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16 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 29 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

En busca de un remedio contra la corrupción

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José Miguel De La Calle

Socio de Garrigues

jose.miguel.delacalle@garrigues.com

 

La corrupción es uno de los tres males históricos de mayor tamaño de nuestro país, junto con el narcotráfico y el conflicto armado. Ahora que hemos firmado el acuerdo del fin del conflicto con las Farc se abren oportunidades para el país, pero aún quedan los otros dos grandes asuntos por resolver.

 

Surge la pregunta sobre cuál es la causa primigenia de la corrupción (el tema del narcotráfico lo dejamos para otra ocasión) y cuál podría ser la manera de derrotar este gran karma. Rousseau decía que las instituciones democráticas, similarmente como ocurre con la termodinámica en la física, requieren estar bien diseñadas y compensadas para evitar que se dé una fricción entre ellas y se generen ruidos internos en el sistema, lo que hace necesario que se cuente con resortes que sirvan de “lubricante” o “ventilación” para su óptimo funcionamiento (del Contrato social, tomado de José Rubio Carracedo, La fuente de la corrupción política, Revista de Estudios Políticos, 2008).

 

La entropía es la pérdida de energía que se causa por la fricción permanente de los materiales y es comparada por Rousseau con el desgaste que se va dando por el ejercicio de las instituciones democráticas, lo que provoca incertidumbre e ineficacia.

 

El desgaste de las instituciones democráticas aparece cuando la dirección de la sociedad se aparta de la voluntad general y empieza a operar en función de intereses corporativos o intereses particulares. Incluso, es pasmosamente actual la referencia que hace Rousseau al decir: “cuando el vínculo social comienza a aflojarse y el estado se debilita; cuando los intereses particulares comienzan a hacerse sentir y las pequeñas sociedades a influir sobre la grande, el interés común se altera y encuentra otros que se le oponen, la unanimidad no reina ya en los votos, la voluntad general no es ya la voluntad de todos, sino que se llena de contradicciones, de debates y el mejor consejo no se acepta ya sin disputa”.

 

Al final, el remedio efectivo que se desprende se compone de dos elementos centrales: (i) asegurar los controles judiciales y contrapesos correctos en las instituciones para mantener el norte hacia la voluntad general, impidiendo distracciones hacia intereses particulares, y (ii) la educación cívico-democrática, siguiendo en esto el pensamiento de Platón y Séneca. Traducido a palabras de hoy, el diagnóstico no puede ser más pertinente: para acabar con la corrupción la mejor receta clásica es: más democracia, más educación y más justicia.

 

Democracia, para revitalizar las instituciones que se desgastan con el paso del tiempo y que requieren mecanismos de relegitimación. En esto, el modelo electoral juega un papel esencial. Educación, para lograr una mayor sensibilidad de los integrantes de la sociedad sobre la importancia de dejar de lado los intereses privados a la hora de gobernar y orientar las decisiones hacia el mejor interés común. En este punto cabe recordar que la corrupción no solo es pública, sino también privada, y por ello la educación en valores es fundamental para generar una cultura mayoritaria de respeto a las normas.

 

Tercero, no menos importante, la justicia, esencial para sancionar ejemplar y oportunamente a quienes disfrazan de públicos los intereses privados y, así mismo, para ejercer una influencia positiva sobre el resto de la sociedad, generando incentivos colectivos de correcto comportamiento.

 

 

Visto así, es fácil concluir por qué la corrupción es un mal que nos está dominando en todos los ámbitos en nuestro país: las instituciones no están preparadas para repararse y ajustarse ante el natural desgaste que sufren por el paso del tiempo, el sistema educativo no está habilitado para liderar una educación en valores en todos los niveles de la sociedad y, tercero, la justicia funciona de forma muy deficiente: más del 95 % de los corruptos no son sancionados y, por ende, la principal víctima de la corrupción, la sociedad, casi nunca es reparada adecuadamente. Tendríamos que enfocarnos a arreglar esos tres frentes.

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