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25 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

Las cartillas y la historia política del país: una mirada al pasado

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Laura Wills Otero

Politóloga. Ph.D en Ciencia Política

 

 

La reciente polémica sobre los manuales de educación sexual le dejó ver al país los altos niveles de intolerancia que existen entre sectores de la sociedad que se diferencian en sus ideologías y valores morales. En paralelo a los eventos ocurridos relacionados con este episodio, repasé textos sobre el desarrollo de la vida política colombiana, y recordé que la intransigencia que se expresó en estas semanas se daba ya a comienzos del siglo XIX, cuando el país apenas empezaba a consolidarse como una república independiente. Al finalizar la década de 1830, el país atravesó la que se llamó la Guerra de los Supremos, que, como lo plantea el historiador Fernán González, “tuvo un gran influjo en la configuración posterior de la vida política de Colombia”[1]. Fue en esa guerra civil cuando se empezaron a formar los dos partidos tradicionales como resultado de confrontaciones políticas que desencadenaron en los “odios heredados’ entre familias y localidades que (…) fija [ron] las adscripciones bipartidistas por mecanismos al estilo de ‘adscripciones de sangre”. Vale la pena citar más extensamente al historiador que analiza este episodio, pues lo que concluye en su estudio es algo que se puede trasladar a lo que vivimos las últimas semanas en el país.

 

Dice lo siguiente: “nacen entonces los estereotipados juegos de imágenes y contra-imágenes con que se van a ver los partidos tradicionales unos a otros durante el resto del siglo XIX y buena parte del XX. Los conservadores van a ser llamados ‘serviles, godos y reaccionarios’, mientras los liberales van a ser caracterizados como ‘facciosos y subversivos’ inaugurando así la tendencia a la criminalización y a la exclusión del adversario político. No se va a configurar un campo común de identidad nacional, donde se confronten pacíficamente los conflictos entre grupos y personas, sino que la política se va a identificar con la confrontación amigo-enemigo, sin posibilidad de compromiso. El contrario queda necesariamente desprovisto de toda legitimidad y la confrontación será de estilo maniqueo, como lucha entre el bien y mal absolutos, sin matices ni gradaciones”.

 

Esta cita recoge lo que varios columnistas expresaron a través de diversos medios, a propósito de la intolerancia que se desató a raíz de las cartillas del Ministerio de Educación. Lo expresado por Fernández, que se refiere a una guerra que aconteció hace más de 150 años, podría repetirse de forma muy parecida en el actual contexto político. Ad portas de firmar un acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y las Farc, es necesario que todos los sectores políticos y de la sociedad, hagamos un esfuerzo por reflexionar y discutir con altura y madurez sobre las diferencias que naturalmente encontramos en una sociedad compleja como la nuestra.

 

La historia también ha mostrado que en determinadas coyunturas, hemos sido capaces de llegar a acuerdos respetando las diferencias. La Constitución de 1991 es un ejemplo de eso, como los son también procesos de paz anteriores al actual que han terminado con la desmovilización y reintegración a la vida civil de grupos armados al margen de la ley.

 

Aunque parezca un cliché, los esfuerzos para lograr estos resultados no los podemos delegar en los gobernantes. Como la historia nos ha mostrado, “las familias y localidades” han sido protagonistas clave en el forjamiento de una nación que ha sido marcada por “venganzas de sangre” que necesitamos superar si queremos vivir en paz. Así que la construcción de un nuevo país debe empezar por algo tan básico como el uso de un lenguaje de tolerancia que conlleve a actos de política conciliatorios.

 

[1] González González, Fernán. 1997. Para leer la política. Ensayos de historia política colombiana, Bogotá, CINEP. 

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