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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 15 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Dos hechos políticos trascendentales, pero ignorados

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Javier Tamayo Jaramillo

Exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia y tratadista

tamajillo@hotmail.com, www.tamayoasociados.com

 

He oído decir que el 14 de julio de 1789, comienzo de la Revolución Francesa, luego de que el pueblo de París quemó la cárcel de La Bastilla, Luis XVI, al momento de acostarse, escribió en su diario que nada digno de quedar consignado había ocurrido en Francia aquel día. Traigo a colación esta historia porque, en cosa de 10 días, sucedieron en Colombia dos hechos que cambiarán, con seguridad, la vida política de Colombia. Pero los medios de comunicación solo informaron brevemente sobre esos hechos, y sus comentaristas no se detuvieron ni un segundo en el análisis de lo que representaban.

 

Eso muestra una cosa grave: que los neomarxistas, intelectuales orgánicos, como los llamaba Gramsci (Petro, sus asesores políticos y algunos de los ideólogos del derecho de los jueces), están haciendo su oficio a la perfección, saben para dónde van y recorren el sendero final de su lucha por el poder, ayudados por quienes de buena fe (formadores de opinión, artistas, académicos y jueces, pluralistas y sabios todos ellos), cansados de la corrupción y de la injusticia social que nos rodea, creen en los ideales de la izquierda, aunque desconocen la corriente histórica que sin darse cuenta los arrastra hacia el populismo de partido único. Al reclamar la democracia prometida y la división de poderes, serán ellos los primeros sacrificados, como sucedió en la Alemania nazi, en la Italia de Mussolini, en la España de Franco, en la Venezuela de Chaves, en la Nicaragua de Ortega, en la Rusia de Putin y en la Cuba de los Castro.

 

El Estado social de derecho permite el juego político a todos los partidos, desde la social democracia hasta el conservatismo, a condición de que respeten el principio de legalidad, la división de poderes y la pluralidad partidista. Por eso las extremas marxistas como fascistas no son de recibo.   

 

Veamos esos dos hechos:

 

1. El día de las elecciones, lo más importante y lo peor, fue el discurso de Petro. En ese momento, mostró su conocimiento del devenir histórico predicado por el neomarxismo contemporáneo en busca de un Estado de partido único. Y, para que lo tengamos en cuenta, nos dijo que lideraría la oposición, pero no discutiendo articulitos en el Congreso, sino llamando a su pueblo a la calle, para reclamar la ejecución de sus programas políticos y luchar desde allí, permanentemente, por el poder. Para Petro, como para los partidarios del derecho de los jueces, los articulitos de la Constitución y de la ley nada valen, a menos que los favorezcan. A ellos les interesa crear hechos políticos en su lucha de clases, manteniendo permanentemente el estado de anormalidad de que hablaba Schmitt, mediante marchas permanentes, haya o no motivos para protestar. Y es allí donde radica la importancia de su discurso. Porque nadie discute que, en un Estado social de derecho, el derecho a la protesta es inalienable, para temas puntuales e inclusive para pedir un cambio de gobierno, si este incumple los principios de la Constitución. Pero ninguna democracia se sostiene con la oposición a toda hora en las calles, paralizando al país, como sucede hoy en Argentina, así no tenga nada concreto que pedir.

 

Como buen seguidor de Schmitt y de Gramsci, a Petro no le interesa el Parlamento, no cree en este. Él aspira a convertirse en el mesías mediante la convocatoria permanente y creciente de las masas para que se manifiesten, aun a riesgo de choques de violencia, contra el sistema. Es la lucha sin tregua entre amigo-enemigo, tan de los afectos de Hitler y de Stalin. ¿Qué van a hacer los congresistas ajenos a Petro, cuando reunidos en el Parlamento, se produzcan manifestaciones diarias de 80.000 personas en la Plaza de Bolívar, con el patrocinio de los que se autocalifican de decentes, para impedir que se aprueben leyes contrarias a su ideología? En 15 días, el Congreso habrá perdido toda su legitimidad, y lo que sigue es todo ganancia para el marxismo.

 

2. Y el segundo hecho es doloroso para quienes creemos en el Estado de derecho. En efecto, cuando la Corte Constitucional estaba a punto de reivindicar su maltrecha imagen ética, separando de su cargo a uno de sus magistrados envuelto en escándalos de corrupción, el Gobierno, que ya había sido favorecido en reñidas votaciones por dicho magistrado, metió la mano para que este permaneciera en el cargo, y lo logró, por estrecha mayoría. Ahora el Gobierno tendrá mayoría en la Corte para la aprobación de las leyes que aún tiene pendientes en esa corporación. Pero lo más importante: cuando asuma el nuevo Presidente, desde la Corte Constitucional, sus enemigos controlarán su obra de gobierno, pues para nadie es un secreto que, con esa mayoría, la Corte, con las libertades de interpretación y modificación de la Constitución a la que nos tiene acostumbrados, no lo dejará realizar el programa de Gobierno para el cual fue escogido por la mayoría de los colombianos.

 

La resaca y la amargura que agobian a buena parte de los colombianos provienen de saber que los perdedores de las elecciones odian sin excepción a los que no estaban de acuerdo con ellos, todo porque Uribe apoya al nuevo Presidente, olvidando que un mal Acuerdo de Paz no tiene que ser aceptado, solo porque lo rechaza Uribe.

 

El próximo Presidente necesita temple y ponderación, para navegar en medio de tantas tormentas. Porque con las decisiones de la Corte y las marchas masivas de Petro, su gobernabilidad se agotará, y de pronto, el nuevo mesías surgirá de entre las masas engañadas y desengañadas. 

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