía es juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida. Más adelante agrega que es posible determinar qué cuestión es más urgente que otra a partir de las acciones que arrastra, es decir, de las consecuencias que está dispuesta a asumir la persona que actúa.

 

Hablar de desobediencia civil es referirse a actos que ejecutan los desobedientes y que ponen en peligro su libertad y en casos extremos su propia existencia. Ese riesgo lo asumen porque estiman que hay una razón por la que vale la pena vivir y, al mismo tiempo, arriesgar la vida. Por eso no se trata de actos inocuos sino de acciones conscientes y motivadas que pueden generar un impacto definitivo en quien las ejecuta.

 

Durante la campaña por el plebiscito convocado para apoyar o no los acuerdos de paz firmados en La Habana, el líder del principal partido opositor hizo un llamado a la resistencia civil. Cuando una periodista le preguntó por qué hablaba de resistencia y no de desobediencia, el líder respondió: “Yo he utilizado resistencia porque es una manera de enfrentar sin dar la sensación de que por vía de la desobediencia uno se pueda situar por fuera o en contra del ordenamiento jurídico”.

 

En este aspecto parece haber una confusión no menor entre ordenamiento jurídico y orden democrático. Justamente la desobediencia implica actuar por fuera de la ley porque se supone que hay razones superiores a su cumplimiento. Por eso el desobediente está dispuesto a ir a prisión o incluso a morir. No es una manifestación de una opinión personal sino una expresión colectiva, publica y pacífica de rechazo que no busca un beneficio particular sino un bienestar general. No pretende un cambio revolucionario pero sí una ampliación y profundización de la democracia.

 

¿Pero cómo sabemos si las razones por las que alguien desobedece son o no legítimas? ¿Puede haber una desobediencia pacífica inspirada en la xenofobia, el racismo y la homofobia? ¿Es válido rebelarse contra las políticas públicas que promueven la inclusión de los marginados, la libertad de los esclavos, la igualdad de todos ante a la ley?

 

Esas preguntas surgen teniendo en cuenta la realidad del momento en donde muchos actos de aparente desobediencia han concluido en la elección de gobernantes que cierran fronterasexpulsan refugiados y restringen derechos en materia de salud y educación. Todas esas medidas han sido tomadas en un contexto de fuerte crítica no al ordenamiento jurídico sino al estado democrático en su totalidad; es todo lo contrario a lo que plantea la figura de la desobediencia civil.

 

Una vez más Camus nos brinda en este punto algo de claridad en medio de la confusión. En su ensayo El hombre rebelde el escritor argelino comienza hablando del nihilismo que reina en un mundo en el que no se cree en nada, nada tiene sentido, no se puede afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia, una situación no muy distinta a la posverdad de nuestro tiempo. No siendo nada verdadero ni falso, bueno o malo, la regla será mostrarse lo más eficaz posible, es decir, lo más fuerte posible. Entonces el mundo ya no estará repartido entre justos e injustos, sino entre amos y esclavos 

 

En una realidad absurda por definición el hombre absurdo adopta una postura: rebelarse. Ante el espectáculo de la sinrazón, en donde cada uno de nosotros es obligado a matar o a consentir que se mate porque da igual, es necesario revindicar un orden en medio del caos y recuperar una noción perdida de justicia. El hombre absurdo, ahora devenido en rebelde, al estar dispuesto a dar su vida o su libertad por algo que considera digno demuestra con su acto que existe algo superior a la vida misma, algo común a todos los hombres, incluyendo a quienes lo someten o lo excluyen.

 

Esa noción de humanidad compartida solo puede surgir de una persona informada que tiene consciencia de sus derechos. De ahí que la desobediencia civil no tenga nada que ver con la mentira, las pasiones o la manipulación de las ideas. Su fundamento es la solidaridad. Si no existe ese principio no hay rebelión, sino consentimiento criminal.

 

Se equivocan quienes creen que practican la desobediencia civil por pedir la expulsión de los refugiados, la pena de muerte, la invasión de países y la negación de la condición humana a quienes son diferentes. Rebelarse es experimentar la existencia propia y ajena. Es también, como dijo un gran rebelde, ser capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.

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