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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 17 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Los hipopótamos de Pablo Escobar, ¿una solución ética o plomo?

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Carlos Contreras

Abogado de Murlà & Contreras Advocats

Doctor en Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

Profesor del Máster en Derecho Animal y Sociedad de la UAB.

 

Poseer animales salvajes ha sido tradicionalmente un símbolo de poder.  Los patrones clásicos del macho alfa nos dicen que aquel que domine a las bestias debe ser admirado por los demás miembros de su manada. En la especie humana, aquel macho que tiene el dinero y la capacidad para coleccionar animales exóticos o salvajes debe ser respetado. Es merecedor de toda la atención, porque todo macho alfa que se respete es histriónico. ¿Para qué quiero yo el poder, si no es para presumir de él? Los animales son para tenerlos dominados, para alegrarme la vista o para entretenerme a mí, hombre, que soy el centro del mundo. Así piensa un macho alfa que se respete.  Fotos con leopardos y leones (además con metralletas bañadas en oro y lamborghinis) es el tipo de imágenes que publican en Twitter y Facebook los narcotraficantes mexicanos, sobre todo los más jóvenes, para presumir de una vida de excesos, violencia y ostentación[1].

 

Colombia ha tenido y tiene incontables machos alfas. Machos andinos, costeños, paisas, capitalinos o provincianos. Blancos o mestizos. Hay para todos los gustos. Hacen parte de nuestra cultura, se podría pensar. Uno de los más infames, el papá de los machos, es Pablo Escobar. A quien nos lo nombran como referencia obligada de Colombia, cada vez que salimos del país. Uno de los criminales más “mainstream” de la historia. Inmortalizado en la memoria de los colombianos y especialmente de sus víctimas humanas, por las atrocidades que hizo, por la violencia, por las muertes, por las bombas, por el daño cultural y social que produjo y que costará tanto resarcir. (Todos los machos alfa lo admiran por una o por otra razón. Y no solo los colombianos). Inmortalizado constantemente por la industria del cine y de la televisión.  Debido a Pablo Escobar, las palabras “plata o plomo” resumen la imagen de la cultura colombiana en el mundo.

 

Pero, además del daño producido a los humanos y a nuestra cultura e imagen, Pablo Escobar también cargó con víctimas no humanas y generó problemas ambientales, aún vigentes. Me estoy refiriendo a los animales salvajes y protegidos, que ilegalmente importó al país durante su imperio criminal y más concretamente a los hipopótamos que escaparon de la hacienda Nápoles y que posteriormente se adaptaron al ecosistema antioqueño, reproduciéndose de la misma manera como lo hacemos nosotros los colombianos: exageradamente y en grandes cantidades. A la tierra que fueres haz lo que vieres, habrán pensado los hipopótamos. Y usted se preguntará ¿cómo es posible traer tantos animales, algunos de gran tamaño, como hipopótamos o elefantes, sin que las autoridades lo notasen? Querido lector, no olvide que, en nuestro país, es una tradición no ver a los paquidermos, aunque te pasen por las narices.

El pasado 24 de enero, el periódico El País publicó un artículo titulado Los hipopótamos de Pablo Escobar, la herencia de la que Colombia intenta deshacerse[2], en donde se hacía eco de las declaraciones de Carlos Mario Zuluaga, director de la Corporación Autónoma Regional de las cuencas de los ríos Negro y Nare (Cornare). Según El País, Zuluaga y Cornare están muy preocupados por la situación que ha producido la introducción irresponsable de esta especie al país y lo que se ha hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Zuluaga ha declarado que los hipopótamos “son un riesgo para la población ribereña”; “Representan un peligro para la biodiversidad colombiana”; “No son vacas, no podemos acercarnos, son animales salvajes, que están en estado silvestre”. Así las cosas, Zuluaga y Cornare esperan poder “reubicar” a estos mamíferos en zoológicos de la región o del exterior, pues consideran que el plan de esterilizarlos no ha sido eficiente.

 

Sobre este tema, es importante tener en cuenta varios aspectos. En primer lugar, aunque es cierto que este tipo de animales, no pertenecientes a la fauna colombiana, pueden representar un peligro para otras especies autóctonas y para los habitantes de la zona, los mismos fueron introducidos por nosotros, los humanos. Sí, aunque ese humano se llamara Pablo Escobar, era de nuestra especie. Y fueron introducidos con la complicidad de las autoridades colombianas. En otras palabras, los hipopótamos no vinieron voluntariamente, desde África a pasar unas vacaciones en las cuencas de los ríos Negro y Nare y después decidieron quedarse. Dicho esto, esos animales son responsabilidad nuestra.  Son responsabilidad del Estado colombiano. Que tiene dos opciones: la primera,  buscar una solución ética al problema, que tenga en cuenta la integridad física de esos seres vivos rechonchos y sintientes, que se encuentran amenazados a causa de la pérdida de su hábitat y por la caza furtiva, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, y la segunda, encerrarlos y ubicarlos en zoológicos o sacrificarlos directamente.   

 

Estamos hablando de unos animales que han nacido en libertad y que les gusta estar cerca unos de otros. Las madres hipopótamos son muy protectoras con sus crías y hacen un vínculo muy fuerte con sus hijos. Creer que la mejor solución a este problema es meterlos a un zoológico, en donde estarán confinados por el resto de su vida (un hipopótamo puede llegar a vivir entre 40 y 50 años) es, desde nuestro punto de vista, un error.

 

Sabemos que pueden llegar a ser agresivos con los humanos, pero proteger a los humanos no significa que tengamos que matar o encerrar a los hipopótamos.  Nosotros abogamos porque, de una vez por todas, se lleve a cabo un plan de conservación que sea eficiente y éticamente asumible. Las esterilizaciones que se iniciaron deben continuarse. El espacio y el territorio en donde se encuentran estos animales debe limitarse, con el fin de que puedan estar tranquilos y, a su vez, no representen un peligro para otras especies y para los habitantes. Puede ser que estemos hablando de la solución más difícil o más costosa, pero es la única que moralmente debemos estar dispuestos a asumir.  Hippos vivos y libres … o plomo.  

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