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24 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

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Ciro Angarita, a 20 años de su muerte

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Sala Edición 5 - Imagen Principal

Catalina Botero Marino

Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes. Especialista en Derecho Constitucional y Derecho Internacional de los DD HH

@cboteromarino

 

Ciro Angarita era un hombre decente. Su único interés era la justicia, y su única herramienta la razón. Defendía con integridad, tenacidad y aguda inteligencia, las causas de las personas más pobres, excluidas o marginadas. Las mujeres, los pueblos indígenas, los niños y las niñas, hasta entonces invisibles para el Derecho Constitucional, encontraron en la nobleza y lucidez de Ciro a su mejor aliado. Cada cosa que hizo ese gigante de aspecto menudo y cuerpo frágil fue el resultado de un esfuerzo descomunal. Y, sin embargo, pese a todas las dificultades que tuvo que superar –o, a lo mejor, gracias a ellas- logró aquello que parecía imposible en un país de privilegios: demostrar que el Derecho puede servir para realizar la justicia a favor de quienes no tienen nada más que sus derechos.

 

Eran tan poderosas sus convicciones que, incluso, llegó a conmover a políticos usualmente inconmovibles. Como lo recuerda Mauricio García, en uno de los primeros debates en la Cámara de Representantes sobre la tutela contra sentencias, Eduardo Cifuentes y Alejandro Martínez expusieron con rigor los argumentos de Derecho Constitucional y Comparado que soportaban esa figura y la manera razonable como debía aplicarse. Cuando llegó el turno de Ciro, contó el caso de Esther Varela, una mujer humilde que recibió la orden judicial de desalojar la pequeña vivienda en la que había convivido con su pareja durante más de 19 años. Su compañero acababa de morir y no estaban casados. Pese a que la casa había sido adquirida durante la convivencia, las escrituras estaban a nombre de él, y Esther “solo” había demostrado aportar a la comunidad de bienes su trabajo doméstico. Dado que dicho trabajo no representaba valor alguno para los jueces civiles, la hermana del difunto era la única heredera.

 

Ciro se preguntó entonces si al amparo de la nueva Constitución podían los jueces civiles invisibilizar el trabajo doméstico. ¿No era el trabajo de millones de mujeres representadas por Esther Varela un aporte a la economía nacional? La interpretación de los jueces civiles ¿no era una forma de discriminación, que atentaba contra el artículo 13 de la Carta? ¿No desprotegía está interpretación a la familia entendida como el lugar donde están los afectos? ¿No era necesario actualizar la interpretación de derecho legislado para ponerla a tono con la nueva Constitución? Al terminar su presentación, los congresistas –en un hecho inédito-aplaudieron de pie a ese juez en silla de ruedas que acababa de ponerle rostro a la injusticia.

 

Las sentencias de Ciro Angarita sobre derechos fundamentales, el papel del juez en una democracia constitucional o los estados de excepción son materia obligada de cualquier curso de Derecho Constitucional.

 

Ciro Angarita, el que se amarró a una mula para poder llegar al corazón de un territorio indígena; el que no descansaba hasta lograr el mejor argumento para defender una causa justa, el que vivía de manera modesta, porque nunca cifró su felicidad en los bienes materiales; el que disfrutó la vida rodeado del afecto de sus alumnos, amigos y familiares, era ese tipo de personas que –como Manuel Gaona, Reyes Echandía o Low Murtra– dignificaron el ejercicio de la profesión jurídica.

 

Es hora de recordarlos en las aulas, en las oficinas de abogados, en los despachos públicos, en los estrados judiciales. Hay que reconfortar con ese recuerdo a los muchos jueces y fiscales honestos que ejercen con decencia sus funciones en medio de los escándalos que hemos conocido. Y hay que hablar fuerte y claro para oponer estas magnificas historias de vida al cinismo y a la corrupción de quienes han deshonrado la noble tarea de administrar justicia.

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