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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 3 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

¿Ministerio de industria?

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Hernán Avendaño Cruz

Hernán Avendaño Cruz

Economista y catedrático

 

Los clamores de algunos empresarios y analistas por un “Ministerio de Industria” repicaron hasta las postrimerías del 2013 y no tardan en resurgir en el 2014. Sus fundamentos son la supuesta carencia de política industrial y la presunta desindustrialización del país.

 

La carencia de una política industrial como punto de partida anula cualquier posibilidad de debate sobre el tema. Cosa distinta es discrepar sobre el enfoque, algunos instrumentos o la forma de implementación.

 

La Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana, pionera de esa visión, contrató un estudio con José Antonio Ocampo y Astrid Martínez que, curiosamente, en una de sus conclusiones demostró lo contrario de lo que venía formulando esta agrupación:

 

“En todo caso, en los últimos veinte años se han adoptado políticas de desarrollo productivo que combinan instrumentos verticales y horizontales y que acogen las iniciativas público-privadas para identificar actividades con potencial exportador. El andamiaje institucional se ha perfeccionado y se han superado parcialmente algunas dificultades como la carencia de indicadores y seguimiento. De hecho, en el contexto latinoamericano, Colombia es uno de los países que ha avanzado más en construir dicho andamiaje”.

 

Conclusión: la afirmación sobre inexistencia de política industrial no tiene fundamento.

 

La presunta desindustrialización es un debate anacrónico, pues la pérdida de participación de la industria en el PIB viene desde 1973. Para más señas, la caída empezó en plena aplicación del modelo sustitutivo de importaciones o de “industrialización dirigida por el Estado”, como optan por denominarlo Bértola y Ocampo (2013).

 

Cabe recordar que después de 35 años de políticas de “industrialización dirigida por el Estado” (1945-1980), la industria colombiana no logró una participación en el PIB como la que alcanzó Brasil (35 % en 1982) o Corea (31 % en 1988). Si supuestamente estábamos aplicando las mismas recetas ¿por qué no obtuvimos resultados similares? ¿Y por qué con ese recetario empezó a caer la participación de la industria colombiana antes que en esos otros países? Estas preguntas deberían ser resueltas por los teóricos de la prematura declinación de la industria.

 

El reciente estudio de Esteban Carranza y Stefany Moreno (2013), del Banco de la República, demuestra que la desintegración vertical es un elemento importante para comprender este asunto; además, ayuda a entender lo que está ocurriendo en el mundo.

 

Conclusión: las visiones sobre desindustrialización en Colombia padecen de miopía.

 

La reducción de costos de transacción, incluyendo la gradual eliminación de barreras al comercio, está generando una creciente fragmentación de los procesos de producción y fortaleciendo las cadenas globales de valor (CGV) como forma óptima de organización de los procesos productivos.

 

Un efecto notable de estas CGV es la desintegración vertical. “El aumento de la integración de los mercados mundiales ha llevado a la desintegración de los procesos de producción, de forma que la manufactura o los servicios realizados en el extranjero se combinan con procesos locales. Ahora las empresas encuentran rentable la tercerización de parte creciente de su proceso productivo, tanto en el país como en el exterior” (R. Feenstra (1998), Integration of Trade and Disintegration of Production in the Global Economy).

 

Las CGV y la desintegración vertical generaron espacios para el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas productoras de bienes y servicios. “Los bienes y servicios ahora se entrelazan totalmente y son inseparables en su producción” (Sheila Stephenson (2012), Global Value Chains: The New Reality of International Trade).

 

A partir de estos elementos, los círculos académicos y los hacedores de política económica de otras economías discuten los retos y los cambios que deben ocurrir en las políticas comercial e industrial para que las empresas se beneficien de la nueva organización mundial de la producción. Poco y nada se ventilan esos temas por estas latitudes.

 

Conclusión: un ministerio exclusivo para la industria quedaría cojo e impediría una eficiente vinculación de las empresas a las CGV.

 

Por último, cabe preguntarse qué hace en otros países su ministerio del tema industrial. En Brasil tiene a su cargo la política industrial, la comercial y la de innovación y tecnología. En México, formula y aplica las políticas de “industria, comercio exterior, interior, abasto” y la minera. En Alemania, responde por las áreas de economía, tecnología, energía, comercio internacional y turismo; en economía se incluyen los temas de competencia, política de pymes, política industrial, industria de servicios y política vocacional.

 

Conclusión: en los países que valdría la pena tener como modelo, no existe un ministerio especializado en manufactura; por el contrario, abarca una mayor amplitud de áreas que en Colombia.

 

Solucionar una coyuntura de caída temporal de la producción industrial creando un ministerio de manufacturas, lejos de solucionar los problemas los complicaría; para empezar, serían necesarios esfuerzos adicionales de coordinación, por ejemplo, con el Ministerio de Comercio Exterior. Y el desarrollo seguiría siendo una utopía para Colombia.

 

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